Horas críticas

Libros de la semana #95

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Idaho, de Emily Ruskovich (Random House)

«Cuando la mente de Ann se abre de nuevo como un ojo, lo más desconcertante es el sosiego que se ha impuesto en la escena. May está inmóvil en el asiento de atrás, con la cabeza sobre las rodillas. Los tábanos se le posan en los brazos ahora que ha dejado de dar manotadas. Tiene el pelo cubierto de sangre caliente y pegajosa. El zumbido cesa y los insectos se le posan en los brazos casi con ternura, como chiquillos hartos de pelearse que se disponen a dormir». Varios elementos hacen de esta una novela extraordinaria, que sin duda podemos situar entre lo mejor que nos ha dejado 2022: su extraordinario retrato poliédrico de la memoria, su evocación incierta de un suceso trágico que rompe por la mitad una familia, su empatía con los personajes —aun en sus más sombríos recovecos— para entender la verdad y la complejidad de sentimientos como el amor, la culpa o el perdón. Tras haber publicado algunos relatos cortos, la profesora de escritura creativa Emily Ruskovich (Idaho, 1986) debutó en la novela a lo grande, ganando uno de los premios mejor valorados del mundo, el International Dublin Literary Award, con esta obra ambientada y titulada como su estado natal. Idaho es la historia de un instante brutal, reconstruida a base de piezas del rompecabezas por una testigo indirecta, quien entabla relación afectiva —no de forma casual— con un padre que empieza a verse afectado por los síntomas de la demencia y cuya esposa mató a una de sus hijas, de seis años, y provocó la huida de la otra, de nueve, hacia paradero desconocido. La increíble habilidad de la escritora estadounidense para tejer esta narración a través de continuos saltos cronológicos y diversos puntos de vista se completa, además, con su forma sutil y oscura, emocionalmente intensa y poderosísima, de recrear todo aquello que no puede ser dicho, lo que queda enterrado bajo montañas de gestos cotidianos, la trascendencia de cada detalle del acto que ha marcado para siempre unas vidas y que permanece inexplicable muchos años después. La necesidad de buscarle sentido a lo que no lo tiene y la vinculación de vidas que se cruzan, sin tampoco una explicación pero sí con un destino común, son el alimento de un relato cuya fuerza radica en la hermosa sencillez de la prosa esgrimida por Ruskovich: metáforas del calibre de «se mostraba indiferente como un continente» o bien «las palabras le salen como si hubieran hervido en lágrimas» jalonan una lectura fascinante, con ecos de autoras como Alice Munro, Marilynne Robinson o Lionel Shriver, donde la controversia moral de lo expuesto no enfanga la capacidad de conmover, sino al contrario. La distancia que su estilo literario virtuoso y discreto pone con los hechos, a menudo presentados con cierto desapasionamiento (acaso para hacerlos soportables), contrasta con el acercamiento microscópico y diseccionador a las psiques de los implicados. «La revelación de la bondad duele más que la crueldad. No hay manera de corresponder a ella», escribe Ruskovich, convencida de que lo interesante está en toda la escala de grises que conecta ambas palabras y donde se sitúan a fin de cuentas casi todos los comportamientos, casi todos los recuerdos, casi todos los padres y las madres del mundo. Aunque a veces no seamos capaces de entenderlo, y aunque apenas haya palabras para contarlo. La autora de Idaho las ha encontrado.


La conspiración, de Paul Nizan (Montesinos)

