Horas críticas

Libros de la semana #108

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

 Pioneras. 1850-1960, de Marina Amaral y Dan Jones (Desperta Ferro) 

«Durante la mayor parte de la historia, Anónimo fue una mujer». La incisiva cita de Virginia Woolf abre este espléndido volumen lleno de imágenes fascinantes, que nos llega de la mano de Desperta Ferro y cuyo oportuno lanzamiento se ha hecho coincidir con la reciente celebración del Día Internacional de la Mujer. La artista visual brasileña Marina Amaral (Belo Horizonte, 1994) vuelve a repetir la operación de devolver a la vida, en todo su esplendor, las más impresionantes fotos históricas, su auténtica especialidad, como ya hiciera en el magnífico El color del tiempo: una historia visual del mundo. 1850-1960, aunque en esta ocasión poniendo el foco en la presencia de figuras femeninas de que adolecía aquella selección —como cualquiera que parta de la Historia oficial: «teníamos la sensación de estar peleando contra la propia historia», dice el prólogo sobre su voluntad de inclusión—. De nuevo en colaboración y complicidad con el prestigioso historiador británico Dan Jones (Reading, 1981), que aporta los cuidados textos interpretativos, se trata esta vez de refutar aquello de que este «es un mundo de hombres», contando aquel mismo periodo entre mitad del siglo XIX y el XX a través de las imágenes, vidas y experiencias de grandes mujeres. Pioneras —titulado originalmente A Woman’s World— supone un repaso a las transformaciones radicales del mundo en aquellas décadas con un enfoque diferente que brinda la participación femenina: una suerte de cara B de la historia como se ha contado tradicionalmente. Desde un campo tan habitualmente reservado a los hombres como el deporte, con la ciclista sueca Tillie Anderson, la boxeadora Annie Newton, la reina de las olas Gertrude Ederle o la recordwoman Kinue Hitomi; a figuras de la educación como la brillante Helen Keller, la india Suniti Devee o la protofeminista negra Anna J. Cooper; pasando por mujeres de armas tomar como Anita Garibaldi, la actriz Lena Ashwell o las milicianas de la Guerra Civil española con Lina Ódena al frente; grandes del arte como la pianista Clara Schumann, la ceramista hopi Nampeyo o la escritora y folklorista Zora Neale Hurston; las activistas Sojourner Truth, la poeta Sarojini Naidu, las revolucionarias de El Cairo en 1919 o la sufragista Inez Milholland; además de actrices, aventureras, emprendedoras, científicas e investigadoras. Modelos de mujer que aportan, en las renovadas y vívidas estampas rescatadas por la creatividad de Marina Amaral, otros referentes en todos los continentes, en todas las culturas. Pioneras no es un ensayo sobre justicia social, pero hay en el una decidida y decisiva preocupación por los derechos de la mujer, «una celebración de su existencia y una plataforma para subrayar sus historias». Aquellas que —también— hicieron Historia.


 Los ríos profundos, de José María Arguedas (Alfaguara) 

