Siempre ocurre. Los últimos días del año son pródigos en cambios. Ese periodo comprendido entre La Purísima y Nochevieja supone un notable incremento en la pérdida de vidas humanas, personas humanas que frecuentan las calles, jalones en los trayectos habituales; trayectos, recorridos urbanos por mí efectuados, algunos a diario, a la búsqueda de suministros materiales, alimentarios o no, a la búsqueda de suministros intelectuales como prensa, como oficios religiosos, como visitas al cementerio, y, también, a la búsqueda del consuelo sanitario que procuran las farmacias y los servicios médicos. Es difícil conocer el porqué del aumento de esas pérdidas, quizá, según el profesor Montalbo, la finalización del ciclo anual suponga el agotamiento de los recursos físicos y mentales. Enumero y describo, ahora, los trayectos que en esa etapa final de 2023 se han visto trágicamente afectados.
Trayecto 1: A por pan
Un clásico. Recorrido diario. El pan carece de calidad aquí en XXX, tiene un regusto amargo, y sólo en la tahona XXX venden un producto aceptable. Tardo en llegar unos diez minutos. En la esquina de Doctor Izquierdo con Almas Negras acostumbraba a vislumbrarse, gracias a la puerta entornada, a un anciano sentado en lo que se intuía el comedor de su pequeña y humilde casa; de hecho llegué a pensar que ya estaba muerto, que llevaría en ese estado varios meses y que nadie se habría molestado en retirarlo. Finalmente han cerrado la puerta, parece ser que sí lo retiraron aunque no era tanto el tiempo que llevaba como momia.
Trayecto 2: A comprar galletas buenas
No sé, quizá cada semana, me acerco a la pastelería-confitería de los hermanos Pérez y hago provisión de falsas galletas perrunas, Perrundillas las llaman. Son compactas, ferozmente amasadas, duras pero no quebradizas. Las preparan con la masa resultante de la molturación de lo que no se vende, pero a mí me gustan, las mojo en agua. Allí, coincidía, a menudo, con un tipo sumamente antipático, con porte que quería ser distinguido pero que incluso él sabía que era patético, un tipo que nunca se dignó responder a un saludo o a una sonrisa. Reconozco que me alegré cuando el pequeño de los Pérez me dijo «sabe, falleció, el señor Ángel, lo encontraron muerto en la bañera de su casa»; ¿en la bañera de su casa, pensé, es que frecuentaba otras bañeras?
Trayecto 3: A por la prensa
Un trayecto en franca decadencia, de hecho casi en extinción, la prensa diaria en papel va dejando su lugar a la prensa electrónica, aunque, aún, por fidelidad, soy un sentimental, la compro a veces. Pues bien, ese trayecto, de hecho el total de la Calle Mayor, se veía salpicado por la presencia inevitable de tres individuos. Los tres han caído. El primero, apostado siempre en la puerta del convento de las Hermanas Clarisas, cayó doblemente ya que quedó muerto al caerse al suelo o, a lo mejor, quedó muerto estando de pie, y cayó al suelo. Nunca supe si era un pobre que pedía limosna o alguien al servicio de las monjas a las que informaba del estado del tiempo o de quién frecuentaba el prostíbulo situado a un tiro de piedra de la verja del jardín de la iglesia. El segundo individuo no era notario pero era conocido por El Notario, ya que trabajó como portero y correveidile en una notaría, en la única notaría abierta en aquellos tiempos. En la actualidad, ya jubilado, El Notario recorría pausadamente la Calle Mayor con la esperanza de ser consultado, que si unas lindes, que si una herencia, a lo que respondía ahuecando la voz y enderezando el cuerpo ya muy fatigado. Nunca le consulté, pero en alguna ocasión no descarté hacerlo. Tenía 99 años. Finalmente el tercer individuo podría pertenecer al sexo femenino pero nadie se atrevió nunca a preguntárselo. Contaban que había nacido en Logroño y que de niño su familia llegó aquí huyendo del desfalco cometido por su abuelo. No consta que lo escolarizaran ni que desempeñara trabajo alguno. Fueron muriendo sus familiares y él, según decían, se mantenía gracias a los dineros ahorrados por su padre, ayudante de un sastre militar. A primera hora se sentaba en los bancos de piedra contiguos al ayuntamiento y allí pasaba el día. En una ocasión me armé de valor e hice ademán de sentarme en el mismo banco en el que él se sentaba, pero desistí, más que por su mirada desafiante, que también, por el insoportable hedor que despedía.
Trayecto 4: Al centro de salud para el control del Sintrom
Cada catorce o quince días me citan en el Centro de Salud para controlarme la medicación del anticoagulante Sintrom. En vez de ir por el camino más corto, recortando por las callejuelas de la Judería Nueva, doy un rodeo atravesando el descampado donde está Mercadona y donde, según dicen, van a instalar dos nuevos tanatorios (habrá cuatro en una población de once mil habitantes). Allí, al abrigo de lo que debió de ser el puente del camino carretero que salvaba un barranco, acampaba una mujer que ejercía de sanadora y de ramera; una bujía encendida o apagada y una palangana con una esponja sumergida en vinagre constituían el código de señales; a ella nunca la vi, escondida tras una cortina colorada que cerraba uno de los ojos del puente. Los clientes la fueron encontrado cadáver pero nadie daba aviso por no dar explicaciones.
Trayecto 5: De obras
Conservo, de mi infancia, la pasión por la obra privada, en concreto por la construcción de bloques de viviendas. Por lo que no es extraño que se me vea husmeando en torno a solares en proceso de excavación y, en especial, en torno a edificios en la fase en que desmontan y retiran la grúa cargándola en camiones. En unos de esos solares sabía que pasaba las noches el vagabundo Ricardo, docto e irreverente, con el que mantenía a veces acaloradas discusiones sobre astrofísica y botánica cuando se aseaba en los baños árabes. No ha quedado ni quedará nunca claro si fue machacado por la excavadora que lo extrajo de un rincón del solar de la calle Bomberías o ya se trataba de un occiso, pasto de la banda de El Chico y Los Chapuceros.