El sur de España está inmerso, desde hace ya un tiempo a esta parte, en una etapa prolífica en lo literario y en lo editorial que, a su manera, «combate» con el centralismo cultural que normalmente caracteriza a la industria del libro. No solo por las nuevas voces andaluzas y los autores ya consagrados que son parte fundamental de la concepción del sur como fuente cultural, sino también por el creciente auge, la consolidación y la expansión de proyectos que fomentan la literatura, y con ello, además, la lectura.
En Andalucía, desde hace casi 20 años se viene realizando una revisión estructural para visibilizar y poner en relevancia todo el trabajo cultural que se ha llevado a cabo y que tiene lugar hoy en día. Competir, o más bien ser considerados lugar de referencia, cuando todo tiende a pasar u ocurrir en la capital —o en su defecto, en las ciudades del norte peninsular—, es un trabajo arduo y no siempre fructífero. Sin embargo, el papel de ciudades como Córdoba, Málaga o Sevilla ha pasado de ser continuista en esa tradición a generar una identidad literaria propia —y por ello parte del entramado cultural previamente establecido—, rica en matices, diferencias y proyectos, que ha logrado posicionar el sur en el mapa literario, ya no solo como lugar de escritores, sino como espacio donde poder crecer culturalmente sin necesidad de emigrar.
Leía el otro día, precisamente en un libro de Julio Romero de Torres publicado por la editorial Cántico, la siguiente cita: «Córdoba resulta una ciudad muerta comparada con Madrid y aun otras capitales provincianas de importancia; pero tiene un ambiente natural en el que flota mucha poesía y un gran ensueño, atmósfera de idealismo que crea espontáneamente arte». Esto que señala el pintor a principios del siglo XX viene a poner en relevancia el marcado carácter literario de la ciudad. Córdoba siempre ha sido una ciudad de escritores, ciudad de Góngora, sin embargo hoy podemos añadir que es, además, uno de los centros literarios más prominentes del país. Cuenta con un gran festival de poesía reconocido a nivel internacional —Cosmopoética—, con uno de los certámenes más interesantes para nuevos y jóvenes poetas —Ucopoética—, con premios de relevancia nacional —como el premio internacional de poesía ciudad de Córdoba—, con la Fundación Antonio Gala, o con una red editorial de alto reconocimiento compuesta por diferentes editoriales de diferentes tamaños —como el grupo Almuzara, Bandaàparte o la propia Cántico—.
En el centro de esta vida literaria nace en 2009 la editorial Cántico. Un sello independiente que funda, el también escritor, Raúl Alonso, con la idea en mente de gestar un espacio que cuide el «libro como objeto físico y digital, bello y culturalmente valioso» y que genere redes de cuidado y trabajo con las librerías independientes, así como con una red de distribución que sea eficaz e innovadora. Un estilo tradicional de la edición, pero adaptado a los tiempos que corren y a las nuevas necesidades tanto de los escritores como de los lectores. Con varias colecciones que van desde el ensayo especializado en religión, historia o antropología a la poesía, pasando por la narrativa escrita por mujeres o la narrativa breve, el catálogo de autores de la editorial está plagado de grandes, y futuros grandes, autores y autoras. Una de las características más interesantes de la editorial es, y ha sido siempre, la apuesta por autores inéditos y jóvenes que no son, a priori, susceptibles de ser considerados tradicionales o continuistas, por lo que podrían tener, sobre todo hace unos años, dificultades para acceder al circuito literario. En esta labor, que se ha expandido en otros proyectos editoriales independientes —como en editorial Dieci6, ediciones en el mar, La Carmensita Editorial o Libero Editorial—, son una editorial pionera y un lugar excelente por el que apostar, literariamente hablando.
Como decía cuenta con autores consagrados en su catálogo como: Ginés Liébana, Concha García, Abdennur Prado, Hisae Yanase, Rafael Inglada o Pablo García Baena; y también cuenta con autores jóvenes, futuro de las letras de nuestro país, como: Antonio L. Pedraza, Laura Rodríguez Díaz, Juan María Prieto, Victoria García Gómez, Carmen Pérez Cuello, Luis Díaz, Ángel de la Torre, Adrián fauro o Rodrigo García Marina.
No se puede considerar a Cántico una editorial especializada en poesía, pero su encomiable trabajo poético sí que puede ser considerado especial, puesto que, aparte de tener dos colecciones dedicadas a poesía y de alto valor literario, en su labor por tejer redes poéticas y expandir nuevas, y no tan nuevas, voces, son los responsables de editar los trabajos ganadores de dos grandes premios de poesía nacional —como son el Irreconciliables y el ‘Ricardo Molina’—. Por estas razones y muchas otras que quedan en el tintero, es innegable la relevancia y la necesidad de proyectos como el de Cántico. Más allá de seguir presentando avales que refuten estas opiniones, que mejor que pasar a comentar, reseñar —de manera somera— algunos de los últimos poemarios de la editorial.
