La era química, de Frank A. von Hippel (Bauplan)
«Parece razonable creer que, cuanto más claramente podamos focalizar nuestra atención en las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menos atracción sentiremos por la destrucción de nuestra especie», se cita la Primavera silenciosa de Rachel Carson en el último capítulo del libro que nos ocupa. La colección «meta·polis», de la editorial independiente especializada en ensayo Bauplan, acoge la publicación de este importante análisis que nace de una labor de diez años de rigurosa investigación y exhaustiva documentación. La era química es la crónica de cómo esta ciencia, en su intento de tratar de dar carpetazo a los considerados grandes males para la humanidad, ha acabado por crear nuevos problemas de habitabilidad y sostenibilidad en la Tierra, graves conscuencias no deseadas de sus ansias de innovación. Una vertiente poco conocida de la Historia y una realidad incómoda que se teje a base, por un lado, de un interesante uso de los datos y su interpretación y, por otro, del retrato de aquellos científicos que se pusieron la capa de héroes con tanta soberbia como imprudencia. Frank A. von Hippel, reputado docente, investigador y divulgador en Salud Ambiental y la especialidad que se conoce como Ecotoxicología, narra cómo muchos de aquellos productos químicos destinados a erradicar el hambre, las enfermedades infecciosas o —también— a los ejércitos enemigos, fueron derivando hacia terrenos notablemente oscuros: «En un número inquietante de casos, los productos químicos diseñados para prevenir el hambre y la peste finalmente se usaron para hacer el mal y los productos químicos diseñados para hacer el mal se usaron luego para hacer el bien». Por tanto, según su autor, este libro es también una historia de locura, prejuicios, destrucción y sinsentido, en la medida en que las luchas humanas contra las plagas han variado de forma radical nuestro devenir en el planeta. Una exploración que abarca un siglo, de 1864 a 1964 aproximadamente, comenzando por la Gran Hambruna irlandesa derivada de la plaga de la patata; siguiendo con la peste y el desarrollo de pesticidas para combatir su origen; la creación de sustancias químicas como armas sintéticas de guerra, y finalmente la comprensión de su impacto en la ecología, la salud y la supervivencia de las especies, sobre todo a partir de una serie de «avezados observadores de la naturaleza». Entre ellos destaca la citada Rachel Carson, quien marcaría el comienzo del compromiso con el medioambiente, adelantándose varias décadas a la denuncia de lo que hoy es una catástrofe y una emergencia acaso insalvables. Nos inspiró, al menos, a informarnos y a combatir la negligencia de gobiernos y grandes empresas, un ejemplo que se prolonga en la constatación de irresponsabilidades y cegueras que lleva a cabo este importante libro.
Samurái. La vida de Miyamoto Musashi, de Walter Dening (Satori)
«Sin duda, esta es la más divertida de todas las historias de venganza que colman los libros japoneses antiguos, lo que la hace idónea para ser contada tal cual ocurrió». Así comienza este retrato del samurái más famoso de la Historia, Miyamoto Musashi (1584-1645), autor del tratado de artes marciales El libro de los cinco anillos y experto guerrero cuya sed de revancha lo llevarían a batirse en duelo con quien se topara —dicen que en más de sesenta ocasiones—, saliendo siempre vencedor y, por tanto, vivo. El misionero, docente y escritor inglés Walter Dening (1846-1913) publicó en 1887 este relato que representaría una de las primeras obras rigurosas de la literatura occidental en torno a la cultura japonesa. Como destacan los editores en la presentación del volumen, resulta tan moralizante como fiel a lo leído/oído y sin duda apasionante en su narración de las hazañas del gran maestro nipón de los dos sables, incluido un legendario combate a muerte con Sasaki Kojiro. No obstante y según su autor, La vida de Miyamoto Musashi «no es solo una historia de aventuras, sino también la biografía de alguien que persiguió un objetivo con fervor inquebrantable durante cerca de veinte años». La magnífica edición de Satori incluye un bloque central de ilustraciones a color incluyendo preciosos retratos pictóricos de Musashi y escenas de su vida de diferentes periodos históricos, cubiertas de libros y cómics, carteles y fotogramas de películas y series de acción real y animación, etcétera. Y para completar la semblanza del samurái por antonomasia, se suman a modo de epílogo cuatro ensayos sobre su figura y sus resonancias en la cultura popular: Marcos A. Sala Ivars analiza la veracidad del mito y el arte inspirado en Musashi, así como su propia producción —poco explorada— como creador plástico; Jonathan López-Vera se aproxima a la época histórica en que vivió, el pacífico y feudal Japón de los siglos XVI y XVII; Oriol Estrada Rangil se detiene en su representación contemporánea en numerosos mangas y animes, y finalmente Manuel Astur estudia el pensamiento filosófico del periodo Edo, entre el confucionismo, el taoísmo, el budismo zen y, por supuesto, la vía del guerreo o Bushidō. Como nos recuerda Dening en el tramo final de su obra, «individuos como Musashi, cuyas vidas se guían por un ideal y que se dedican en cuerpo y alma a un gran propósito, deben servir de modelo para los tiempos modernos. Es nuestra obligación seguir su ejemplo para transformar el carácter de nuestra época». Más de 130 años después de estas palabras, las corroboramos: valores como la constancia son uno de los grandes hallazgos que el lector contemporáneo encontrará en este libro, además de emociones fuertes y un personaje de leyenda en toda su riqueza y desde la fascinación que ha seguido generando con el paso de los siglos.
