Vías cruzadas

Piratas

Hoy tengo preparada una sorpresa para mamá. Desde que volvió del hospital ha estado muy callada, como atontada. No se entera si le abro la puerta al gato y a veces se le olvida echarme leche en los cereales. Y al bebé no le hace ni caso, como si no lo escuchara llorar. Pero yo sé la razón. Se siente triste por las vendas y el parche en el ojo que le pusieron los médicos. Está muy fea así, la verdad. Aunque papá dice que ha sido por su bien, que le han dado unos golpecitos en la cabeza, como quien llama a la puerta, para que mejore. Ya no grita ni llora todo el tiempo como cuando llegó mi hermanito, pero yo sé que está triste y por eso hoy vamos a jugar a los piratas.

La abuela ha encontrado mi parche negro de carnavales y he dibujado una bandera con calavera y todo. El barco lo he hecho con los cojines del salón, para que esté cómoda. Le he explicado el juego, pero parece haber olvidado qué son los piratas. Me toca dar órdenes como una corsaria de verdad. «¡Todo el mundo a remar!», grito, y le presto una cuchara de palo que cogí de la cocina. La mira confusa y sigue sonriendo sin decir nada, como una tonta muñeca más parada entre los peluches. Eso me hace enfadar y chillo con todas mis fuerzas para que obedezca: «¡No os oigo remar!». Pero los gritos hacen que venga papá y se acabe el juego.

Ahora estoy castigada en mi habitación. Papá dice que si me vuelve a oír dar voces seré yo la siguiente en ir al médico. Como si me importara. Soy una pirata y no le tengo miedo a nada, ni siquiera a los lobos esos

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