Horas críticas

Libros de la semana #134

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

A propósito de Joan Manuel Serrat, de Juan Ramón Iborra (Libros Cúpula)

«Yo creo que la nostalgia es una melancolía de baratillo, ¿sabes? A veces me lleno de melancolía, pero jamás recurro, o trato de no recurrir, a la nostalgia». Estas palabras de Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943), extracto de una de las entrevistas que contiene este libro, sirven para introducir su propósito. Ahora que se ha bajado de los escenarios, parece el momento perfecto para emprende un repaso por su vida y su trayectoria que se aleja de la nostalgia y que, en cambio, rinde vívida la memoria de un testigo de excepción: hace justo medio siglo, en 1973, se conocieron el cantautor catalán y el autor de este «raro ensayo biográfico basado en hechos y en palabras del biografiado», el periodista, escritor y fotógrafo Juan Ramón Iborra (Granada, 1954). El que fuera subdirector de El Periódico de Catalunya parte de las raíces del chico de Poble Sec: de su madre Ángeles y su familia «absolutamente rota por la guerra», de su padre Josep «también destruido por todo aquello y por los años del campo de concentración» y de dos soledades entre las que fue germinando el amor. Luego continúa con el regalo inesperado de su primera guitarra siendo quinceañero, que empezaría a tocar casi por la sola posibilidad de acercarse a las muchachas. También evoca su primera actuación en Radio Barcelona, donde sorprende con canciones que van «directamente al corazón y las tripas» y que harán que Salvador Escamilla lo introduzca en el mundillo. Y sigue Iborra rememorando los hitos de la carrera de Serrat, como su primer LP en 1967 o su exilio en Latinoamérica aunque se rebelara a convertirse en un «hombre desarraigado». Una carrera modélicamente creativa y plagada de canciones compuestas en estado de gracia, honesta, ética y socialmente comprometida, que se plasma con naturalidad y profusión en estas páginas. Aunque su autor la define como una biografía «inacabada, por incompleta», A propósito de Joan Manuel Serrat es un magnífico ensayo que se fundamenta en su exhaustiva documentación y su acercamiento íntimo y humanista a la inmensa figura del artista. «Al final ha sido más de un año de tarea dedicando todo mi tiempo, todo, a un personaje y a una persona muy poco alejados el uno de la otra», cuenta Iborra. En estas páginas están compendiados ambos, en todo su esplendor y su brillo, sobre el fondo de la historia reciente de todo un país. Pura memoria musicada, capaz de iluminar a sus seguidores y a quienes tengan la suerte de aún poder escucharlo/leerlo por primera vez.


Ceder no es consentir, de Clotilde Leguil (NED Ediciones)

«No son tantas las autoras que hablan para salirse del relato oficial que, instalado en una lógica moderna y contractualista, valora el consentimiento porque es claro y sencillo», escribe en su valioso prólogo a Ceder no es consentir Clara Serra, filósofa y activista que investiga y reflexiona hondamente sobre este asunto que lleva ya un tiempo en el centro del debate feminista; en nuestro país, como mínimo hace uno año, cuando se aprobó la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, es decir, la ley del sí es sí. Pues bien, Clotilde Leguil (París, 1968) es una de esas autoras que se ha atrevido a hablar del tema partiendo de las contradicciones que encierra el concepto de consentir, atravesado por instancias como el deseo que difuminan mucho sus fronteras, al contrario de lo que pretenden fijar al respecto las voces que se imponen socialmente. Desde su especialidad, el psicoanálisis, Leguil analiza lo que denomina «el enigma del consentimiento» como algo oscuro y ambiguo, toda vez que debería ser pensado no solo como hecho político que afecta a una colectividad sino como cuestión íntima plena de subjetividades. El sufrimiento no es idéntico ni tampoco el trauma, de ahí que el conocimiento psicoanalítico, y en concreto las teorías de Lacan, pueda contribuir a que se permita el acceso al deseo por la vía del «dejarse hacer», o sea, «desprenderse de uno mismo»; una especie de reivindicación del no necesariamente saber lo que se quiere. Cuando hay abuso se traiciona el consentimiento, pero en estas páginas se defiende que el conflicto va más allá (o «más acá») de lo jurídico, como demuestran las obras de Geneviève Fraisse o Katherine Angel, que Serra emparenta con esta de Leguil. La mirada clínica de la pensadora francesa parte de la llamada liberación sexual de los años en que ella nació para cuestionar hasta qué punto esa imposición del goce absoluto abrió la puerta a la dominación y a una instrumentalización del consentimiento. «Consentir a decir es vencer el miedo», concluye Leguil en un ensayo que sin duda estará sometido a malinterpretaciones y lecturas interesadas, pero del que hemos de valorar su capacidad de decir fuera del discurso hegemónico en un tema tan complejo.


