Analógica

«El resto es silencio»: Shakespeare en el escenario de Station Eleven

¿Qué más puede contener este mundo en pleno despertar?

Estación once, Emily St. John Mandel

En un futuro postapocalíptico, donde la mayor parte de la población ha sido exterminada por un virus implacable, una compañía ambulante de actores recorre la remodelada geografía del planeta. Privada de la tecnología, la humanidad se recicla y refugia en el teatro, habitando entre dimensiones dibujadas por la nueva realidad. En ese mundo devastado, la civilización se aferra a un nexo con su pasado, un legado que la define y se ha demostrado capaz de sobrevivir a cualquier holocausto: la obra de William Shakespeare.ay nieve en el escenario y el rey Lear está invocando la tormenta. Fuera, la niebla enfunda las calles de Toronto y difumina las luces navideñas. En el teatro, los vientos conjuran y convocan público y actores en la suspensión temporal generada por la verdad de la ficción. La cámara enfoca a Jeevan (Himesh Patel): sentado entre el público, percibe que algo está a punto de torcerse, que el rey ya no es Lear sino el actor que lo interpreta, Arthur Leander (Gael García Bernal), y salta por encima de los asientos para llegar al territorio del espectáculo. Arthur se desploma y su cuerpo inmóvil remueve la blancura, Jeevan intenta reanimarlo, pero ni es médico ni sabe cómo practicar primeros auxilios. Una niña de ocho años lo observa desde los bastidores. Su nombre es Kristen.

Con una muerte en un teatro se abre Station Eleven (HBO, diciembre 2021-enero 2022), la miniserie de televisión basada en la novela homónima de Emily St. John Mandel (2014). Creada por Patrick Sommerville, uno de los guionistas de The Leftovers (HBO, 2014-2017), dibuja un futuro postapocalíptico –un virus ha aniquilado el 99% de la población mundial– en el cual la naturaleza entera y algunos seres humanos comparten su renacer: la primera, a través de la libertad y la pureza; los segundos, a través de las artes escénicas y la música. En un equilibrio delicadísimo de palabra, imagen y sonido, los diez capítulos exploran la frontera entre presencia y ausencia, entre vivencia y representación, con Shakespeare de maestro de ceremonias. Porque el espacio perdido se transforma en escenario, de la muerte transita a la vida y la devuelve con todas sus contradicciones y su belleza. «Todo el mundo es teatro», recitaba la inscripción en el Globe, el teatro shakesperiano en Londres, y este globo que, en la pantalla, es real y metafórico trama los cinco actos que protagonizan los personajes.

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Primer acto

 –Yo tocaba música antes. ¿Y tú?

 –Yo era una actriz shakesperiana.

La respuesta de Kristen (Mackenzie Davis) a Sarah (Lori Petty), en el primer encuentro entre los dos personajes, años después de la pandemia, instaura la centralidad de la dimensión creativa en el presente, el pasado y el futuro de la serie. El año veinte desde la explosión de la pandemia sitúa el presente narrativo, en el que confluyen las escenas del pasado y las visiones del futuro, mientras la red de relaciones entre los personajes se vuelve visible y se va transformando, tejida con los hilos de la lectura, la memoria y la imaginación.

Station Eleven es el título del cómic creado y autoeditado por Miranda Carroll (Danielle Deadwyler), la primera esposa de Arthur. Fue él quien le regaló un ejemplar a Kristen niña, el ejemplar que todavía la acompaña y cuyas palabras repite como una profecía o un hechizo veinte años después: ahora sigue siendo actriz, una actriz shakesperiana. La narrativa serial abre una triple dimensión representativa: el cómic en la novela, el cómic y la novela en la serie, el teatro en el teatro en la pantalla televisada. «La obra literaria podría definirse como una operación en el lenguaje escrito que implica simultáneamente a varios niveles de realidad», escribió Italo Calvino a propósito de Sueño de una noche de verano. Precisamente el teatro anuda los niveles de realidad que conforman Station Eleven. No es casual que Miranda lleve el nombre de la hija de Próspero, el mago protagonista de La tempestad. Porque los personajes shakesperianos son universales y específicos a la vez, su magia se encarna en el movimiento, desde el texto al escenario y desde aquí al futuro.

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Segundo acto

Somos la Sinfonía Itinerante. Viajamos por una razón.

Lo revolvemos todo y nos vamos.

Sólo intentamos que el mundo tenga sentido durante un minuto.

Sarah es la cofundadora, junto con Gil (David Cross), de la Sinfonía Itinerante, una compañía nómada de artistas que, año tras año, recorre una ruta preestablecida en la nueva geografía y pone en escenas sólo obras de Shakespeare. Porque «la gente quiere lo mejor de lo que queda del mundo», explica uno de los músicos. La compañía –la familia– es móvil, como la interpretación, que oscilante siempre se ancla en la realidad personal. En un universo sin tecnología ni archivo audiovisual, el teatro se plantea como re-presentación, que inyecta vitalidad al ser visto y escuchado. Entre las ruinas de la civilización, el arte reconstruye los vínculos entre los miembros de la comunidad, cumple con la función catártica originaria, exorciza los miedos y engendra esperanza. Es ésta su magia.

«Sabes, la última vez que vine aquí, era un campo de golf y de armas. ¿Y sabes qué dije cuando entré en esta habitación? Dije: “Esto debería ser un teatro. Podríamos establecernos aquí, hacer arte, estar a salvo, y dejar de correr”»: le explica Gil a Kristen. Porque el teatro salva, aunque implique aceptar la muerte de la tradición y la responsabilidad de renovarla.

