Quisiera que las casas fuesen de cristal,
translúcidas
dejándonos ver todo.
Mostrarían así la debilidad de quien las vive,
alejando la idea de que lo que ocurre en casa
se debe quedar dentro.
Si eso ocurriese,
todos verían a Caraperro y compartiría así su peso,
porque cuando algo toca también sobre los demás
los prejuicios se arrugan.
Quisiera que las casas fuesen chivatas
y me evitasen a mí,
el pedir ayuda.
Hemos inventado un idioma
para romper el envoltorio duro del silencio.
Ahora, cuando no hablamos
volvemos a un reinicio,
uno donde el vientre materno se vuelve a abrir.
El descanso recupera sus espacios
nos acerca,
alerta de la otra,
tapaditas con la sensación de que el amor sigue ahí,
aunque ya no lo digamos en voz alta.
Me quedo contemplando la cuchara de sopa.
Yo sé que no estás comiendo,
te dedicas a mover la comida de un lado a otro.
Ambas compartimos un espacio silencioso:
donde yo decido bajar la mirada porque estoy agotada,
donde tú miras al vacío porque el resto de las cosas
se han vuelto incomprensibles.
Ropavieja Lana Neble Editorial Dieci6 (Sevilla, 2021) 90 páginas 13,99 € |