El poeta Javier Calderón escribe: «Mirad: / mi sangre es una muestra gratuita / de crema solar factor 50». Javier Calderón es muy joven ―como alguno de los personajes de Spanish Beauty― y nació en Benidorm ―como prácticamente ninguno de los personajes de la novela, aunque todos dan vueltas por allí―. En cualquier caso, sangre y crema solar: dos fluidos que marcan el ritmo de la última novela de Esther García Llovet y el de todas las ciudades a orillas del Mediterráneo, pero especialmente el de Benidorm.
Aquel es un lugar legendario, el centro de una mitología escrita en muchos idiomas. Por ejemplo: existió un alcalde ―¿visionario o codicioso?: posiblemente las dos cosas, la realidad, cuando se acerca tanto a la ficción, se contagia de sus matices― que recorrió cientos de kilómetros en Vespa para pedirle a un dictador que autorizase los bikinis, o que llenó autobuses con parejas de vascos recién casados que, durante los largos inviernos tras su viaje, convencieron a sus vecinos de las bondades del clima alicantino. Otros matrimonios de leyenda que pasaron por allí, desgraciados en este caso, fueron el de Ted Hughes y Sylvia Plath, que se asombraron al ver «los más modernos estilos amalgamados a la sencilla arquitectura del lugar»; y el de J.G. Ballard y su esposa Helen que murió en la ciudad en 1964. En cuanto al futuro, el cineasta Ion de Sosa imaginó recientemente, en Sueñan los androides, a un detective que en 2053 busca a robots fugitivos por los vestíbulos de decenas de hoteles abandonados. En aquel mundo tan parecido al nuestro ya no hay mar.
Sobre Benidorm, en fin, se ha escrito mucho. Es la capital del verano español (una estación que dura doce meses) y uno de los pocos lugares del mundo que producen su propio tipo de felicidad: un sentimiento ―euforia y sangría, sonrisas y manguitos― que se podría rastrear a través de miles de carretes Kodak revelados en modestos laboratorios de barrio (Carabanchel, arrabales de Mánchester o Portugalete). Esther García Llovet ha enfocado a los que aparecen difuminados al fondo de esas fotos. Se ha centrado en los noctámbulos, perdedores, desgraciados y millonarios que desde hace sesenta años se quedan atrapados en el Levante español, merodeando entre rascacielos como los viejos buscavidas que antes ―el prestigio de la costa es reciente: la tierra valiosa siempre fue la de interior― recorrían las playas en busca de algo de pesca o de los restos de un naufragio.
Hablamos con García Llovet por teléfono, en una conversación acelerada y trepidante como las peripecias de sus personajes. Ella es, precisamente, experta en naufragios y derivas.
Casi todos tus personajes y todas tus tramas son producto de tu imaginación. ¿Crees que la autoficción es un recurso fácil?
Me parece que la autoficción es un género, como, por ejemplo, el periodismo, y del periodismo disfruto mucho. Es un género dentro de la literatura de ficción pura y dura y, aunque yo escribo literatura de ficción, tampoco me importaría nada, algún día, escribir autoficción. De hecho, tenía pensado escribir algo sobre la M-30 en esa línea. A mí me gusta utilizar la imaginación pero para escribir las últimas novelas me he metido mucho en la realidad. Últimamente he estado en Benidorm, ahora estoy escribiendo una sobre El Saler, donde también he estado y quiero volver, o sea, que aunque ahora hago ficción, escribo en inmersión. Intento meterme hasta el cuello en las situaciones y en los lugares.
¿Y de qué va esta que estás escribiendo ahora? Por si podemos dar la exclusiva.
Pues cuando estuve en El Saler, me fui a un cámping. Esto pasó a finales de noviembre. Fui para hacer la foto para la portada de Spanish Beauty y tenía pensado meter a un amigo mío en el mar, pero hacía frío y me dio palo. Así que me quedé un día más en ese cámping. Aquel sitio estaba casi desierto. Y en una librería que se llama Railowsky, una librería de segunda mano de fotografía estupenda, encontré un libro sobre los «crop circles»: esos círculos que aparecen en el maíz en Inglaterra. Y dije: «ya tengo el sitio y tengo el tema». Y empecé a dar vueltas a los personajes. Ha quedado el tipo de cosa que haría Chema García Ibarra, incorporando los «crop circles» a la Albufera. No sé qué va a salir de esto pero me lo estoy pasando muy bien.
