Pasión por la ignorancia, de Renata Salecl (Paidós)
Abrumados como estamos en el día a día por el aluvión de informaciones —y desinformaciones— parciales, contradictorias o directamente falsas, a menudo preferimos meter la cabeza bajo tierra y evadirnos de todo. Pese a lo que pueda parecer por su premisa, Pasión por la ignorancia no es una denuncia de esa tendencia más o menos evidente, sino una reivindicación del rol que esa admisión de no saber podría a veces jugar, precisamente, en el cuestionamiento de la realidad. Este concepto, con el que el psicoanalista Jacques Lacan aludía a sus pacientes que no querían reconocer la causa de su sufrimiento, sirve de punto de partida en este ensayo para examinar «cómo tratamos de no afrontar los conocimientos traumáticos» y «cómo las sociedades hallan continuamente nuevos modos de negar información susceptible de minar las estructuras de poder o los mecanismos ideológicos que sustentan el orden existente». Según su autora, la filósofa y socióloga de origen esloveno Renata Salecl (Slovenj Gradec, 1962), quien ya se había pronunicado por escrito contra la autoayuda, las sociedades posindustriales llamadas del conocimiento e inundadas por la presencia de fenómenos como el big data o la posverdad, motivan una doble vertiente de la ignorancia: por un lado, es un peligro si se considera en sí misma algo de lo que enorgullecerse y también cuando se convierte en mera obligación de consumo intelectual; por otro, es útil a la hora de entender nuestra posición frente a ciertas estructuras de poder, establecer expectativas y hasta estrategias de resistencia: «Si la creencia generalizada es que el conocimiento está indiscriminadamente disponible para todos con independencia de nuestro nivel educativo, experiencia o aptitud natural, el estado de ignorancia se convierte en algo más degradante». La autora examina cuestiones como la economía de la ignorancia en épocas de crisis, y cómo la negación ha resultado una forma de supervivencia entre quienes han vivido una guerra; las fantasías acerca de la herencia genética como modo de explicarlo todo y los sentimientos de vergüenza y culpa que se derivan de ella; cómo cerramos los ojos a los riesgos que se ciernen objetivamente sobre nuestra salud y bienestar; las vendas en el plano intersubjetivo de las relaciones afectivas, incluidas las de odio; la ideología neoliberal subyacente en movimientos de quienes se ven ignorados en su virilidad, como es el caso de los incels; y, finalmente, la era de los macrodatos y la ideología de la automejora a través de móviles y aplicaciones, esa nueva fe. Cuenta Salecl en su epílogo, que analiza los efectos de la pandemia sobre este tema, que cuando aquella vivía su cénit un amigo suyo se volvió un experto en la actualidad del coronavirus, las teorías científicas, la evolución de la propagación, las medidas de protección… «Sin embargo, un día me confesó que, para él, leer todas aquellas noticias no era una búsqueda de conocimiento, sino más bien un intento desesperado de encontrar una prueba de que la pandemia no era real».