La malnacida, de Beatrice Salvioni (Lumen)
No siempre ayudan las etiquetas y frases de promoción alrededor del lanzamiento de un libro o de un determinado autor, menos aún cuando hablamos de un debut. Este libro, la primera novela de su autora, ha llegado a nuestro país con el marchamo de sus resonancias respecto a la obra de Elena Ferrante, porque sus protagonistas son dos chicas en el contexto de la Italia fascista. Pero, como ha señalado la propia Beatrice Salvioni (Monza, 1995), es una comparación que quizá no se haría tan evidente hablando de dos chicos —o de dos escritores varones—. Su ambición en La malnacida no es tanta la de completar un fresco de su país en aquel periodo histórico traumático, los años 30 del pasado siglo, como la de concentrar su mirada en las intimidades de la amistad y la familia, las particularidades de la adolescencia y cómo el contexto sociopolítico define las relaciones y emociones diarias que a esa edad se experimentan, ya de por sí, a flor de piel. Y de piel y de carne escribe abundantemente la autora lombarda, un aspecto que en cambio la puede emparentar más nítidamente con su compatriota Donatella Di Pietrantonio: «Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto», escribe Salvioni como primera frase de su novela, y sigue así: «Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo. Los guijarros del margen del Lambro se me clavaban en la nuca y en el trasero desnudo, duros como uñas, la espalda hundida en el barro. El cuerpo de él, anguloso y todavía caliente, me pesaba». Un arranque así da cuenta de la fisicidad y la potente cadencia del estilo de esta joven escritora, de la que sí resulta revelador conocer, aparte de su formación como filóloga, que ha crecido en este arte bajo la tutela de Alessandro Baricco y su Scuola Holden, por la que fue premiada y lanzada a su publicación internacional. Con el turinés comparte justamente ese ritmo poético marcado y cierto realismo mágico, aunque en el caso de Salvioni es la crudeza de las vívidas imágenes la que le otorga una extraordinaria fuerza a su prosa. Lo sorprendente es que en su revisión del pasado no hay ninguna postal nostálgica o mitificadora, sino al contrario, la constatación de que aquella sociedad cruel, machista, racista y belicosa tiene no pocas similitudes con la Europa actual. La malnacida sortea el costumbrismo plano a base de estilo y de recrear el dolor y las violencias incluso en las fantasías amorosas de sus inexpertos personajes. El miedo, la culpa y la sangre son presencias de aquel ayer que reconocemos por los testimonios de mujeres de la era contemporánea, de ahí que esta narración se mueva constantemente entre ambos tiempos. No en vano, Salvioni cita canciones populares, pero también a Catulo, a Leopardi o al mismo Mussolini, incluido el fascista Decálogo de la pequeña italiana publicado en 1935; y a la vez, todo suena espantosamente vigente: «A nosotras, las chicas, la sangre no debe asquearnos», dirá una de sus protagonistas. «De mayores, sangramos aunque no queramos». Una obra que es como una herida abierta que no acaba de cicatrizar, una magnífica primera novela que anuncia una voz singular.
Muy de la casa. Los actores de mi vida, de João Bénard da Costa (Athenaica — Serie Gong)
De nuestro terrible hábito de ignorar la riquísima cultura del país —más— vecino, con el que compartimos península, el cine portugués tampoco se ha librado, y solo algunas contadas excepciones han sido valoradas y vistas como merecían: los Manoel de Oliveira, Pedro Costa o, más recientemente, Miguel Gomes, João Pedro Rodrigues o João Nicolau. También, y siempre dentro de un círculo de culto cinéfilo, la directora Rita Azevedo Gomes, quien firma el prólogo del libro que nos ocupa y que rinde tributo, justamente, a uno de los cinéfilos que más han hecho por el séptimo arte en su país. Docente, escritor, crítico y programador, João Bénard da Costa (1935-2009) destacó sobre todo por su labor en la Cinemateca portuguesa a lo largo de tres décadas, en las que sus innovadoras iniciativas y proyectos emprendieron lúcidas lecturas y diálogos entre las obras y sus artífices. Azevedo Gomes, quien fuera colaboradora suya en la Fundación Calouste Gubelkian (otro periodo decisivo), define la escritura de Da Costa en estas páginas como mozartiana, poblada de pasadizos que conectan con otras ideas o referencias a los objetos de su admiración: «Estos escritos son la expresión fascinada de su enamoramiento por los actores con los que vivía encerrado en esa casa de la que era el único que verdaderamente poseía la llave». Muy de la casa es un compendio de artículos que publicó entre 1989 y 1990 en el diario O Independente a modo de minisemblanzas de quienes consideraba entonces, como reza el subtítulo del libro, los actores —y también las actrices— de su vida. Un diccionario, a la manera de Flaubert o de Borges, pero inspirado por el de David Thomson, que mezcla algo de información y «mucho delirio», según el propio autor, y en el que «cualquier semejanza entre los personajes retratados y los personajes reales o ficticios es mera coincidencia». En estas páginas perfila a Esther Williams y su enamoramiento adolescente de the prettiest girl, a ese «caballero desconocido y transparente» que fue Joel McCrea, a la «suavemente andrógina» Teresa Wright, a un secundario con luz propia como Thomas Mitchell, a la «increíblemente fotogénica» Anna Karina o a uno de los nombres más «obsesionantes», el de Maj-Britt Nilsson. Intérpretes a menudo muy olvidados, pero que para Da Costa fueron «muy de la casa y estuvieron en la cabecera de mi cama, acompañándome en la enfermedad y en la salud o como visibles voyeurs de escenas eventualmente chocantes». Esta primera obra suya llevada al castellano permite apreciar su habilidad para la reseña memorialística («que nadie busque en este libro ninguna otra historia que no sea la mía», advierte), la interpretación que abre puertas insospechadas, la confluencia de otras artes como la música o la pintura y un excéntrico humor a la hora de aproximarse a figuras y materiales sagrados para él; un festín que sorprenderá al cinéfago más avezado e interpelará a quienes aún se estén formando en el arte de amar el cine.