Siempre hay algo que se ha perdido en tus novelas: en Cómo dejar de escribir buscan un manuscrito, en Sánchez un galgo, en Spanish Beauty un mechero y en Coda, los restos de un accidente de avión. ¿Esa presencia de talismanes es algo deliberado?
Es verdad, el otro día me di cuenta de que mis historias siempre consisten en alguien que está buscando algo. Por eso me gustaban tanto las novelas de Bolaño. En las novelas de Bolaño siempre hay alguien que está buscando algo. ¡Pum! Se ponen a buscar y a buscar, me parece que eso genera mucho movimiento; es algo que también pone en marcha a mis personajes. La búsqueda es lo que tira de toda la novela; es como el Macguffin, que podría tener ser una referencia a la historia real o no, aunque yo intento que sí lo sea.
Y siempre son objetos. Bueno, menos el galgo, pero también es algo concreto.
Me parece que las búsquedas que son demasiado abstractas no funcionan. Si te fijas, las sagas y la fantasía prácticamente se basan en eso… Tiene que haber algo evidente que estés buscando, más allá de tus necesidades inmediatas; esa búsqueda objetiva es lo que tira de la novela. De todas maneras, cuando me pongo a escribir, nunca sé muy bien por dónde tira la historia. Precisamente, para mí la novela misma es como la zanahoria en el palo… Así que el mismo objeto de búsqueda me sirve a mí también.
Tú recurres mucho al humor, pero eso es algo que no es habitual en la literatura española contemporánea. Más allá de Kiko Amat (una cita suya abre Spanish Beauty) no hay muchas referencias. No sé por qué, parece que preferimos escribir solemnemente.
¡Andújar, Andújar! Pérez Andújar es muy divertido. Además es divertido en persona, no solamente cuando escribe. Y tendría que buscar a más. Pero es verdad, el año pasado, en otra entrevista, me dijeron algo parecido.
Creo que somos un país con mucho sentido del humor, pero como lo ejecutamos todo el tiempo, igual creemos que denigraría a una novela. Puede que sea algo tan cotidiano que se nos olvida que existe cuando escribimos.
Otro rasgo de tu estilo es un ritmo muy característico. Hay una alternancia entre frases cortas y frases largas muy eficaz, recuerda a lo que analizó Joan Didion sobre Hemingway. ¿Es algo deliberado?
Me sale así espontáneamente. Las frases largas son las que, de pronto, oigo en mi cabeza. Voy andando por la calle, la novela va funcionando sola y sale la frase entera. Normalmente, luego mientras escribo, aparecen las frases cortas. Pero las que se me ocurren, yo qué sé, caminando o mientras como, son esas frases largas.
Pasando a tus personajes, parece que muchos actúan como si estuvieran siempre de resaca, aquello que escribías en tu primera novela: «la realidad ha descarrilado».
Es verdad, mis personajes actúan como si durmieran mal. Ellos tienen la sensación de no estar del todo en el mundo, todos tienen un punto muy desorbitado. Mis personajes son gente a la que cualquier hora le viene mal. A esta gente cualquier hora le viene fatal. No tienen hora buena, no tienen rato bueno.
A veces me recuerdan a Onetti porque son solitarios y están desconcertados, pero los de Onetti solo fuman y los tuyos no paran de moverse…
Bueno, pero es que el propio Onetti no sabía salir de la cama y yo soy justo lo contrario.
Me gusta la gente desarraigada, me gusta la gente que está fuera del entramado social. Y sí, mis novelas son sobre personas solitarias que van cruzándose, y luego se descruzan, y a veces no vuelven a verse más.
Por cierto, si de algo no hablan ese de política, esa gente está demasiado ocupada salvándose a sí misma.
Una vez me dijeron que en países africanos el índice de votación es muy bajo porque bastante tienen con salir de su propia miseria como para ponerse a votar. Mis personajes también piensan que eso es algo que está muy por encima y muy desconectado de ellos. Aparte, yo creo que ellos no serían muy fieles a ningún partido ni a nada. Eso sí, es evidente que hay una distancia entre el escritor y los personajes, y el suyo no es mi caso. Yo soy votante, nunca he dejado de votar.
Y son personajes un poco corruptos pero tiernos a ratos. ¿Todo el mundo tiene dos caras?
