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El caballo de Troya de «Sound of Freedom»

«Sound of Freedom». Imagen: Santa Fé Films.

¿Qué es Sound of Freedom? La historia de un salvador. Y el que hizo una vez del salvador de todos los cristianos, es decir, el que interpretó al hijo de Dios en La pasión de Cristo, de Mel Gibson (productor ejecutivo de Sound of Freedom), Jim Caviezel, es Tim Ballard, un capitán de un departamento policial de Estados Unidos que se dedica a la persecución de pedófilos.

Al principio de la película, Tim se da cuenta de que su labor policial sirve para detener a los depredadores sexuales, pero que gran parte de los niños siguen capturados. Entonces decide que su misión es salvarlos, a pesar de que esto suponga ir más allá de sus competencias como policía estadounidense. Así, para acabar con el grupo criminal que secuestró al niño protagonista y a su hermana, Tim sale de su frontera, al principio con el apoyo de su país (luego lo pierde).

Atendiendo a la historia, estamos ante una película de lo más reaccionaria que se puede encontrar. Una de esas de las que Los Simpson se burla de cuando en cuando. Una película de La Roca, sin La Roca. Y si nos fijamos en quiénes están detrás de la producción, entonces encontramos los porqués. Llega a las salas de la mano de Angel Studios, la distribuidora cristiana enclavada en el estado de Utah. El productor ejecutivo es el ya mencionado señor Gibson, cuyo corte ideológico es por todos conocido (es una pena cómo se echan a perder los buenos actores). Por último, el aliado del protagonista, el que hace posible la misión cuando el estado lo ha abandonado, es Eduardo Verástegi, quizás desconocido en España, pero considerado un activista ultraconservador por algunos medios. ¿Su papel en la película? Interpretar a las grandes fortunas que, altruistas, regalan su dinero a esta buena causa… Pura ficción. 

La película no cuestiona la intrusión de un estadounidense en países soberanos porque su misión es insuperable, divina en realidad: todo está justificado porque es para salvar a los hijos, a quienes se refieren en varias ocasiones como los niños de Dios. Ninguna voz disonante se queja de ello. Ni siquiera la esposa le pone un pero, a pesar de que la vida de su marido corre peligro por salvar a desconocidos.

Cinematográficamente es muy coherente con lo que es temáticamente. El protagonista, Tim Ballard, es el bueno por excelencia. Un tipo duro al más puro estilo americano, pero sin el carisma de las grandes estrellas. ¿Cuáles serán las razones por las que se decidió que finalmente fuera él? Quizás por sus anteriores lazos con el productor ejecutivo, pero Caviezel no ofrece una interpretación interesante, no tiene carisma ni sabe castellano. Algo bastante importante teniendo en cuenta que gran parte del metraje ocurre en Latinoamérica. Si ves la versión original, al menos en los países hispanohablantes, te hace preguntarte si no había en toda la industria estadounidense ningún actor que cumpliera el resto de condiciones y tuviera más soltura con el español.

El film está compuesto de planos con la sola función de resultar estéticos, sin atención al punto de vista ni ninguna otra cuestión. Compuestos con la intención de ser bonitos para quienes la han hecho. Planos desde grúas, desde drones, en distintas localizaciones… A pesar de considerarse a sí misma una película de bajo presupuesto, lo cierto es que con los 14,5 millones de dólares que se invirtieron se levantan en España hasta ocho producciones, y no precisamente de las más baratas.  

Las interpretaciones son también maniqueas. Tipos duros con sentimientos. A veces, la película entra en una especie de crisis interna porque quiere mostrar la humanidad de sus personajes (hombres), pero también los quiere mostrar fuertes. Algo perfectamente posible pero que, al parecer, resulta incompatible para los creadores de la película. Por eso, los hombres lloran pero se quitan la lágrima de manera basta, bruta, de un manotazo.

Pero si habría que preguntarse por algo al ver esta película, seguramente es por la secuencia poscréditos. Tras los primeros grandes nombres, una cuenta atrás nos interpela a esperar para un mensaje del protagonista. El propio Jim Caviezel hace entonces un discurso puramente propagandístico. Nos dice que esta película ha tenido muchos obstáculos, dando a entender que hay grandes fuerzas ocultas que quieren cubrir su culpabilidad en asuntos similares a los tratados. Así, presenta la película como la revelación de la injusticia ante nosotros, el público general. Pero lo único cierto es que Sound of Freedom utiliza un tema en el que todos estamos de acuerdo, los horrores de la explotación infantil, para caricaturizar a unos misteriosos malos e idealizar a los buenos de la manera más plana posible. Insinúa pero acusa (a quienes pretende acusar) de organizar y consumir ese mercado de menores…

A pesar de todo, Jim Caviezel, al estilo tío Sam, sigue insistiendo en que todos podemos hacer algo, comprando una entrada para quien no pueda permitírsela; que vean el film y que así luchemos juntos contra la explotación infantil. Pero la película no nos revela cómo luchar contra esta lacra y así pierde la excusa de ser lo que dice ser. Podría haber sido una historia valiente en la que apuntara quiénes son verdaderamente las personas que intervienen en este mercado: desde quiénes secuestran a los niños o quiénes distribuyen el material hasta, sobre todo, quién lo consume. Se hace referencia a que grandes personas, ricas, muy ricas, son quienes se aprovechan de estos niños. Dice que todos podemos hacer algo para evitarlo, pero ¿qué es? Quizás la obra podría haber sido más valiente y mostrar que, como consumidores, estamos enriqueciendo a gente que utiliza su dinero para cosas tan perversas como la prostitución infantil. Pero no lo hace. Simplemente, dice que está en contra. Y yo también. ¿Quién no?

Dentro de la falta de respuesta a quiénes son esos que abusan de los niños hay una insinuación, que es uno de los grandes emblemas de la ultraderecha estadounidense: según sus febriles teorías, la izquierda americana, es decir, tanto los jefes políticos como económicos que la conforman, tienen una secta secreta en la que abusan de menores. No hay que irse demasiado atrás para recordar aquellas conspiranoias en las que se decía que Hillary Clinton se alimentaba de sangre de bebés. 

Sound of Freedom es la puesta en escena del caballo de Troya de la nueva ultraderecha estadounidense: la supuesta defensa de la infancia. Ellos mismo se han arrogado el derecho a defender a la infancia contra unas ideas progresistas que la destruyen con educación sexual, igualdad y ciencia. Pero esta obcecación enfermiza de la ultraderecha por los niños va más allá de los tiernos sentimientos, y es que consideran como piedra angular de su ideario político la defensa de la familia y la religión cristiana. El dominio de la infancia por parte de los ultraconservadores es así de importante por pura estrategia política, una inversión en la mente de todos esos niños para cuando se hagan adultos. 

En la misma semana en la que en España se estrena Los asesinos de la luna lo hace también Sound of Freedom. La del maestro Martin Scorsese denuncia el exterminio, por los grandes poderes blancos, de los nativos americanos para robarles lo que era suyo. La dirigida por Alejandro Monteverde justifica con la ley de Dios la vulneración de las jurisdicciones nacionales y el colonialismo protector. 

Esta antipódica cartelera, más que una casualidad, es en realidad una prueba de nuestra situación actual, en la que ideologías tan distintas sobre los mismos hechos conviven con relatos desde el punto de vista opuesto. Pero, cuando la película parece estar ya contada, como hacen los maestros, hay que salir y decir por qué queremos contar estas historias y no otras, contar qué es lo que nosotros creemos que es la justicia.

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