Horas críticas

Libros de la semana #66

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El poder de la distracción, de Alessandra Aloisi (Alianza)

«Dios está con los que no piensan», se cita al comienzo de este ensayo a Robert Walser. Aunque, más que no pensar, lo que propone su autora es «captar estímulos de los que normalmente no somos conscientes», es decir, distraerse. Eso de tener la cabeza en las nubes, argumenta en estas páginas, nos proporciona momentos de paz mental en los que a menudo surgen los más inesperados, valiosos hallazgos. En nuestra actual sociedad regida por la economía de la atención, estar en Babia por voluntad propia, y no en base a los estímulos que un algoritmo diseña para nuestro cerebro multitarea, puede llegar a resultar tan contracultural y revolucionario como quemar contenedores. ¿Por qué nos reímos de quien está distraído?, se pregunta Alessandra Aloisi, filósofa e investigadora especializada en las intersecciones del pensamiento con la historia de la literatura. Y lo cierto es que la distracción siempre ha tenido mala prensa, tratándose de una ventana de tiempo consagrable a vicios diversos, al puro ocio —que para algunos es sinónimo de pereza o vagancia—, a pensar en algo más allá, en definitiva, de lo conveniente y convencional. Por eso hay quienes ven esta «distensión de la mente» como virus de improductividad —el pecado capital de nuestro tiempo—. Pero ojo, dejar que la mente vuele puede llegar a constituir un acto de esperanza en nuestra propia humanidad, porque al fin y al cabo, «la distracción es inevitable y el único modo de no sufrir su poder consiste en abandonarse a ella». La académica italiana se propone instaurar en estas páginas una filosofía de la distracción acudiendo a una serie de autores que la han evocado a lo largo de la Historia, de Montaigne a Pascal, pasando por San Agustín, Proust, Leopardi, Baudelaire y George Sand, por citar algunos. A partir de sus ideas se expone aquí la tipología y variedad de «movimientos involuntarios» que supone el ejercicio de papar moscas: desde conceptos clásicos que se han ido reinterpretando, como el de divertissement (vivir «lejos de sí», en palabras de Heidegger) o la serendipia (definida por Horace Walpole en 1754), hasta otros tan de moda como la meditación. Aloisi aprecia en animales y en niños esa cualidad connatural de desviar nuestra mirada hacia otros temas, dejándonos llevar por la dispersión o la divagación, pero sus beneficios se encuentran también en actividades adultas como la lectura, que según Stendhal, absorbe la atención sin monopolizarla y permite la rêverie —otra noción de embeleso— que nos saca del tiempo y el espacio: como si en ese momento «se activaran en la mente dos planos paralelos de pensamiento, dos vías por donde corren diversos órdenes de ideas». Considerada aun hoy en día como un trastorno depresivo por la medicina y la psiquiatría, en estas páginas la distracción se reivindica como práctica esencial, redescubriendo la capacidad creativa y subversiva de ese «rumor de fondo al cual, de vez en cuando, es oportuno prestar atención». La misma que otros pretenden captar a toda costa para que no imaginemos otras formas de vivir que la sumisión al estrés.


¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?, de Alberto Conejero (Dos Bigotes)

