Horas críticas

Libros de la semana #141 (especial LIJ)

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Gilgamesh, de Annamaria Gozzi y Andrea Antinori (Siruela)

«Había una vez un rey que lloraba. Había perdido a su mejor amigo. ¿Cómo se puede perder un amigo? Los amigos siempre están ahí». Con este libro primorosamente editado por la división ilustrada de Siruela nos situamos ante la primera historia de la Historia, la obra que estrenó la literatura universal: la Epopeya de Gilgamesh, el poema épico más antiguo de la humanidad, que supone también la más remota fuente de escritura —cuneiforme— conocida, con más de cuatro mil años de antigüedad; unos 1.500 años antes de Homero, aunque no fue hasta el siglo XIX cuando el arquéologo Austen Henry Layard la descubrió y el experto en la cultura asirio-babilónica George Smith descifró aquellos caracteres grabados en arcilla. La reputada autora Annamaria Gozzi (Reggio Emilia, 1962), devota de la tradición narrativa popular y en particular la del antiguo Oriente, se ha apoyado en la fuerza magnética del relato original y en algunas de las versiones de mayor calado: las de la novelista Paola Capriolo, el paleógrafo Giovanni Pettinato y el Libro de sueños de Borges, que comienza justamente con el sueño del rey de Uruk. A la investigación creativa de Gozzi se une el joven y premiado ilustrador Andrea Antinori (Recanati, 1992), cuyo trazo naíf y aparentemente esquemático resulta perfecto para transmitir la narración al modo ancestral: con toda su efectividad comunicativa y una capacidad evocadora que deja perplejo al lector. La espectacular riqueza cromática y la ironía que desprende el hieratismo de ciertos gestos logran crear en Gilgamesh. Más allá del confín del mundo una ambientación misteriosa y onírica, capaz de captar la atención de todos los públicos y de hacer dialogar el pasado con el mundo de hoy. Inmejorable puesta al día de una obra incompleta y siempre viva sobre la mortalidad, que nos presenta al primer héroe ante la obsesión, como ha señalado Gozzi, de saber lo que a los humanos les está vetado saber: qué hay del otro lado de la existencia. La pregunta que todos nos hacemos y que late en esta fascinante adaptación de una historia que «no tiene fin, o tal vez sí. Cada viaje, cada aventura nos transforma y quienes regresan no son los mismos que cuando partieron». Como tampoco el lector de esta obra es el mismo cuando da la vuelta a su última página.


El amor hace crecer el jardín, de Taeeun Yoo (Blume)

«Cuando soy tan pequeña como un brote, el jardín del abuelo me parece enorme». Taeeun Yoo creció —como un brote— en la bella casa ajardinada de su abuelo en Seúl, entre bonsáis, orquídeas y peonías, con otros nueve miembros de la familia. Tras formarse en bellas artes, se trasladaría a Nueva York para cursar un posgrado de ilustración en la School of Visual Arts. «Cuando ya soy tan alta como un árbol, vivo lejos, muy lejos, del abuelo y sus flores». Esa experiencia personal es la que evoca en El amor hace crecer el jardín, un precioso libro que narra la relación con su abuelo, la madurez (o la maduración) y el envejecimiento de ambos, en paralelo al de las plantas que él tan laboriosamente cuida y le enseña a cuidar, que tanta compañía le hacen. Una obra que, con esa sensibilidad hacia los detalles tan propia de las culturas orientales, reflexiona en esencia sobre el paso del tiempo, sobre una tradición de cuidados y afectos que son también identidad, sobre la memoria heredada y legada que conecta a unas generaciones con otras en un diálogo que pervive a pesar de las distancias geográficas. «Cuando mi hija es tan pequeña como un brote, vamos a visitar al abuelo». Ganadora en dos ocasiones del premio The New York Times a mejor libro ilustrado y autora del magistral Prohibida la entrada a los elefantes (traducido a 14 idiomas), Yoo ha publicado con este su tercer libro propio desde unos inicios, hace más de quince años, marcados por la influencia de los grabados de Bruce Waldman. Ese poso pictórico, junto a su formación temprana en la tradición del pincel coreano, se plasman en las ilustraciones de su última obra, vibrantes, cordiales y llenas de hermosos matices de estilo acuarela. El resto lo aporta la poesía de su narrativa elíptica, con frases breves, sugerentes y sabias. El amor puede expresarse a través de la paciencia, del arte, del tiempo compartido, viene a decirnos esta emocionante fábula ilustrada, ideal para ser compartida entre padres, hijos y abuelos. «En la vida siempre hay altibajos, el tiempo pasa y la familia cambia, pero creo que el amor y el apoyo nos ayudan a seguir adelante pase lo que pase», escribe la autora en su epílogo. Y así es: los grandes cambios vitales, como demuestra su obra, no hacen sino crear hogar; uno que ya no cabe abandonar, porque se lleva dentro.