Cantabria tierra de leyendas, de Marcos Pereda (Librucos)
«La religión de una época es el entretenimiento literario de la siguiente», se cita al poeta y pensador Ralph Waldo Emerson al inicio de este libro, una recopilación del conjunto de leyendas de la mitología cántabra —lo más parecido a las creencias populares— que no existía hasta ahora con este grado de exhaustividad. El versátil escritor y docente Marcos Pereda (Torrelavega, 1981) no ha querido hacer en Cantabria tierra de leyendas un trabajo de etnografía, folklorismo, historia o lingüística, sino una verdadera obra literaria, por lo que se centra en el aspecto narrativo y en una estructura ingeniosamente concebida. En vez de meramente disponer una relación funcional y aséptica de estas historias organizadas por zonas, temáticas o temporalidad, el autor se ha liado la manta a la cabeza para, inspirado por el American Gods de Neil Gaiman, contar la formación de la geografía de Cantabria, el surgimiento de los dioses de la región, «el desapego de la misma Humanidad para con los que antes eran seres amados y temidos», como un solo relato que aglutina e hilvana todos los demás. Una de sus grandes aportaciones a esta exploración, complementada por cierto con las estupendas ilustraciones de Elena Ibáñez, es la introducción de la terminología y la dialéctica tradicional propia de los lugares en que se ambienta, todo un patrimonio que ha heredado y aprendido de primera mano. Pero además de la experiencia personal y de su cercanía con los hechos fabulados, hay en su minuciosísima investigación una ingente labor de documentación que evidencia la gran cantidad de fuentes recogidas en su bibliografía —el célebre Manuel Llano es solo una de ellas—, desde las crónicas feudales a estudios agropecuarios, pasando por la historia de las instituciones, las rutas jacobeas, la arquitectura religiosa, la escuela rural o la creación del paisaje. Todo ese saber está destilado en una serie de narraciones en las que cobran vida los seres y los sucesos mágicos propios de la superstición cántabra: de una diosa de cabellos de agua a un oniromante, de un bosque provisto de ojos a un dragón manso y sádico que consume vírgenes, de unos enormes demonios con fuerza de tempestad a los autómatas mayordomos de Juan de Espina. Armado del estilo pleno de oralidad y giros coloquiales que con tanta maestría suele manejar Pereda, así como su fascinante capacidad fabuladora, capaz de integrar lo colosal y lo diminuto, lo divino y lo ordinario, lo poético y lo prosaico en una escritora fluida que se lee como se oyen los mejores cuentos a cielo abierto, este magnífico compendio es una oda al acto de «relatar para no ser olvidados». Un ejercicio de resistencia y de rebeldía ante cómo la transmisión de leyendas populares corre el riesgo de quedar en un cajón cerrado con tanta red social y tan escasa capacidad de atención al entorno. Y, sin embargo, Cantabria tierra de leyendas no cierra la puerta a la vigencia de este mundo extraordinario: «Vosotros sois jóvenes, y ya no creéis. Ese, ese es el problema. Que todo sigue ocurriendo, que nada cambió, pero venís con vuestros aires, con vuestras ideas nuevas, y le dais la espalda a lo que es, a lo que siempre fue. A lo que siempre será, escuchadme, a lo que siempre será».
España pagana, de Richard Wright (Big Sur)
En 1957, el New York Times avisaba en su reseña de este libro, publicado originalmente aquel año: «Los españoles lo odiarán y los católicos se quedarán consternados, pero a otros lectores les parecerá apasionante». La España pagana retratada en estas páginas que ahora rescata la editorial Big Sur dista muchísimo de la actual, pero habrá a quienes siga escociendo su visión descarnada de una etapa oscurísima y no tan lejana de nuestra historia, el componente atávico de un pueblo sepultado bajo la crisis, víctima de la dictadura política y de la opresión religiosa. El novelista, poeta y ensayista estadounidense Richard Wright (1908-1960), célebre por su incendiario tratamiento de la discriminación racial en su país y perseguido por el FBI hasta verse obligado al exilio, traza aquí una crónica de viaje que ahonda en las contradicciones de la cultura occidental, y que tiene tanto de análisis sociológico como de evocación literaria de lo que considera «la degradación de la vida humana en España». Nacido en el absolutismo racista de Misisipi, según cuenta al inicio de su relato los gobiernos y los modos de vida totalitarios no albergaban secretos para él, pero durante casi una década ignoró las recomendaciones de visitar el territorio español, incluidas las de una agonizante Gertrude Stein. Ya por entonces se había dolido y obsesionado en sus artículos para el Daily Worker con el país de Franco, y quizá por eso estuvo postergando la resolución de una pregunta esencial en torno a él: «¿Cómo se puede seguir viviendo cuando ha muerto la esperanza de libertad?». Lejos de la postal, la imagen del país que devuelve el libro de Wright puede parecer a ojos de hoy estereotipada, pero habrá de recordarse que por aquel entonces España era puro cliché: un mejunje de miseria, vigilancia, violencia y —también— belleza salvaje, que no dejaba de resultar fascinante a ojos extraños y que el autor recrea con asombrosa prosa, cargada de fuerza y verdad líricas. En su paso por Barcelona, Madrid, Granada, Sevilla y Zaragoza, y todas las zonas rurales de por medio, demuestra su natural curiosidad de reportero (incluso zambulléndose en el catecismo falangista) sin miedo a investigar cuestiones como el Estado, la religión, la política, la agricultura, la patria y sus muchos claroscuros, diferenciando entre teoría y realidad a pie de calle: «Me senté en mi habitación y reflexioné sobre el misterio de las dos Españas que había visto hasta ahora: la España oficial y la España humana. ¡Qué lejos estaban! La enorme distancia que las separaba anunciaba el peligro. Esta nación había sido arrancada de un modo brutal y sangriento de los delgados amarres democráticos que tuvo en los días de la República y desviada hacia otro rumbo. Pero ¿cuál era ese rumbo y a dónde conducía?». Es duro leer el juicio implacable e inmisericorde de Wright sobre esa España que rebosaba ignorancia y desesperanza, y que se abre y cierra con las palabras de Nietzsche: «¡Qué pobre en verdad es el hombre!».
