Entrevistas

Alejandro Simón Partal: «La alegría tiene que ser nuestra conquista, nuestro patrimonio a pesar de todas las calamidades»

El autor malagueño recopila una selección de su poesía en Ese de anoche, un libro en el que reivindica la bondad y la belleza como formas que lindan con lo sagrado

El escritor Alejandro Simón Partal. / Foto cedida por el autor

«Me ha despertado una brisa solitaria, / solo ella, sencilla, con un susurro de madre o templo. / Quizá no vuelva a escuchar verdad más alta, / palabra más alejada del lenguaje», dice Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) en He subido al monte, uno de los textos inéditos que asoma por Ese de anoche (Aguilar, 2023), la antología que recoge una selección de su obra poética. Una obra en la que el autor malagueño reivindica la bondad y la belleza y lo que de sagrado tiene la experiencia humana.

Simón Partal, celebrado ahora también como narrador gracias a La parcela (Caballo de Troya, 2021), su debut como novelista, sabe que quien entierra en la arena una sandía o brinda el agua de su ducha a un refugiado invoca con su gesto a lo divino; que en la amistad o el amor, también en el disfrute de las cosas sencillas («el sereno milagro de aquel / que sin acontecimiento / logra que la tarde / se reconozca en eternidad»), el mundo reserva una bendición. Ese de anoche traza un camino que el lector transita con emoción, esperanza, serenidad: «Atiende, / avanza hacia ese cielo que se quiebra sin romperse: / seamos la cal gastada que ennoblece una casa, / el bosque que no permite añadidura».

Llama la atención que en esta antología apenas hay cabida para los poemas de los primeros libros. ¿El poeta que es hoy quizás no se reconoce en los comienzos? ¿Qué sensaciones tuvo al mirar atrás?

Quería que este poemario fuese unitario, que funcionara para mí como mi siguiente libro y no como una reafirmación de lo que he hecho hasta ahora o una justificación. Esos poemarios me sirvieron como aprendizaje, no me avergüenzan, pero lo cierto es que los veo lejanos y no tengo necesidad de reafirmarme a través de ellos. Sé que lo lógico hubiera sido sacar un volumen con doscientas páginas más, pero que haya apenas cuarenta poemas supone también una manera de entender la poesía. El libro Fuegos, de Marguerite Yourcenar, empieza con la frase: «Espero que este libro no se lea jamás». Me parece casi inevitable no desear lo mismo con los libros que vamos dejando atrás, de verdad.

En alguna entrevista decía que recelaba de la poesía que se escuda en la oscuridad, que usted abrazaba el verso que celebra la existencia, que celebra también la luz y los cuerpos. Aquí, en el prólogo, Juan Marqués asegura que la sangre de la poesía es la alegría.

Estoy convencido de que la alegría tiene que ser nuestra conquista, nuestro patrimonio a pesar de todas las calamidades, mentiras y estafas que nos rodean. Aunque la vida es angustiosa y lo es por nuestro afán de vivir, por nuestra ansiedad de ser. Por eso la alegría, como la inocencia, es un trabajo diario. Me gusta lo que recuerda José Tolentino Mendonça, que un rasgo que caracteriza la alegría es el hecho de que no nos pertenece. Simplemente irrumpe y nos atraviesa cuando aceptamos construir la existencia como práctica de hospitalidad.

Cuando publicó Los himnos abdominales [2015], afirmó que no le interesaba tanto la belleza como apología de un canon estético, que también hablaba de ella en su vínculo con lo vital. Ese interés sigue ahí. En Museo del hombre, uno de los textos inéditos, hay unos muchachos que hacen gimnasia en el paseo marítimo. Y la voz del poema dice: «Cerca de ellos no me espera nada malo».

Entiendo la poesía como esa forma de recoger las bondades que nos rodean y darles más espacio, una consideración incluso más amplia. También como refugio. Muchas veces ridiculizamos nuestra tarea como escritores o poetas, quizá por el complejo de entenderlo como privilegio, y creo que debemos estar contentos de entregar nuestros días a algo tan noble y humano. Que nuestro beneficio no suponga el sometimiento de otros ya me parece un gran logro vital. Nosotros no matamos.

«Entiendo la poesía como esa forma de recoger las bondades que nos rodean y darles más espacio»

El primer verso del libro se sitúa en el día que empieza la primavera, que aquí no es tanto una estación, sino una forma de estar en el mundo, una postura —también— ética. En otro poema se dice: «Brilla esta mañana de marzo / como si todos celebrásemos / las alegrías ajenas / y no hubiese dolor sin amparo».

La primavera tiene parte de salvación y de nacimiento a la vez, y quizá por eso sea tan recurrente. Ese verso viene de una frase de San Pablo que, si la practicásemos en nuestra cotidianidad, la vida sería otra: «¿Quién sufre que yo no sufra con él y quién se alegra que no me alegre con él?».

Ignacio Echevarría sostiene en el epílogo que su poesía, antes que cristiana, aguanta mejor el calificativo de franciscana. ¿Está de acuerdo?

Si lo dice Ignacio, sí, por supuesto.