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Tercer acto

No intentes ganarle a Hamlet. Te matará.

Kristen suele encarnar a Hamlet, ya se ha convertido en una de las actrices protagonistas en la Sinfonía Itinerante. Mientras tanto, Jeevan, que cuidó de la niña y protegió su porvenir, salva la vida desde otro lugar y otro momento. Vida y muerte confluyen en el escenario, el espacio dialéctico que postula la fusión de duplicidades: los miembros de la compañía son los actores que llegan al castillo danés de Elsinore, en la lección de teatro dentro del teatro que fundamenta la tragedia de Shakespeare. Y también lo somos nosotros, televidentes que seguimos observando al príncipe enigmático en el debate eterno entre ser y no ser, sin encontrar respuestas.

«Rosencrantz y Guildenstern no está muertos» es el título del capítulo seis, un guiño sutil a la comedia de Tom Stoppard de 1967 (Rosencrantz y Guildenstern están muertos) que narraba el drama de Hamlet desde la confusión y la mirada de los dos personajes secundarios. Ningún miembro de la compañía es secundario, creación e imaginación reúnen a todos los personajes en la melodía que acompaña el viaje de la Sinfonía. La banda sonora de Dan Romer amplifica las circunstancias emocionales de los personajes y muestra el ritmo de los tiempos y los espacios. «Esto sobre la esencia del ritmo es muy profundo y va mucho más allá que las palabras. Una visión, una emoción, crean esta ola en la cabeza mucho antes de que surjan las palabras apropiadas», escribió Virginia Woolf en una carta a Vita Sackville-West del 18 de marzo de 1926. Y las armonías, los diálogos, los movimientos escenográficos y de cámara generan olas en la pantalla de Station Eleven, recuperando el origen antiguo del teatro, composición de danza, dicción y canto.

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Cuarto acto

Esta temporada hemos deconstruido completamente a Hamlet.

«Hasta los detalles más imperceptibles de la indumentaria, como el color de las medias de un mayordomo, el dibujo del pañuelo de una esposa, las mangas de un joven soldado, los sombreros de una dama elegante, adquieren en manos de Shakespeare una verdadera importancia dramática, y algunos de ellos incluso condicionan la acción de una manera absoluta», apuntaba Oscar Wilde en La verdad de las máscaras. Estaría de acuerdo con él Helen Huang, la diseñadora de vestuario de Station Eleven y ya ganadora de un Emmy por su trabajo en American Horror Story: Hotel (FX, 2015-2016). Cartón, plástico, sábanas, cinturones, guantes, alambre, rollos de papel higiénico se convierten, en la visión hábil de Huang, en trajes y vestidos, en capas y coronas, en armas y cascos. El vocabulario de telas y formas descifra cada capa de la serie, escenifica el paso de la construcción a la caracterización del personaje, la búsqueda de la identidad en un mundo que ha perdido su historia documental.

La diseñadora ha explicado, en entrevistas y podcasts dedicados a la serie, su voluntad de subrayar la recuperación de la artesanía y del trabajo manual que experimentamos durante nuestra propia pandemia, para anclar el universo narrativo a la realidad y construir así el espacio creativo. Finalmente, poner en escena supone trasladar el presente al espacio simbólico de la representación, para abrirlo a la reflexión. Y deconstruir no implica sólo fragmentar para recomponer, sino reinventar, sobre todo.

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Quinto acto

 –Tu mamá interpretará a Gertrudis.

 –¿Por qué?

 –Por que tú eres un Hamlet.

En una desviación inesperada, la compañía itinerante llega a otro lugar de tránsito: un aeropuerto. Y allí, una vez más, el teatro y Shakespeare y Hamlet harán su magia. Una madre se reencontrará con su hijo, fuera del tiempo y de las culpas, en la realidad del escenario que conjuga biografía familiar e historia personal. Personajes que, en el pasado de la ficción televisada, se dedicaban a la actuación, vuelven a ser actores y actrices, a compartir con el público la ritualidad de la escena, confirmando que «No hemos llegado a lo peor, hasta que podamos decir “Esto es lo peor”», como recita el rey Lear y como le recuerda Clark (David Wilmot) a Kristen.

Hamlet es lo mejor del mundo que éramos y también lo peor. Por eso cada vez que revive en la escena abre una grieta en el pasado y una puerta hacia el futuro. Lear, el padre de Bretaña que perdió a sus tres hijas abre la dimensión meta-teatral en Station Eleven y el hijo que en Dinamarca se perdió a sí mismo la cierra, para que se irradie en la vida de los personajes, en el viaje de la compañía de artistas y en la nuestra. Porque en las artes están todos los Hamlet del futuro.

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«La supervivencia es insuficiente», recita el personaje de Siete de nueve en el episodio seis de la serie Star Trek: Voyager, el mismo lema está grabado en las caravanas de la Sinfonía Itinerante, como mantra y recordatorio alcanza nuestro tiempo y nos invita a cuestionarnos, en los escenarios de la vida, en su magia. Y el resto es silencio.


Bibliografía

Emily St. John Mandel, Estación once, trad. de Puerto Barruetabeña, Madrid, Kailas, 2015.

Italo Calvino, Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad, trad. de Gabriela Sánchez Ferlosio, 2013.

Oscar Wilde, El crítico como artista. Ensayos, trad. de León Mirlás, Madrid, Espasa-Calpe, 1968.

Virginia Woolf, Cartas a mujeres, trad. de Susana Constante, Barcelona, Trampa, 2021.


Marilena De Chiara (Nápoles, 1980) es doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra. Especialista en Literatura Comparada y Performance Studies.

Un comentario

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