Horas críticas

Libros de la semana #120

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Rebel Girls!, de Cande Sánchez-Olmos, Tatiana Hidalgo-Marí y Jesús Segarra-Saavedra [coords.] (Gedisa)

Tomando como leitmotiv una canción del grupo de riot grrrl —punk feminista o feminismo punk— Bikini Kill, Rebel Girls! se presenta, acompañado del ilustrativo subtítulo Desigualdad de género, discursos y activismo en la industria musical, como un ensayo colectivo nacido de un proyecto de investigación en el seno de la Universidad de Alicante, y plasmado en un conjunto de catorce textos sobre diversos enfoques en torno a este interesante tema. Según señalan en su introducción las coordinadoras del volumen, la investigadora principal Cande Sánchez-Olmos (profesora de Semiótica de la Comunicación de Masas e Industrias Creativas en la UA, además de fundadora del interesantísimo observatorio Sorority Lab) y las doctoras Tatiana Hidalgo-Marí y Jesús Segarra-Saavedra, «los ecos de la cuarta ola del feminismo, el impacto del movimiento #MeToo y el resurgir del activismo en Latinoamérica invitan a profundizar desde una perspectiva feminista en los discursos y los procesos creativos que las mujeres están protagonizando en la música en el marco de una cultura heteropatriarcal hegemónica, tanto en España como en Latinoamérica». Este libro es, en sí mismo, un buen ejemplo de esa tendencia, dada la exhaustiva documentación en forma de estudios académicos sobre género y música popular, así como informes, estadísticas y testimonios de asociaciones o colectivos en este campo, con que se hace memoria. En un primer bloque, se analizan aspectos relacionados con la industria musical y otras asociadas, como la audiovisual, a través de capítulos como los de Teresa Fraile-Prieto, sobre mujeres compositoras de cine (desde Hildur Guðnadóttir a Rachel Portman o Silvia Pérez Cruz); Ana Gómez-de-Castro, sobre el rol de las mujeres en la música en directo (de históricas como Chen Castaño a referentes actuales como Ana Sanabia o Carmen Zapata), o la propia Sánchez-Olmos, sobre la reciente controversia generada por la canción de Shakira y Bizarrap. En el segundo bloque, el libro se centra en los discursos y las prácticas musicales, con textos como los de Bibiana Delgado-Ordóñez, sobre el activismo feminista digital latinoamericano en canciones de Renee Goust o Vivir Quintana; Claudio Fernández Díaz y Silvina Graciela Argüello, con un curioso análisis de las riñas musicadas del dúo Pimpinela, o M. Teresa López-Castilla, sobre la música electrónica en el contexto queer (con colectivos tan relevantes como Femnoise o Beats By Girlz). Se cierra el conjunto con un esperanzador capítulo de Sánchez-Olmos y Patricia Palomares-Sánchez sobre la sororidad entre músicas, detectada en momentos televisivos, galas de premios, gestos en redes sociales o las propias canciones de artistas como Zahara, Aitana o Tanxugueiras: «Los casos analizados demuestran que la culpa de todo no la tiene Yoko Ono, sino una estructura heteropatriarcal que ha apostado por la división entre las mujeres para conseguir su dominación. […] Este capítulo pone de manifiesto una unidad tanto a nivel nacional (Rocío Jurado y Lola Flores) como internacional (Madonna y Beyoncé) de las reinas y las divas de la música popular. El debate estéril sobre la soberanía del pop está en los medios, no en las propias reinas», concluyen. Poco más que añadir, salvo que nos sumamos al deseo de sus autoras de que este estudio abra la puerta a otros muchos sobre la cuestión, puesto que, citando la canción que da título al libro: «Esa chica mantiene su cabeza tan alta / Creo que quiero ser su mejor amiga, sí / Chica rebelde, chica rebelde / Chica rebelde, eres la reina de mi mundo».


Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie (Random House)

