Lúa Ocaña (Vigo, 1982) llegó a Barcelona en 2004 para estudiar Química, pero fue otra clase de química la que la acabó seduciendo. Nunca se sabe el rumbo que puede tomar una vida, como tampoco es fácil predecir el vuelo de las aves. Esa idea evoca We’re birds, serie de imágenes que comenzó sin voluntad de serlo hace más de diez años, que ha sido una constante en su producción desde entonces y que podría no terminar nunca. Mientras esta obra se prolonga en el tiempo, su propia existencia vuela en paralelo. Como contexto, la autora elige unos versos de Chantal Maillard: «Y mi vida / es ese pájaro pegado al cable / de alta tensión, / después de la descarga».
Puede señalarse 2007, cuando ingresó en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya, como el año en que empezó a dedicarse a esto, aunque Lúa Ocaña pondera lo que denomina «autoaprendizaje» tras la cámara, ligado a sus vivencias personales. Esta foto forma parte del reportaje Staðurinn sem breytti öllu (El lugar que lo cambió todo), que hizo durante un viaje de doce días en furgoneta por Islandia. Sobre todo recuerda la visita a Skógafoss, cascada de 62 metros de altura y 30 de anchura: «Es como si allí la percepción de la vida misma tomase otra dimensión. Aún sueño con cierta frecuencia que vuelvo, y es uno de mis objetivos vitales: volver a aquella isla».
Para ella, el pensamiento previo al disparo es crucial, una idea que cree menos relevante en la fotografía digital; de ahí que el 100% de su obra personal sea analógica. «Ese es mi terreno: la oscuridad y la plata», admite. En el proyecto Rainstorming, la cámara de Lúa Ocaña trasciende lo racional para captar lo incorpóreo, lo intangible. Las imágenes del mismo itinerario recorrido de forma obsesiva en distintos momentos se cohesionan en otro tiempo que no es pasado ni presente ni futuro: el del relato imaginado o soñado, plagado de «recovecos lúgubres, nostalgia y eco», según la autora.
La serie Daily Life formó parte de La memoria del papel, un proyecto de «autorretrato de pareja» que documentaba su relación de entonces con otra fotógrafa, generando así una memoria común al margen de la velocidad del registro digital. Una suerte de diario/ritual íntimo que evoca su concepción de la fotografía como objeto palpable e intervenible. El poso conceptual y poético de sus obras trasluce la influencia de la melancolía minimalista de Masao Yamamoto. En cuanto a su propia inspiración, Lúa Ocaña lo expresa con una hermosa paradoja: «Lo que fotografío es, a su vez, lo que me mueve a fotografiarlo». ¿Hace falta mayor impulso?