De la era dorada del cine, a mediados del siglo pasado, Montgomery Clift (1920-1966) es la estrella que reúne mejores mimbres biográficos para el drama: una madre adoptada e irreconocida por sus verdaderos progenitores, un debut a lo grande en Río Rojo de Howard Hawks, un modelo de masculinidad sensible y vulnerable que chocaba de frente con la época, una homosexualidad reprimida y estigmatizada, un consumo abusivo de drogas, un accidente en coche que destrozaría el rostro más bello de la gran pantalla y lo condenaría al ostracismo, una espiral autodestructiva (el «suicidio más largo en la historia de Hollywood», en las famosas palabras de Robert Lewis) hasta su muerte una década más tarde, con solo 45 años. Y junto a todo ello, unas nominaciones al Oscar, cuatro en total, que lo dejarían sin recompensa alguna para la posteridad. Justamente en los días previos a la última e infructuosa gala de la Academia en la que concurrió, se sitúa el argumento de este libro, en el que Alberto Conejero ha reelaborado una de sus primeras obras teatrales, titulada en origen Cliff (Acantilado), escrita en 2010 y estrenada sobre las tablas en 2012, con el protagonismo de Carlos Lorenzo —al que dedica esta revisita—. El reputado y galardonado dramaturgo jienense ha querido servirse de la autoficción especulativa, más que de la tradicional recreación biográfica, para construir este monólogo poético y existencial que se cuestiona la identidad en un universo de máscaras, donde lo que no trasciende de lo privado se graba a fuego en la memoria y la piel, hasta casi desdibujarla. Este es el relato de una doble adicción, al alcohol y a la interpretación, que nos presenta esos días en los que Clift, infeliz a perpetuidad, se plantea huir de la tiranía de los estudios y la fama para reencontrarse con el arte dramático, abordando papeles en obras de Williams, Hellman, Thornton Wilder y sobre todo Chejov, en un intento desesperado por reencontrarse con el actor que encandiló a cineastas como Wyler, Hitchcock, Mankiewicz, Zinnemann, Stevens y Huston. También poeta, Conejero escribe aquí con prosa cadenciosa, invocando a Lorca («Tu soledad esquiva en los hoteles / y tu máscara pura de otro signo») y también a Cole Porter, haciendo de su texto «un caballo salvaje», como lo describe Jota Linares en el prólogo. «Ahora ya estás solo. Llora si te da la gana, pero acelera. Un poco más. Un poco más. Con qué dulzura el mundo se desdibuja por la ventanilla. Cómo de repente el tiempo se cortocircuita y se hace humo por el tubo de escape. Afloja el lazo de la pajarita, desliza con cariño la hebilla del cinturón. Conduce noche arriba. Mañana todo el mundo te espera. A ti, hermoso desgraciado, para que gastes el alma por los ojos; a ti, para que pasees tu cara de doscientos cincuenta mil dólares». Una obra, en definitiva, sobre los fantasmas del deseo, pues sabe el autor que cuando hablamos solos, nunca lo estamos del todo: «Se escribe teatro y se anhela intimidad con otros seres humanos», ha dicho en alguna ocasión Conejero. «Porque como dice Enzo Cormann, los dramaturgos no escribimos teatro sino que escribimos para el teatro». Buen regalo le ha hecho, al teatro y a la literatura, con estas páginas.


Ex Libris, de Matt Madden (Salamandra Graphic)

Aún hoy, el cómic sigue siendo un arte joven, con poco más de un siglo en su constitución moderna. Lo que le deja mucho margen para evolucionar y, sobre todo, reflexionar acerca de su historia y sus derivas, su propia naturaleza que lo convierte en una experiencia creativa, lectora y espectadora diferente a todas las demás. Si en 99 ejercicios de estilo (2005), inspirado en el manifiesto teórico-práctico de Raymond Queneau, el historietista, editor y docente Matt Madden se proponía definir el lenguaje del cómic a base de diversos juegos formales, en Ex Libris desmenuza el misterio de lo que hace un estilo, volviendo a brindar una masterclass para conocer el arte secuencial, incluso por encima de los célebres manuales de Will Eisner o Scott McCloud. Para ello, vuelve a la fragmentación en un volumen compuesto de microrrelatos en formatos diversos, como fases de un videojuego, unidos por un narrador en primera persona —y plano subjetivo— que trata de hallar el hilo de su propia historia sumergiéndose en sucesivas lecturas: «Distingo algunos contornos desdibujados de lo que acaba de pasar y veo solo un esbozo impreciso de lo que me espera ahora mismo», dice mientras las minihistorias nos llevan a un paseo onírico, o pesadillesco, por más de 20 estilos que son un homenaje a autores como Osamu Tezuka, Al Feldstein, Robert Crumb, Rodolphe Töpffer… pero también a las metaficciones de Italo Calvino, Julio Cortázar, Samuel Beckett o Vladimir Nabokov. Al igual que ellos, Madden reflexiona sobre las dualidades ficción / realidad, cordura / locura, autor / lector, a través de una serie de viñetas conscientes donde se dan cita la palabra —la onomatopeya— como forma de acción más simple, las tres dimensiones, los personajes en busca de autor, el «lector verdadero» de los mangas, las historias de terror omnisciente o la historieta histórica que desemboca en la de ciencia ficción. «A lo mejor no es tarde para empezar a leer de verdad», se plantea el protagonista, cuyas peripecias ironizan sobre el modo correcto de leer o entender un cómic, o sobre el concepto de novela gráfica elevada versus el cómic cursi. Tenemos, pues, a un personaje central que lee a unos personajes que leen un cómic, en un sorprendente e inteligente artefacto de muñecas matrioshka. También es una oda al poder de la doble página en un libro concebido, desde su título, para bibliófilos de tomo, lomo y pasta dura. Aunque Ex Libris se sitúa al nivel conceptual de Chris Ware y el colectivo francés Oubapo, pero también cercano a las inquietudes de Alison Bechdel o Gilbert Sorrentino, acaba constituyendo mucho más que un continuo guiño referencial por su hondura emocional y su búsqueda del tesoro gráfico: «Esta librería me parece cada vez más una caja de sorpresas maquiavélica». Entre el ensayo y el divertimento, la obra de Madden resulta cautivadora como vehículo para sus obsesiones y su rica imaginación.