Es que ese es un tipo de personaje que me gusta mucho. Me gustaba mucho Better Call Saul, el spin-off de Breaking Bad, donde se desarrolla ese tipo de personaje que se corrompe por necesidad, por las circunstancias. Por supuesto, no todo el mundo se puede corromper, pero si lo que hacen es justificable los comprendo y además los perdono. Yo intento siempre poner algo amable sobre los personajes corruptos porque me parece que la corrupción, si está justificada se puede comprender y se puede perdonar. Además, muchas veces la corrupción que padecen es por falta de pasta, y van buscando otras cosas que sustituyan a la pasta.
Le pasa a Michaela, tan malvada pero también movida por un sentimiento noble.
Ella todo lo monta para recuperar a su padre… y al final lo recupera a costa de sí misma. Es una tragedia griega, en realidad, ¡la tragedia griega de Benidorm!
Sobre los Hermanos Krai, que aparecen de fondo en la novela, ¿cómo te interesaste por ellos?
Veraneando en Fuengirola, hace años, vi un libro de segunda mano que se llamaba The Krai y me lo compré porque ya me sonaban de algo. Y cuando leí su biografía me di cuenta de que eran una maravilla, unos personajazos. Así que, aunque mientras escribía Spanish Beauty no los tenía en la cabeza, ellos solos saltaron. Yo creo que empujaron ellos para salir. Luego vi una peli de Tom Hardy sobre ellos, él hace de los dos hermanos, se llama Legend; pero aunque a mí Tom Hardy me gusta mucho, me parece que la peli no está a la altura de los personajes.
Tus escenarios son siempre periféricos, desde la carretera de Coda. ¿Por qué te interesan más?
Pues en la Trilogía de Madrid, en las dos primeras sale mucho la M30 porque vivo muy cerca, pero también porque me parece que las partes de la ciudad que ya están muy definidas traen siempre lo mismo. En cambio, los personajes periféricos suelen ser más interesantes. No es que Benidorm sea muy periférica, pero me gusta mucho porque es muy centrífuga. Es un sitio muy raro, porque es España pero no es España, y a la vez tiene algo que es muy español, es pura costa, eso que tenemos más vendible.
Y cuando escribes sobre Madrid te vas a Arturo Soria o a la Dehesa de la Villa… Para los madrileños. ¿Qué otros sitios te gustan?
Me gusta mucho el Barrio de la Estrella. El otro día estuve caminando por allí y está todo muy en pendiente, no hay bares, no hay ningún tipo de comercio, ni nada. Y se parece mucho a Benidorm porque está lleno de torres muy altas y parece que dé al mar porque ahí Madrid ya se acaba. En cambio, allí no hay nadie en la calle y entre los edificios altísimos, paralelos los unos a los otros, se forman corrientes de aire. Está muy apartado de todo y me pareció muy fascinante. En la Dehesa de la Villa estuve hace poco con una amiga y nos pusimos a hacer una hoguera para celebrar el solsticio de invierno. Yo pensaba que iba a venir alguien y nos iba a decir algo, pero la gente se acercaba y estaba encantada. Aquello es tierra de nadie y puedes hacer lo que quieras.
¿Cómo empezaste a escribir?
Estaba en Chile por cuestiones personales y, de pronto, me puse a escribir. Estaba muy lejos de España y no fue nada premeditado. Yo tenía ya casi cuarenta años, esto fue en el 2002 o así, hace veinte años. Y no fue una decisión, simplemente ocurrió. Ya había leído mucho, ahora no leo tanto como antes; yo creo que me sucedió por leer demasiado. Debí haber leído menos y haber hecho otras cosas.
Yo tengo la sensación de que si lees demasiado te vas disolviendo, eso es muy viejo.
Y tienes demasiado dentro. Hay un momento en el que tienes que sacarlo, hay un momento en el que el cuerpo te pide producir en vez de consumir, si no te vuelves loco, se te va la cabeza.
No sé si te sientes un poco gafe porque Lengua de Trapo y Salto de Página, tus primeras editoriales, desaparecieron.
Pero bueno, con Pablo Mazo, el editor de Salto de Página sigo teniendo muy buena relación. Salto de Página me gustaba mucho y lo que pasó con ella fue una desgracia. Pero es lo que suele pasar con las editoriales que son muy pequeñas. Son como los minions de la literatura, hacen de las suyas pero al final se las come una grande. Ese sueño es muy bonito, pero también es muy difícil.
Y entonces, ¿cómo llegaste a Anagrama?
Fue porque envié Cómo dejar de escribir a una editorial muy pequeña de Miami y vendí ocho ejemplares en un año entero. Y un día me encontré con Sara Mesa, que me preguntó si estaba escribiendo, cuando yo ya había dejado de escribir, por eso se titulé así aquella novela, y la leyó. Sara se la envió a Jorge Herralde.
