Crónicas desorbitadas

Olvídate de mí

Eternal sunshine of the spotless mind

Ahora es tu turno, te toca agarrar una pala y excavar en la memoria hasta recuperar un cadáver. Olvida este texto por un momento para hacer un pequeño esfuerzo, inmediato pero doloroso: trata de recordar todo lo posible sobre aquella persona que en cierto momento te destrozó la vida, aquella cuya ausencia le robó sentido al mundo, la que te acuchilló en una librería. O la que nunca llegó a hacerlo por más que te ofreciste como diana, aquella que jugó a trucos de magia para acabar quemando las cartas. Rememora tu peor relación y tus sentimientos cuando todo se rompía, cuan- do te desengañaste. Revisita las peleas, los gritos, su cepillo de dientes, el amor, el odio, el adiós, la casa vacía, la cama abandonada, el apetito ausente, el insomnio implacable y el repasar mentalmente el significado de cada palabra pronunciada. Recuenta las lágrimas, los coches estrellados, las casas que se han derrumbado. Recuerda cuando te humillaste, recuerda tu derrota y tu ira. Recuerda tu miseria. Todos hemos estado allí y todos tenemos a alguien así, ejerciendo de detonador de sentimientos, agazapado en nuestra memoria. Una persona con cara, una persona real, que se ha quedado a vivir en nuestro pasado aunque no forme parte de nuestro presente. Alguien dijo que el amor es la fuerza más poderosa del mundo pero ese alguien no tenía ni puta idea, porque la realidad es que el desamor lo es aún más.

Imagina que puedes agarrar ese dolor que se lamenta cuando lo revisitas y suprimirlo. Fantasea con la posibilidad de eliminar de la memoria a esa persona ausente que hace un momento te ha congelado de nuevo. Probablemente lo harías.

¿Y quién serías entonces?

Eternal Sunshine of the Spotless Mind roba su título original (el español ¡Olvídate de mí! es tan desafortunado que vamos a pretender también que lo hemos olvidado por completo) de un verso del poema Eloisa to Abelard de Alexander Pope, pero todo lo demás es un ejercicio magistral hijo de la imposible pareja formada por un mañoso director francés llamado Michel Gondry y un virtuoso guionista estadounidense bautizado Charlie Kaufman. La premisa de la obra se construye alrededor de una empresa de nombre revelador, Lacuna Inc, que ofrece un servicio inusual: borrar recuerdos. Un punto de partida con una cantidad inabarcable de posibilidades y un Kaufman que decide escoger la, en apariencia, más pequeña e ínfima de ellas: aquella que sitúa el epicentro del terremoto en una expareja, Joel y Clementine, que ha planeado borrarse mutuamente, extirparse por completo. Es la elección para articular una trama menos evidente y acaba convirtiéndose en la mejor posible, en un puñetazo emocional propiciado por un mecanismo fantástico del género.

Sorprende que funcione la elección del casting, no tanto por Kate Winslet sino por considerar que Ace Ventura puede cargar con este personaje. No sorprende tanto que Gondry, uno de los más hábiles creadores visuales, descargue una tormenta de ingenio a la hora de forrar la imagen con trucos de prestidigitador fabuloso poseído por un juguetero inspirado. Fascina la capacidad de Kauf man para encajar un libreto brillante desordenando la narración y obligando al espectador a utilizar el color del pelo de un personaje como faro para situarse en el tiempo y en las emociones.

El triunfo es aferrarse a un género fantástico para reinventar la película romántica sin ninguna concesión a la repostería. Es utilizar una ficción para contar una historia cuya amargura se saborea por cercana. Es atravesar una puerta que conduce directamente a la cabeza de Joel donde las discusiones estrellan automóviles contra el escenario, los amantes sin rostro tienen una espalda a sus espaldas, las paredes se resquebrajan cuando la relación se desmorona y refugiar a la persona amada entre los propios recuerdos para huir del borrado implacable significa contaminar estos con su presencia. Clementine le pide a Joel que la esconda en su humillación y él la arropa en una masturbación adolescente interrumpida por su madre, en esos detalles radica su grandeza. Una fábula que podría ser firmada por un Philip K. Dick con el corazón hueco y el cajón de los medicamentos rebosando antidepresivos antes de recorrerse todos los casinos online con depósito mínimo de cinco euros.

Lo desgarrador de Eternal Sunshine es su naturaleza realista, más que el destino de sus personajes, Joel y Clementine e incluso los secundarios, sea una tragedia evidente. El saber que una relación está condenada al fracaso no les impide dejarse arrastrar. El hecho de que dos personas cuyos antecedentes les han sentenciado acepten volver a encontrarse en un tren que descarrilará. Porque el desamor es la fuerza más poderosa del mundo, porque las personas no pueden evitar tropezar continuamente con la misma piedra cuando el corazón ejerce de brújula. Por eso Eternal Sunshine resulta tan cercana que duele, porque la naturaleza humana tiene un comportamiento tan ajeno a la lógica racional que ella misma es lo que realmente debería de considerarse ciencia ficción.

Este texto forma parte del libro Jot Down 100: Ciencia Ficción que se puede adquirir en librerías y en la tienda en línea de Jot Down.

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*