Su primera obra la publicaría casi coincidiendo con su ingreso en el Partido Comunista. En 1939 lo abandonó como reacción al Pacto Ribbentrop-Mólotov, y poco después moriría en Dunkerque luchando contra la Alemania nazi. Paul-Yves Nizan (1905-1940), filósofo además de escritor, nunca abandonó su conciencia social, pero dejó patente en su breve vida y su vigente obra la «traición de clase» que tan de cerca conoció, en un entorno pequeñoburgués que acabaría rendido al pensamiento reaccionario. En un escalafón más acomodado aún se hallan los protagonistas de La conspiración, su última y más aclamada novela, un grupo de jóvenes intelectuales que pretenden alcanzar la verdad revolucionaria en un mundo moralmente descompuesto. Una empresa tan fatua como arriesgada que, en última instancia, alimenta una mordaz y trágica reflexión sobre el absurdo del idealismo: «Spinoza, Hegel, el marxismo, Lenin no son aún más que grandes pretextos, grandes referencias embarulladas, y como ignoran todo acerca de la vida que llevan los hombres entre su trabajo y su mujer, sus patronos y sus hijos, sus pequeñas manías y sus grandes desgracias, no hay aún en el fondo de su política más que metáforas y gritos…». No es de extrañar entonces que el mismísimo Jean-Paul Sartre, viejo compañero de Nizan en el Liceo Henri-IV de París, saludara este libro como obra maestra en la que hallar «detrás de estos héroes irrisorios, la personalidad amarga y sombría» de su colega, al que asolaba la culpa y que logra en estas páginas exorcizarla a través de una prosa llena de tensión, como cuando escribe: «A los veinte años es cuando se es sabio. Se sabe entonces que nada compromete ni ata y que no hay máxima más baja que la famosa frase acerca de las ideas de juventud realizadas en la edad madura. Solo se consiente en comprometerse porque se adivina que el compromiso no dará una forma definitiva a la vida». También un pensador y escritor tan importante como Walter Benjamin (quien se suicidaría meses después de la muerte de Nizan) fue admirador de esta novela, como demuestra la carta dirigida a Max Horkheimer que se incluye como colofón a esta edición. En ella, el crítico de origen judío alaba la mezcla de novela política y bildungsroman en un libro desencantado y revelador de que «las ocupaciones de las fábricas pertenecen al pasado». Para Benjamin, uno de los grandes aciertos de La conspiración es tener en cuenta y reflejar, en los entusiastas jóvenes parisinos que pretenden una transformación social, que «el aislamiento del proletariado es uno de los hechos que permitieron predecir la derrota». Pero más allá de todo ese sentido histórico desde el prisma del activismo sociopolítico, en la obra de Nizan (que no en vano se hizo acreedor del codiciado Prix Interallié de 1938) fluye su poderoso, sugerente estilo, y resuena la pregunta que se hace su protagonista hacia el final, consciente de hallarse en la edad de la ambigüedad: «¿Cómo salimos de la juventud?».


La naranja mecánica [edición 60 aniversario], de Anthony Burgess (Minotauro)

«— Entonces, ¿qué? Allí estábamos yo, Alex, y mis tres drugos, Pete, Georgie y Lerdo, porque Lerdo es realmente lerdo, sentados en el bar lácteo Korova, aclarando los rasudoques para saber qué podíamos hacer esa noche, en un invierno flip, oscuro, helado y cabrón aunque seco». En un estilo muy reconocible comienza esta obra maestra de la literatura que inmortalizaría la adaptación al cine de Stanley Kubrick pero a la que, precisamente por su capacidad de (meta)reflexión e inventiva lingüística, merece siempre la pena volver. En este caso el feliz pretexto es la conmemoración del 60 aniversario de su publicación, en una magnífica edición limitada de Minotauro que vierte al español la de Andrew Biswell en 2012. Justamente uno de sus alicientes, gracias a la traducción de Juan Pascual Martínez Fernández, es la completa revisión del texto original de La naranja mecánica, con el añadido de un glosario de la jerga adolescente Nadsat que emplean sus protagonistas. Junto a ello (y además de unas estupendas ilustraciones de David M. Buisán) se incluyen profusas notas, páginas del manuscrito mecanografiado, ensayos y artículos periodísticos de Malcolm Bradbury, Christopher Ricks, A. S. Byatt y el propio Burgess, así como el prólogo y el epílogo (una suerte de diálogo entre Alex y su creador) escritos por el autor cuando realizó la primera de sus adaptaciones teatrales en 1987; también una introducción del citado Biswell, donde relata la controversia que siempre ha rodeado a esta lúcida distopía y el contexto en el que nació. Lingüista talentoso apasionado por la cultura rusa, durante unas vacaciones en Leningrado el escritor británico quedó impactado con la imagen de «bandas de jóvenes violentos y bien vestidos» que le recordaban a la juventud «dandi y sin ley» de su país. La misma que evocaría Burgess en esta obra fundamental y de capital influencia en la cultura popular, que a lo largo de varias décadas ha tenido entre sus acólitos o herederos a creadores tan dispares como Burroughs, Warhol, el grupo Blur, Danny Boyle, Ballard y por supuesto Kubrick. Su «reelaboración radical» fue bien acogida en principio por el autor de la novela, si bien para la gran pantalla se omitieron cuestiones que en la novela resultan aún más duras o explícitas, por las limitaciones visuales y también morales. En este sentido, resulta esclarecedor el texto de Burgess titulado Una última palabra sobre la violencia, incluido al final de esta edición como respuesta a quienes le acusaron de incitarla: «La violencia solo se puede contrarrestar con la violencia, y ahora debemos aceptar que la brutalidad, a menudo llevada a cabo en nombre de los motivos más elevados, es un aspecto imborrable de la vida contemporánea. No me refiero únicamente a la tortura y el asesinato, sino también a la violencia ejercida sobre la estabilidad de la comunidad a través de medios como la inflación, y la más terrible violencia, promulgada en nombre del progreso tecnológico, que se ejerce sobre el medio ambiente. Todos nos hemos acostumbrado a la violencia: es nuestra noticia diaria y nuestro entretenimiento nocturno». El texto es de 1982.


