Historias naturales

Torredonjimeno

En otro tiempo, el talud de la muralla del castillo de Torredonjimeno, en la provincia de Jaén, disponía de revoque macilento, frágil a la leve presión de los dedos infantiles en su labor de escalada. Iba yo por allí a menudo, bien de paseo, bien de observación de la pareja de cernícalos (Falco tinnunculus) que anidaban en la torre campanario de la iglesia de San Pedro, cuando cierto día, el violento traqueteo del camión de la basura desprendió un pedazo de revoque, quedando al descubierto un ejemplar de culebrilla ciega (Blanus cinereus), reptil con el que, de inmediato, establecí una amena conversación. Los años pasan, el castillo restaurado y el revoque ya no existe. Ayer volví, y aun sabiendo lo inútil del gesto, recorrí el perímetro a la búsqueda de los descendientes de mi entrañable amiga. Nada, la asepsia, la condición abiótica de las restauraciones se han impuesto. —Ahora está bonito —dijo un turista centroeuropeo que debió conocer el estado anterior, la ruina odiada pero nutricia. Recordé entonces a Cocotero, el hermano encargado de la limpieza de mi colegio barcelonés de San Ignacio, los jesuitas de Sarriá, cuando fustigaba a los fámulos con su frase favorita: «Limpiad, limpiad, malditos, no mancillar la santa hostia caída».

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