«En la tarde llegamos a la cima de las cordilleras que cercan al Apurímac. Dios que habla significa el nombre de este río». La Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, en su último congreso celebrado en Sevilla en 2019, acordaron rendir homenaje a uno de los más grandes representantes de la literatura en Perú a través de esta edición conmemorativa de Los ríos profundos, que ha sido finalmente presentada en el reciente Congreso Internacional de la Lengua Española en Cádiz —el Sur por bandera, pues—. El escritor, docente y antropólogo Jose María Arguedas (1911-1969) señaló el comienzo del movimiento literario neoindigenista con la publicación de esta novela en 1958, sentando las bases junto a Juan Rulfo de la transculturalidad y el mestizaje en las letras hispanoamericanas. Con todo y como señala la presentación de esta valiosa recuperación, la obra maestra del autor peruano «huye de mostrar exclusivamente el aspecto racial del indio, victimizado y marginal», revelando en cambio su riqueza y complejidad, como se comenta y analiza ampliamente en el conjunto de estudios monográficos y breves ensayos que acompañan esta edición. Empezando por el de Mario Vargas Llosa y su defensa de «la ensoñación, la memoria privada y el lirismo» en la obra de Arguedas, y siguiendo con un texto de Sergio Ramírez que lo enfrenta a Carlos Fuentes en esa tensión entre lo arcaico y lo moderno propia del inminente boom que vivirían las letras latinoamericanas en la década de 1960. El nicaragüense ganador del Cervantes observa lo que de autobiográfico tiene Los ríos profundos, esa conciencia de «un niño blanco que piensa y siente como un niño indio» y que teje su lenguaje con vocablos y recursos de ambas lenguas —la colonial y la quechua—, dando origen a su particular musicalidad, huyendo del didactismo de cierta literatura indigenista: «Una novela que reivindica de verdad al indio desde la majestad literaria, con ánimo de invención, y esos seres anónimos, oscurecidos por la historia que los ha mantenido al margen, objetos más que sujetos, cobran la calidad de personajes, la única que puede volverlos trascendentes». En esta novela de aprendizaje, la descripción de esos personajes incrustados en el paisaje emana de una geografía de la intimidad (como la describe Alonso Cueto) que, desde su prisma subjetivo, desvela un universo de prodigios: «A medida que baja al fondo del valle, el recién llegado se siente transparente, como un cristal en que el mundo vibrara. […] El viajero oriundo de las tierras frías se acerca al río, aturdido, febril, con las venas hinchadas. La voz del río aumenta; no ensordece, exalta. A los niños los cautiva, les infunde presentimientos de mundos desconocidos». La voz del río nos trae los mundos desconocidos y a descubrir de José María Arguedas.


 El origen del mundo. Vida de la modelo, de Claude Schopp (Libros del Zorzal) 

La celebérrima vulva que se abre a la contemplación en la pintura L’Origine du monde (1866), de Gustave Courbet, y que desde 1995 forma parte del Musée d’Orsay, procedente de la colección del psicoanalista Jacques Lacan y la actriz Sylvia Bataille, siempre ha estado llena de misterios. Primero el de una obra en efecto famosa y reconocible en todo el mundo por su carácter provocador y transgresor, pero quizá no del todo entendida en cuanto mirada tan franca como clásica, influida por el arte de los Tiziano y Veronese. Y en segundo lugar, por la identidad de la modelo del cuadro que reflejó y divulgó universalmente su intimidad anatómica. De tal incógnita nace este ensayo del historiador francés Claude Schopp (Normandía, 1943), premio Goncourt de biografía y especialista en la figura de Alexandre Dumas que, revisando sus cartas con George Sand, dio con el nombre de aquella integrante del cuerpo de bailarinas de la Ópera de París, amante del diplomático turco-egipcio Khalil-Bey, quien encargara la obra de Courbet para celebrar la grandiosidad del cuerpo femenino. La protagonista del desnudo más osado del siglo XIX y uno de los más relevantes de la historia del arte, Constance Quéniaux (1832-1908), recibe aquí su merecido nombre y, aún más, personalidad y alma en forma de otro retrato —este, de vida— que explica cómo, nacida pobre e hija de padre desconocido y de una trabajadora del textil analfabeta, entendió pronto que «la galantería era el único camino que podía darle una revancha social», procurándose además lo que en estas páginas se denomina el arte de hacerse olvidar. Ni tonta ni demasiado expuesta, sino más bien discreta dentro de aquel dandismo parisino guiado por la consideración viciosa y virtuosa a un tiempo de las mujeres, Quéniaux escapó de la «carrera frenética de placer» propia de la época y de ahí que no haya figurado en la amplia nómina de mujeres mantenidas o «grandes impuras» que ocupaban los diarios como parte de la escenografía social. A partir de su descubrimiento involuntario pero no fortuito («Aquel que encuentra sin buscar es aquel que ha buscado largo tiempo sin encontrar», cita a Gaston Bachelard), Schopp emprende en El origen del mundo una fascinante investigación sobre el enigma de la modelo, admirando su inteligencia de cortesana y mujer de cultura, a la vez que admitiendo que su figura se escapa «a quien intente devolverla a la vida inscribiéndola en el tiempo, su tiempo, ya que es para la eternidad esa parte de ella misma, tanto tiempo anónima, que el genio del pintor volcó sobre la tela». Mujer que, en el fondo, llamó a otras mujeres, «a todas las mujeres, a luchar», a partir de ahora y de este importante libro su cuerpo triunfal nos hablará también de ella, de su historia personal de superación.