San Lázaro de Laura Rodríguez Díaz
qué triste el cuerpo siempre
persistente en ruidos invisibles
o movimientos estériles
como entender la herida
al margen de ella
San Lázaro es uno de los dos primeros libros que se edita en la colección Culpables, a cargo del editor y escritor Rodrigo García Marina. Laura Rodríguez Díaz (1998), filóloga en ciernes y precoz editora de la revista de poesía Caracol Nocturno, trata en su primer poemario —tributo a los Lázaros bíblicos y al hospital homónimo de Sevilla— del cuerpo, la enfermedad y la conjunción de ambas. Con unos versos descarnados y carnales, abiertos en canal y llenos de explícitas imágenes, onomatopeyas, tactos y olores, el poemario empieza citando a Vallejo, Pizarnik y Varela, emerge de la voluntad de renombrar y resignificar esas lesiones; no en vano la autora invoca al filósofo del lenguaje Paul Grice. Rehabitar el cuerpo, también, y combatir sus estragos, predestinados pero no menos abruptos. Una breve reseña del libro apareció en el número de la revista de diciembre de 2021.
Odio la playa de Adrián Fauro
Habrá pasado todo,
un cuerpo lo habrá llorado
otro lo estará haciendo
uno se descompondrá,
el otro todavía no.
El otro poemario con el que se inició la colección Culpables es Odio la playa del alicantino Adrián Fauro (1994). Escritor, gestor cultural y librero, Adrián co-dirige junto a Alex Sellés la web Poscultura. En su primer poemario afronta el desamor con un recorrido urbanístico por su ciudad y nos explica por qué odia la playa. Una de las cosas que llama la atención del poemario es que a pesar de lo asimétrico que es, está muy bien conectado y estructurado a nivel poético. Un libro atravesado por la situación vital del autor que denota el cuidadoso trabajo poético que ha realizado. Son evidentes las lecturas del autor, que se reflejan en los estilos poéticos que reproduce como los de Berta García Faet, Manuel Mata Piñeiro o Aida González Rossi, pero lo interesante es cómo consigue apropiarse de mecanismos, que quizá no ha trabajado previamente, y los convierte en poemas que solo podría haber escrito Adrián Fauro.
Apagar el frío de Ángel de la Torre
La ciudad
vista a través de la piel
como un metal pesado
se diluye.
El paisaje se enjaula en una mano
y propaga
su escasez.
Ángel de la Torre (1991) es uno de los poetas pertenecientes a la generación millenial más conocido del circuito literario. El autor cordobés ha aparecido en diversas antologías del panorama poético y ha obtenido diversos premios, como el ‘Ricardo Molina’ —galardón que, precisamente, obtuvo Apagar el frío—. Se trata de un poemario abrumador en sí por su propuesta y por cómo aborda, en forma y contenido, la misma. Con una estructura fundamental en la que las partes conceptualizan el libro, Apagar el frío es un texto que va de lo personal a un intento de lo universal, desmenuzando imágenes y símbolos de la casa, la poesía y el mundo. Tres elementos que en realidad son uno solo. Con ligeros toques tradicionales, pero con una idea del lenguaje más aperturista y moderna, Ángel de la Torre consigue generar unas referencias metapoéticas con gran destreza. Recuerda a la línea conceptual que el poeta Antonio Gamoneda desarrolla en su obra, pero con un toque personal que hace al poeta el dueño de su propia voz.
Desear la casa de Rodrigo García Marina
nuestras palabras
inmateriales
desean llenarse
Hablar de Rodrigo García Marina (1996) es hablar de uno de los grandes poetas de su generación y de la actualidad poética en toda su constitución. Autor de diversos poemarios y ganador de diferentes premios —incluido alguno de mucha relevancia como el ‘Tino Barriuso’—. Sin embargo, su dimensión no se puede medir utilizando parámetros tradicionales; un poeta que conjuga el teatro, la performance y la poesía de manera sublime, que escapa de convencionalismos y propone una dimensión —no nueva, pero sí poco acotada— en la que desarrollar el lenguaje y el ritmo poético. Desear la casa es un discurso y un artefacto literario en el que se puede observar, como anota de una manera certera Ana Gorría en su prólogo, cómo la poesía de Rodrigo está en relación —en una relación de diálogo constante— con la obra de Mario Montalbetti, Adrianne Rich, Sarah Kane, Bernard Maria Koltes o Alejandra Pizarnik. Os emplazo a que leáis Desear la casa, pues se trata de un libro con el que establecer diálogos y generar imágenes conjuntas, una reseña no alcanza a bosquejar la habilidad de este libro.
Sin lugar a dudas, Cántico es una de las editoriales que cuenta con colección propia de poesía que más generan interés y que más relevancia obtiene en el circuito poético. No por ello la única, puesto que podemos encontrar grandes, pequeñas y «micro» editoriales que contribuyen al buen estado en general que tiene la poesía hoy en día en la industria del libro.