Ustedes brillan en lo oscuro, de Liliana Colanzi (Páginas de Espuma)

Los relatos de este libro tienen estratos geológicos: «Lo único que quedó de esta breve civilización fue su tejido, que se mantuvo vivo a través de las esclavas y pasó a formar parte de la cultura vencedora»; o «El perímetro es el legado de los antepasados y el recuerdo de nuestra victoria sobre el mundo»; o bien «Fue como si ese dibujo sin firma en una pared en ruinas le estuviera contestando a la época». No en vano su autora, Liliana Colanzi, ha manifestado su interés por «dislocar el tiempo» y descifrar «las ruinas de hechos históricos traumáticos que se repiten». Una labor arqueológica también, si se quiere, que sitúa a sus cuentos, estilísticamente, en un existencialismo de mapas temporales —aunque a veces desde la anacronía o la distopía— que abarcan la vida misteriosa y escasa en respuestas hacia la que hemos ido evolucionando. La escritora, editora y docente en la Universidad de Cornell se hizo con el VII Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero con esta obra, seleccionada entre 943 manuscritos de 37 países y compuesta en esta edición de seis relatos, incluyendo uno que no incluyó en la propuesta a concurso. Historias que se alimentan de prehistoria, indigenismo, videojuegos, bichos domésticos, pueblos en mitad de la selva explotada, diablos heredados y reverendos que los convocan, política y fe como respuestas a un accidente radiológico (inspirado en el de Goiânia, Brasil, en 1987). Una potente fusión de ficción especulativa y folclore mitológico que indaga en lo hondo o ambiguo de ciertos miedos y pesares aferrados al subsuelo. «Realismo incierto» lo ha llamado Cristian Crusat, en la senda de autoras latinoamericanas coetáneas como Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero o su compatriota Giovanna Rivero, pero también clásicas como Amparo Dávila. Al igual que en ellas, la escritura de la autora boliviana es de una belleza turbadora, hecha de imágenes como destellos vívidos de una irrealidad perfectamente reconocible en nuestros abismos interiores: la amenaza latente y la narrativa ausente de temas como la contaminación medioambiental —que hiere de forma tan directa a su país de origen— o la maternidad compleja —cuya frustración y culpa se transmite de una generación a otra y se añade al peso de las altas presiones sociales—. Fantasmas del pasado y del futuro que se aparecen en la fijación de Colanzi por los umbrales, las zonas de tránsito y las hibridaciones inesperadas entre lo ancestral y lo posmoderno, lo fantástico y lo político, lo insólito y lo tecnológico. «La montaña fluye, el río está sentado», se abre este fascinante libro con una cita del maestro budista Eihei Dōgen, revelando el sesgo animista de esta forma de hacer otra literatura.

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