 El ruiseñor y la alondra, de Carlos Clementson (Berenice)

Es lícito que el lector pueda sospechar, de antemano, sobre las intenciones de un libro que, como el que nos ocupa, se anuncia —y subtitula— como una antología de la mejor poesía en lengua inglesa, pues la propia designación de una pieza arte como «mejor» que otras resulta confusa y siempre arbitraria. Pero basta con echar un ojo a los primeros capítulos de esta asombrosa compilación para darse cuenta de la honestidad de la empresa. En primer lugar, por la erudición y el conocimiento de un experto como el filólogo, traductor y poeta de tan elevada reputación como Carlos Clementson (Córdoba, 1944), cuya pasión por el material tratado añade un considerable rigor a su empeño divulgativo. Además, el esfuerzo parte de la tradición crítico-biográfica de la poesía inglesa en España, que reivindicaron autores insignes como Unamuno, Juan Ramón o Cernuda, junto a otros admiradores/traductores de las letras anglosajonas como Altolaguirre, Dámaso, Panero o Gil de Biedma. Y finalmente, si no se puede acusar a El ruiseñor y la alondra de llevar a engaño es por sus declaradas intenciones de limitarse al siglo XIX, «auténtica centuria áurea» de la poesía en lengua inglesa, iniciando el itinerario en «los supremos sonetos» de Shakespeare, la poesía metafísica y el «poeta de la tierra, el cielo y el infierno» John Milton; siguiendo con el romanticismo más personal del «profeta para tiempos modernos» William Blake, la «emoción recordada en la calma» de William Wordsworth, los «poderes de la imaginación» de Samuel Taylor Coleridge o los más a menudo celebrados Byron, Shelley y Keats; la poesía victoriana y prerrafaelista, el «reino interior» de Emily Dickinson, los «mundos espectrales» de Edgar Allan Poe, la «fuerza agreste y arrebatadora del páramo» en Emily Brontë, ese «hombre que era todos los hombres» llamado Walt Whitman, la «espiritualidad transida de misticismo» de Christina Georgina Rossetti, el «esteticismo neopaganizante» de Algernon Charles Swinburne o la «sufragista de mujeres escritoras» Alice Meynell; para culminar en «una de las mayores voces de la modernidad» como es la figura del Nobel irlandés William Butler Yeats, el «tono radiante y humilde» de G. K. Chesterton o el «panerotismo exaltado» y «fervorosamente terrenal» de D. H. Lawrence. En la forzosamente restringida elección de nombres y piezas, el autor cordobés ha querido reivindicar la fuerza de la imaginación (sobre la del racionalismo francés más academicista), «un conocimiento ultrarracional que les permite descubrir nuevos aspectos y significaciones más profundas de la realidad y de la jerarquía de las cosas». Un espléndido volumen y una mirada capaz de ir más allá de los sentidos y el intelecto, en cuyas páginas resuenan los vivos y armoniosos cantos de dos aves que, como la poesía en lengua inglesa, no detienen nunca su sonido ni dejan de servirnos de inspiración para volar; en este caso, a través de la palabra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*