Asoman con frecuencia palabras como milagro, gracia o don. Y usted lo apunta en los últimos versos: que estamos bendecidos.

Sí, estar bendecido no supone tener superpoderes, sino, como escribió William Blake, «ver el mundo en un grano de arena y el paraíso en una flor del campo». La gracia tiene la actitud del desapego de todas las cosas y el cuidado con todas las cosas.

Esta antología aparece cuando cumple los 40 años. ¿Qué le ha traído esa cifra, el vértigo de esa crisis de la que tanto se ha escrito, o cierta plenitud o madurez que otorga el tiempo?

Imagino que va por días. Hay mañanas en las que creo que nada tiene sentido y días en los que me siento seguro. No sé muy bien cuál es mi camino pero ahora reconozco con mayor nitidez qué atajos no quiero tomar. Para mí los cuarenta han supuesto empezar una nueva vida, no tanto por la edad, que al final es algo anecdótico, sino por el golpe personal que sigo asumiendo y que casi coincidió con ese aniversario. No me ha quedado otra opción que entenderlo como algo que empieza, que ya no será nunca igual. Y eso me da alivio.

Las referencias al sexo, al deseo, se han vuelto más explícitas, hay toda una reivindicación del hedonismo en el que encuentra también una dimensión espiritual. Ha decidido colocar además esos poemas al principio del libro. Como poeta, ¿ha perdido el miedo, el pudor a tratar ciertas situaciones?

No recuerdo haber sentido miedo o pudor a la hora de escribir sobre un tema determinado en un poema. Comparto lo que dice Annie Ernaux, que escribir es, antes que nada, no ser visto. Escribir tiene mucho de dejar de ser, de inexistencia. Por otro lado, lo explícito puede dar una dimensión más emocionante que una metáfora, por ejemplo. Aunque en todos mis libros hay poemas que se acercan a estos últimos, desde el primero a estos inéditos. Si hay ahora poemas más explícitos será quizá porque mi vida es más explícita.

«Lo explícito puede dar una dimensión más emocionante que una metáfora»

Debutó en la novela con un libro excepcional, La parcela, en el que trasladaba a la prosa muchas de las inquietudes de su obra poética. ¿Seguirá expandiendo su universo lírico en la narrativa, o ahora mismo ve esa incursión en la prosa como algo puntual?

Me siento muy cómodo escribiendo narrativa y seguiré por ahí. Ahora mismo disfruto de ese proceso diario que exige la prosa, pero no tengo hoja de ruta. Cuando no tenga la urgencia y el ánimo de escribir me dedicaré a otra cosa sin ningún tipo de conflicto personal. Dedicarme a escribir no es lo más importante de mi vida. Puedo pasar muchos meses sin anotar una palabra y estar perfectamente en paz.

En Días por venir, extraído de Una buena hora [2019], se lee: «Estamos cerca del tiempo / donde no se requieran performers / ni artistas que se flagelen o mutilen, / sino alguien que ponga al otro / una almohada bajo su cabeza / y lo acompañe en su descanso». Ahora mismo, se deduce por esos versos, prefiere un arte que brinde alivio y consuelo, antes que una creación que incomode y que hurgue en las heridas.

Creo que pueden convivir esos dos extremos, y que se necesitan. Puede que sin esa incomodidad previa no encontremos alivio. La literatura suele brotar desde un desajuste que acaba creando comunicación y eso supone unir dos voluntades que no son rígidas, es decir, que demandan una u otra cosa dependiendo del momento en que estén. En ese poema en concreto intentaba denunciar el histrionismo narcisista como forma de estar en el mundo, del arte como vehículo de distinción. La vida se completa en las atenciones más sencillas y directas, en alguien que no se impone a los demás. Hacerle a otro un zumo de naranja antes de que despierte es un acto mucho más revolucionario que hacerse pis encima durante una performance o tragar pintura.

Hay un poema bellísimo, lleno de humanidad y de emoción, procedente del libro La fuerza viva [2017], Un hombre acoge en su casa a otro hombre (Refugees Welcome), en el que un hombre celebra la ducha que un refugiado se da en su casa. ¿Cómo puede responder la poesía a los dramas del mundo, a lo que está ocurriendo hoy en Gaza?

Creo firmemente en el poder del poema, de la canción, de la oración, del juego o del baile como formas de refugio y resistencia, como esperanza íntima y colectiva. Un poema no va a parar un genocidio, pero sí puede conseguir tranquilizar a las personas que lo sufren, y crear un espacio de consuelo y de futuro aunque sea momentáneo. Y eso es crucial. Un padre o una madre durmiendo a su hijo con una canción o una nana crea un espacio luminoso y pacífico en mitad de una barbarie. Me gusta el verso de Vladimir Holan: «El principio de nuestra resurrección lo anunciará el simple canto de un gallo». Confío en que esa mañana esté cerca y que esa resurrección anuncie el final de lo inhumano.

 


ESE DE ANOCHE
Alejandro Simón Partal
Prólogo de Juan Marqués
Epílogo de Ignacio Echevarría
AGUILAR
(Barcelona, 2023)
112 páginas
18,90 €

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