Colores de cine, de Charles Bramesco (Blume)

Este libro se propone repasar la historia del séptimo arte en 50 películas a través de sus gamas cromáticas o tonalidades dominantes. Al fin y al cabo el color, «algo variable e indefinido, pero a la vez tan crucial», da forma a una determinada narración, establece un significado simbólico, sugiere estados de ánimo, crea una ambientación, identifica a los personajes y engrandece la obra cinematográfica desde el punto de vista plástico. Charles Bramesco, crítico de cine y televisión para medios como The New York Times, Rolling Stone o Newsweek, entre otros, reflexiona en su introducción sobre cómo, en tiempos de rápidos cambios en los formatos y pantallas de visionado, la inevitabilidad del color es «un resultado del paso del tiempo más que una intervención creativa deliberada». Cuesta, por tanto, mantener la fidelidad a las texturas originales, y como ejemplo invita al lector a buscar un fotograma específico de un film tan difundido como Titanic para comprobar la enorme variedad de colores en que internet lo mostrará. La película de James Cameron no se encuentra entre el medio centenar de icónicos títulos que ha elegido Bramesco, basándose «en su relevancia y la superación de un cociente de genialidad», para este análisis del potencial del color en el cine a través de cuatro secciones que se guían por una historia «extrañamente lineal» de avances tecnológicos: desde los orígenes del cine al auge del Technicolor, con Méliès, Powell y Pressburger, Renoir o Sirk; una segunda era hasta la desaparición de aquel proceso de hipercoloración hasta los primeros 60, con Demy, Lewis, Mambéty o Roeg; la época de las cintas de vídeo, con Jarman, Kar-Wai, Coppola (Sofia) o Babbit; y una última sección dedicada a la nueva digitalización, con Bousman, las Wachowski, Noé o McQueen. Aunque el autor reconoce cierto hollywood-centrismo, la selección resulta lo bastante variada y sugerente como para prender en el lector la chispa de esa mirada atenta a las tonalidades que capta nuestra retina. La habitualmente primorosa edición de Blume cobra pleno sentido en Colores de cine, que además de sus cuidadísimos textos que desgranan las particularidades cromáticas de cada película, incluye gamas y fotogramas que ilustran visualmente su análisis. Una memorable guía sobre esta cualidad del cine que solemos dar por sentada y que, no obstante, es la expresión de una sensibilidad que impregna la obra por entero, como señala Bramesco: «Con las máquinas y productos químicos adecuados, y un poco de inspiración, la película nos puede llevar a cualquier lugar y mostrarnos cualquier cosa». Acaso lo que todos buscamos al sumirnos (preferiblemente) en la oscuridad de la sala.


Emilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología, de Marisol Donis (Alrevés)

Hoy día estamos bastante saturados del género conocido como true crime, que ha vivido su particular esplendor en las plataformas audiovisuales durante las últimas décadas. Pero los crímenes reales también han sido material para la ficción más honesta, aquella que sabe discernir los hechos de la pura especulación y buscar el ángulo psicológico y sociológico, más que morboso, a las atrocidades que la inspiran. Emilia Pardo Bazán (1851-1921), periodista además de versátil escritora, editora, crítica y catedrática, fue muy aficionada a la criminología, que alimentó sus narraciones breves, e hizo también su particular crónica de algunos de los sucesos más populares, tremendos y horripilantes de su época, que son los que se recogen en este libro. Un total de 30 casos aparecidos en una veintena de periódicos y revistas que repasa en estas páginas la escritora y criminóloga Marisol Donis, y donde Pardo Bazán sacaba a relucir sus dotes detectivescas y, sobre todo, su mirada de autora; pues más que informar sobre aquellos crímenes, los desmenuza y aporta enfoques inexplorados para ofrecer su posición al respecto, esclareciéndolos de algún modo, o al menos quitándole el velo obtuso propio de las autoridades y de los propios medios. Como indica en su prólogo Mercedes Castro, la labor de arqueóloga de Donis no ha consistido en recopilar los escritos de Pardo Bazán tal cual, sino en extraer, estructurar y dar luz a sus explicaciones y opiniones, «tan brillantes, tan certeras, tan rabiosamente actuales»: desde el caso del «mejor tomador de alfileres de corbata» al de «los curas que matan», pasando por el vinculado a la hebefrenia, los parricidios, los socialicidios o los mujericidios, neologismos que acuñó la propia autora coruñesa para denunciar más cruda y verdaderamente esos asesinatos. «Siguen a la orden del día los asesinatos de mujeres», escribía a principios del siglo XX. «Han aprendido los criminales que eso de la pasión es una gran defensa prevenida», continuaba, anticipándose a la importancia de emplear las palabras justas para nombrar los crímenes. Una de las principales enseñanzas de Emilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología, que ya anuncia la cita inicial de Max Aub: «A la gente le gusta mucho hablar de crímenes y, no atreviéndose a matar, ejecuta con la lengua». Pardo Bazán la hizo suya, y de las víctimas, para restituir cierta justicia a través de las letras.

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