«Uguwu contuvo las ganas de extender el brazo para alcanzar la pared de cemento y notar la diferencia de tacto con respecto a las paredes de barro de la choza de su madre en las que aún se percibían las leves huellas de los dedos que las habían modelado». Más allá de la pista que aporta el nombre inicial, de clara sonoridad africana, cualquiera que haya leído a Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) podría reconocer su estilo vibrante, su mirada entre dos mundos —uno más humilde, el otro desarrollado— y una cierta sensación de nostalgia en el modo en que sus personajes los evocan. También las metáforas, como aquellas en las que describe unas casas alineadas «una junto a otra como hombres educados y bien vestidos» o los setos que las separan, «podados tan rectos que parecían mesas tapizadas de hojas». Pero esa prosa tan visual tampoco sería reconocible sin los sabores de autenticidad que aporta sobre las vidas íntimas, familiares, de sus personajes, la profundidad de sus pensamientos y sus relaciones (algunas de ellas, para toda la vida), así como el contexto histórico en el que se inscriben y sobre el que la autora elabora un fresco de dimensiones —políticas y personales— inconmensurables, con la universalidad propia de los mejores relatos de la literatura. En esta ocasión, se refiere a un episodio aún lacerante en la memoria de su continente, la guerra de Biafra entre 1967 y 1970, permitida y auspiciada —como casi todas— por las grandes potencias mundiales con considerables dosis de hipocresía y puro cinismo. «El mundo guardó silencio», como titula (en alusión a un título dentro de la propia novela) su magnífico prólogo a esta edición la escritora chilena Lina Meruane, en el que además de denunciar los prejuicios y la historia única simplificadora aplicada desde Occidente a la compleja y múltiple realidad africana, destaca de esta novela su «trama de pasiones y rencores y superstición pero también de resistencia política y corrupción», junto con «los dilemas pequeños y enormes de todo conflicto armado». En Medio sol amarillo, lo épico se espejea en lo íntimo, y las reflexiones sobre la etnia, el colonialismo, el empoderamiento femenino o la identidad, entre otras cuestiones, se tejen a partir del retrato de unas vidas cotidianas en la que, como señala Meruane, es la novela más política de su autora, aunque ello suponga que se aleje del historicismo y se centre en lo experiencial. Pese a lo cual llevó a cabo una importante labor de investigación en torno a la obra de Chukwuemeka Ike y Flora Nwapa; si bien la principal fuente de información y memoria es su familia, a quienes dedica un libro que se abre con una cita del poeta Chinua Achebe (también considerado padre de la novela africana moderna). No tan famosa como la magistral Americanah —que más de un lector no se quita de la cabeza— o su extraordinario debut con La flor púrpura (todas ellas rescatadas por Random House en esta nueva y estupenda edición limitada de sus obras, a las que se añaden valiosos prólogos), esta segunda novela de Ngozi Adichie fue, no obstante, premiada con el prestigioso Women’s Prize for Fiction, que años más tarde ganaría su compatriota —y heredera espiritual— Akwaeke Emezi, y alabada por autores como J. M. Coetzee. Una obra que evoca la mejor tradición del XIX en su alcance y grandeza, su inteligencia y su capacidad de conmover, y en la que la escritora nigeriana nos regala con su maestría habitual una narración absorbente, nada complaciente y al mismo tiempo tan sensible. Otra obra maestra, digna de ser recuperada.


Hijos de las Cenizas, de Vicente García (Dolmen)

«En ocasiones odiaba aquella insensibilidad, pero esa indiferencia era la que le permitía acometer misiones como aquella. Atacar un pueblo repleto de bastardos desgraciados que escuchaban con pavor el tronar de los cascos de los caballos, mientras la hueste se precipitaba sobre ellos, y aguardaban resignados su suerte, maldiciendo el día en que decidieron rebelarse contra el pago de tributos». Este párrafo, apenas el quinto de Hijos de las cenizas, concentra algunos de sus muchos valores, como el de situarnos en la perspectiva de los malos de la H(h)istoria, en este caso señores feudales que pretenden perpetuar su tiránico régimen frente a la miseria del pueblo; o como el de dotar a su prosa de una espléndida sonoridad y vividez, que a diferencia de otras novelas históricas mediocres es la que activa el mecanismo de sumergirnos de pleno en cualquier batalla, cualquier escena que recree, pese a la distancia que nos separa de las sensaciones del medievo —las emociones ya son otra cosa, más intemporal acaso—. Vicente García (Palma de Mallorca, 1971), autor hace treinta años del primer número de la revista Dolmen, pionera en la difusión del cómic estadounidense y de la que emergería la editorial homónima, ha publicado además sagas de género fantástico tan exitosas como El Libro de Sarah. Para su novela número doce, en cambio, se documentó de forma exhaustiva durante cuatro años e incluso llegó a visitar muchas de sus localizaciones con afán de verismo, detalles que apreciamos en pasajes como el que abre esta reseña a lo largo de sus más de 500 páginas. El contexto de la narración es fundamental, el de las revoluciones campesinas de la Francia del siglo XIV y la Guerra de los Cien Años, época de atroces crueldades y sobre la que —saquen sus propias conclusiones— se asentaría Europa. El escritor mallorquín, más allá del efectismo, es explícito en la descripción de escenas de una violencia lúgubre por pura coherencia con los tiempos, pero a la vez tiñe su relato de una conmovedora mirada a sus personajes más castigados y una innegable cadencia poética con imágenes de una enorme fuerza evocadora: «Lo que una vez fuera su hogar parecía una viuda de piedra vencida por la guerra, un mausoleo tocado por una luna cansada». Su estilo luce tanto en la minuciosa explicación de la estrategia de una batalla como en los momentos íntimos, una habilidad para lo macro y lo micro que se ve ampliada por su capacidad de generar un verdadero page-turner; una mezcla de rigor y acción que trae a la cabeza nombres ilustres del género, como Ildefonso Falcones o el mismísimo Ken Follett. Palabras mayores, como aquellas con las que García abre su libro y que, en cierto modo, también explican su título, pues lo dedica a su padre, fallecido durante su escritura (mientras él estaba en el campo de batalla, podría decirse), cuyas cenizas se han mezclado con «la tinta que ha dado vida a esta novela». El primer gesto poético de este tributo a su memoria, a todas las memorias, que es la excepcional Hijos de las cenizas.