Elmer. Cuentos completos, de David McKee (Beascoa)

«Había una vez una manada de elefantes. Había elefantes jóvenes y elefantes viejos; elefantes altos, gordos o delgados. Elefantes así o asá, todos diferentes, pero todos felices y del mismo color. Todos menos Elmer». Así comenzaban, hace casi un cuarto de siglo, las aventuras del elefante multicolor creadas por David McKee (1935-2022), aunque su verdadero origen, aún con una estética rudimentaria, se remonta a finales de los 60. Por eso y por la muerte el año pasado del autor e ilustrador inglés, esta lujosa recopilación de sus treinta historias, publicadas entre aquel lejano 1989 y el reciente 2022, es un maravilloso regalo para cualquier lector; tanto niños que se acerquen por primera vez hasta adultos que hayan crecido con ellas. Los dibujos sencillos y tremendamente vitalistas de la mítica serie, con influencias que van de Paul Klee o Henri Matisse a Brueghel, siguen expresando hoy sus emociones con la misma fuerza, ayudados por unos relatos que transmiten como pocos el valor de la diferencia, la amistad o la solidaridad, y que tienen como trasfondo cuestiones tan vigentes como el respeto al medioambiente o la inmigración. Elmer, cuya piel está vestida de retazos de todos los colores, como si no se resignara a una existencia gris, es no en vano «responsable de casi todas las sonrisas de sus compañeros de manada», entre quienes se encuentran los habituales Wilbur, tía Zelda, abuelo Eldo, Rosa o el increíble Super Ele, además de muchos otros animales con los que convive en una selva de dimensión mágica. Pero, más allá de las peripecias relatadas, prima el espíritu que McKee extrajo de los versos de Leisure, del poeta georgiano William Henry Davies: «¿Esta vida qué es si, llenos de preocupaciones, no podemos pararnos, sin más a contemplar?». La pausa, la reflexión, es lo que al fin y al cabo hace universal esta obra (traducida a más de sesenta idiomas) y nos lleva al asombro ante cada nueva página de Elmer. Cuentos completos y, aún más, a volver a ellas, releerlas y redescubrirlas como si fuera la primera vez. Los muchos colores del extraordinario elefante nunca han dejado de recordarnos que no estamos solos y que la memoria es, también, el legado de historias que vamos dejando a las sucesivas generaciones.


Las historias de Áfrika, de Xavier Aldekoa y Mercedes Palacios (Baobab)

«La puerta se cierra, la luz cálida de la pequeña lámpara ilumina la habitación y es entonces cuando, como cada noche, la leona Áfrika cobra vida». En este libro, Áfrika no es un continente, sino una leona de peluche que acompaña a una fotoperiodista en sus viajes por el mundo, para a su regreso contarle a sus dos hijas, antes de dormir, las historias de otras niñas y niños con realidades diferentes: el sueño de ser escritora en Madagascar gracias a haberse podido educar en la escuela, el de fotografiar la vida salvaje o cotidiana en Gambia y otros muchos lugares gracias a vencer los obstáculos, el de ser cantante en Cabo Verde gracias a aprovechar la potencia de la luz solar. Las historias de Áfrika está basado en Indestructibles, un proyecto conjunto del fotógrafo Alfons Rodríguez y el periodista y narrador especializado en el continente africano Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981), quien se ha ocupado de estos textos. Durante más de dos años, documentaron las historias de once niños y niñas de diez países africanos que eran el reflejo de guerras, hambrunas, emergencias climáticas y otras situaciones traumáticas, pero también de sus transformaciones, sus avances sociales, sus luchas; «una mirada a la generación del futuro de África». Sobre aquel proyecto ha comentado el reportero barcelonés, cuya obra de veinte años de corresponsalía en medio centenar de países africanos podría evocar tanto la literatura de Rysard Kapuściński como la de Joseph Conrad, que «la empatía no es un deseo, es un esfuerzo diario»; no en vano, él ha sido testigo —empático— de esas titánicas figuras en las que admira, más allá de su consideración como ganadores o perdedores, la capacidad de rebelarse ante el destino, la «forma extraña de esperanza» de quienes no se rinden. Mercedes Palacios (Madrid, 1981), ilustradora infantil y juvenil que ha adaptado clásicos de Robert Louis Stevenson o Jane Austen y que ya en su primera obra propia (Visionarias: inventoras desconocidas) aplicó su entrañable trazo a historias con conciencia social, recoge en su estilo de dibujo humanista y encantador la calidez de la infancia y la magia de las gestas cotidianas. De las historias que, lejos de la épica o los grandes dramas, hablan de salir adelante paso a paso; protagonizadas por niñas y niños que quieren vencer los miedos y escribir su propio futuro.

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