Madame Gauguin, de Fietta Jarque (Fondo de Cultura Económica)
«Desde niña se dio cuenta de que prefería pasar inadvertida, cumplir silenciosamente lo que se esperaba de ella, siempre en segundo plano. Primero, en sus años de pobreza, para no sufrir castigos de quienes la cuidaban o represalias de otros niños y sus juegos crueles. Después, cuando la fama de su madre creció en los círculos del París intelectual, por su imbatible timidez». Este libro novela la vida, en segundo plano y en primera persona —aunque incorporando otras voces—, de Aline Chazal Tristán o Aline Gauguin (1825-1867), apellidos que ya ayudan a situar su figura ensombrecida por la efigie de dos mitos: los de la pensadora y precursora del feminismo Flora Tristán, su madre, y el pintor posimpresionista Paul Gauguin, su hijo. Ambos lograron variar el curso de la historia desde sus respectivos campos; ella respecto a la evolución de la realidad sociopolítica y él, de lo artístico-cultural. Pero en lo que se detienen estas páginas es en la evolución personal de quien sirvió de nexo sanguíneo entre ambos hasta quedar exangüe. Todo parte de la sangre, de hecho; el drama de verse abusada sexualmente por su propio padre y de la tragedia desencadenada por aquel acto atroz: «El más sucio lodo de mis recuerdos. La garra de viento me hunde la cara en ellos. Ese gran agujero era mi boca abierta. Esa puerta, esa noche, ese trago de brea». La escritora, periodista y comisaria de arte peruana Fietta Jarque retrata aquella personalidad orillada por las circunstancias y el tiempo en su viaje precisamente a Perú, con 22 años, y su posterior retorno a Francia: «Ser ese personaje a veces simplemente decorativo en las reuniones de sociedad le permitió ser testigo de las inquinas y maledicencias entre unos y otros». El relato surge como la cara oculta de El paraíso en la otra esquina, de su compatriota Vargas Llosa, donde la vida de Aline también quedaba sepultada, y de evocar cómo ella influyó en la vocación de su hijo y cómo lo hizo su estancia en la ciudad limeña, cuando él apenas era un niño. La escritura rítmica y preciosista se beneficia en Madame Gauguin del amplio trabajo de investigación, que se hace explícito en fragmentos de cartas, notas o libros, y cuyo poso se advierte en la reconstrucción de ambientes y sensaciones. Un libro que le ha ocupado a Jarque más de una década y que también se decanta por explorar la relación con la madre-abuela, ambas sufridoras y también conquistadoras de su independencia, lo que llegado un punto genera admiración en la protagonista: «Ser independiente, trabajar, valerte por ti misma sin deber nada a nadie. A ningún hombre. No depender de la fortuna de los otros». Entre vacuas tertulias intelectuales emerge, decíamos, una evolución en la propia Aline, que es capaz de finalmente conocer la sensación de enamorarse: «Y esa mujer le gustaba, se gustaba por primera vez en la vida».