La espera, de Keum Suk Gendry-Kim (Reservoir Books)

Después del fenómeno y el apabullante éxito que supuso su anterior Hierba, publicado en nuestro país hace menos de un año por Reservoir Books y en el que se narraba el trágico episodio de las esclavas sexuales del ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial, la misma editorial nos trae una nueva reconstrucción histórica en forma de cómic de manos de Keum Suk Gendry-Kim (Goheung-gun, 1971). En este caso, aborda otro trauma para su país, el que supuso la escisión de numerosas familias que siguió a la guerra de Corea en la década de 1950 y que creó una enorme cantidad de refugiados por el conflicto que, generación tras generación, vivirían en la esperanza de volverse a ver, reconocerse: «Hace tiempo, le hice una promesa a mi madre: que encontraría al hijo que perdió. No sé cómo pude prometerle tal cosa. […] La promesa que le había hecho me aplastaba el corazón como una piedra». Partiendo de una serie de entrevistas y con un marcado poso autobiográfico, la dibujante y escritora coreana vuelve a ponernos el corazón en un puño con un relato de ficción que recoge esas voces para narrar, desde ese prisma íntimo, una parte prácticamente silenciada en la historia de su país. Lo hace armada de su trazo tan lírico como crudo, ese blanco y negro expresionista y también cálido, y su lenguaje narrativo depurado donde se superponen diversos planos de la memoria. Pues este vuelve a ser el tema esencial: la memoria, y «cómo la Historia se impone con violencia, separa a la gente y deja tantas vidas sin resolver», en palabras elogiosas del reputado Joe Sacco. No en vano, La espera ha vuelto a recibir una respuesta entusiasta más allá de las fronteras de aquel país, multipremiado y nombrado mejor cómic del año por publicaciones como The Washington Post o Forbes, elogiada en reseñas de todo el mundo que aplauden esa visión universal de los conflictos bélicos no solo como matanzas sino también como tragedias familiares de duraderas secuelas. «Los coreanos no son los únicos que han tenido que abandonar su país natal para escapar de la guerra», escribe la autora en su incisivo epílogo a esta obra, «basta con ver a todos los inmigrantes que hoy en día intentan llegar a Europa con la esperanza de encontrar una vida mejor». Esta vez y a diferencia de Hierba, opta por ficcionalizar los testimonios para no perjudicar a quienes se abrieron a ella; de algún modo, dice, no se siente legitimada para narrar explícitamente el sufrimiento de otros: «¿Qué sabemos nosotros de la frustración y del dolor extremo de no saber si un ser querido está vivo o muerto?», se pregunta en ese último texto de reflexión Keum Suk Gendry-Kim. La respuesta es que la mayoría de nosotros no sabemos apenas nada pero, gracias a estas páginas, podemos empezar a hacernos una idea.

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