Pirineos. Más allá de las montañas, de Kris Ubach (Península)

Destaca Xavier Moret en su prólogo a este libro de viajes que es modélico en su planteamiento y resolución, pues su autora pasea por el escenario con una idea previa, pero «no renuncia en ningún momento a aguzar el oído y la vista para recoger las anécdotas del día a día, las que te hacen revivir la emoción del viaje y reaccionar sobre la marcha a la aparición de personajes o destinos interesantes». Pirineos. Más allá de las montañas no es una guía dedicada —exclusivamente— a glosar sus muchos encantos naturales, sino que se detiene a explorar el mito que rodea a esta fascinante cadena montañosa, tejido de multitud de pequeños y en gran parte secretos, o bastante locales, relatos históricos o legendarios, sobre las curiosas gentes que la habitaron o han vivido allí singulares experiencias. Un intento de captar su espíritu inefable, como cualquiera que haya estado allí el suficiente tiempo, o con la suficiente calma (ajena al mal del turista y el check de paisajes, rutas o visitas), sabrá, por la dificultad de resumir en palabras toda su grandeza, las sensaciones que despierta. Para su escritura, la fotoperiodista y autora experta en el reportaje viajado Kris Ubach emprendió, entre el verano de 2021 y la primavera de 2022, cinco viajes en coche —«por cuestiones logísticas»— que abarcan desde la ciudad de Irún, en Gipuzkoa, fronteriza con Francia y separada por el río Bidasoa, hasta el Parque Natural de Cap de Creus, al norte del golfo de Rosas, en Girona. No se trata, en absoluto, de un itinerario lineal, sino al contrario, ampliamente sinuoso, como explica la autora en estas páginas: «No quiero verme obligada a escoger un bando u otro, ni a viajar en línea recta sin pisar la frontera, como quien zurce los bajos de un pantalón. Mi ruta saltará en zigzag por la cordillera. Ese es el único modo de entender los Pirineos, ya que no importa en qué cara estés: ambas comparten la misma cultura. Al fin y al cabo, la frontera invisible que dibujan las cumbres pirenaicas se pactó por unos cuantos señores poderosos, en una isla insignificante y sin que nadie preguntara a los interesados». Acompañada de excelentes fotografías, esta crónica de aventuras se salta esas y otras arbitrariedades territoriales para transitar la geografía y la historia, pero también la antropología y la mitología, la arquitectura y el folklore, el montañismo y la fe —que mueve montañas— en una serie de emplazamientos y relatos cruzados por cierto misterio. Desde la insólita Isla de los Faisanes, cuya custodia comparten España y Francia cada semestre desde 1856, pasando por la caza de la bruja María de Ximeldegui en la aldea de Zugarramurdi, los abandonados molinos del Baztán (valle popularizado por Dolores Redondo) tras la jubilación del último molinero, los leprosos espirituales de Elizondo, un convento de monjas en mitad del bosque de las lamiak —una suerte de seductoras sirenas— de Bertiz o la estancia de Hemingway en la nada cosmopolita Auritz-Burguete durante los locos años viente; hasta las personalidades que se refugiaron del nazismo en Canfranc como Josephine Baker o Marc Chagall, las aisladas aguas de Panticosa cuando las alcanzó el cartógrafo Franz Schrader en 1882, la única tumba del cementerio de Bausen, las fiestas del fuego en el Val d’Aran o la Virgen de Nuria, patrona del Pirineo catalán, cuya talla fue secuestrada por unos antifranquistas en los 60. Influida por la lectura de El gran bazar del ferrocarril, de Paul Theroux, en la adolescencia, y más tarde por los Patrick Leigh Fermor, John Steinbeck, Mary Kingsley, Rysard Kapuściński o Montserrat Roig, entre otros (aquí cita a literatos como Baroja, Flaubert, Hugo o Cela), Kris Ubach se enorgullece de haber pisado más de ochenta países distintos, explicando «cómo es el mundo y, por encima de todo, cómo son y qué hacen las personas que viven en él». A fin de cuentas, este es un libro sobre la memoria, construido en torno a la tesis de que eso que llamamos territorio es en realidad su gente, su historia, pero también su capacidad de imaginar; es decir, su literatura.

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