Fue Sara Mesa la que me sacó de nuevo. Si no, yo estaría paseando perros tranquilamente por Madrid, y no metida en este berenjenal de la literatura.
¿Coincide lo que te gusta leer con lo que te gusta escribir?
No, qué va. Me gusta, por ejemplo, Richard Price, que me vuelve loca. Y llevo una temporada muy larga, como de cinco años o así durante la que casi no leo ficción. Leo mucho periodismo, es lo que me parece más estimulante. Pero yo periodismo no escribo, aunque en algún momento lo haré. Mi idea es, cuando acabe esta Trilogía de los Países del Este, hacer periodismo, documental con cámara o escrito, porque cada vez me apetece más. He escrito artículos, pero eran de coger referencias, buscar en libros… A mí lo que me apetece es entrevistar a gente.
¿Cuántas historias manejas a la vez? ¿Tienes un cajón lleno de borradores?
Demasiadas. Por ejemplo, ahora que he empezado con la segunda, ya tengo las notas para la tercera de la trilogía. Y creo que no ha sido buena idea ponerme con la segunda cuando estoy con la promo de la primera, porque me saca de contexto todo el tiempo. Me desconcentra bastante y no sé si seguir dentro de un mes y pico… Pero sí, tengo montones de notas, muchos, muchos cuadernos, no quiero ni verlos.
¿Cómo es el proceso?
Normalmente escribo una novela en unos tres meses. Luego la dejo reposar un mes y pico, y en ese mes y pico, por cierto, se me ocurren muchísimas ideas. Cuando la retomo, en un par de semanas ya está. Pero siempre aparecen cosas que hay que cambiar. Y eso es algo bueno, porque muchas veces, pasado algo de tiempo, surgen cambios muy pequeños que mejoran mucho una novela. Además, me gusta que sean novelas cortas sobre cosas que ocurren en poco tiempo. Sánchez sucede en una sola noche y las novelas que escribo no duran años. Prefiero que sean muy compactas en el tiempo.
¿Y qué experiencia de estos mundos un poco esquinados y proscritos tienes? ¿Es porque tienes amigos que se mueven por ahí? ¿Todo es imaginación? ¿Te vas a un bar y charlas?
Todo, o sea, las tres cosas. Para Benidorm, por ejemplo, me fui allí y estuve hablando con un amigo de la zona que me puso en contacto con gente que tiene características bastante parecidas a las de la gente que saco en el libro. Lo que hay que hacer es estar en los sitios. No solamente porque vayas a escribir una novela, sino porque te apetece estar ahí y conocer a ese sitio de gente o, muchas veces, porque ya se han convertido en amigos. Casi toda la trama y los diálogos de Spanish Beauty son inventados, pero la atmósfera viene de ahí.
¿Y usas algún truco o técnica para esas tramas tan redondas?
No, el truco que ya hemos comentado es que siempre hay alguien buscando algo. También es verdad que antes, cuando se me iba todo demasiado de madre y me costaba mucho trabajo centrarme, acudía a un libro clásico sobre guion, uno naranja de McKee. Y me funcionó para no despistarme demasiado y para no ir muy a lo loco. Ahora ya, como me aprendí ese libro bastante bien, sé instintivamente por dónde tengo que seguir. Es un libro muy evidente, pero muy útil.
Y es de guion.
Es que mi idea, cuando escribo las novelas es que se hagan pelis con ellas, eso es lo que yo quiero, también por eso son libros tan cortos.
¿Qué has encontrado en el Levante español?
Una vez fui a hacer un reportaje sobre Benidorm y me gustó mucho. Y el sitio adonde más he ido, adonde siempre tengo ganas de ir es a Valencia. A mí me robaron en la Malvarrosa, es increíble. Me metí en el agua y dejé el vaquero con diez pavos, y cuando volví no estaban ni el vaquero ni los diez pavos. Me gusta mucho la luz que tiene Valencia. Yo creo que la gente del Levante tiene algo muy loco, está un poco tronada. También los paisajes que hay a diez minutos en coche de la ciudad, como la Albufera, me parecen brutales. Y sé que no se puede decir «Levante» pero no me importa. Es una palabra que suena muy franquista, suena como a NODO de los años sesenta, pero es que me gusta mucho. Tiene algo muy raro. Y tengo amigos en Valencia, así que como tengo amigos en Valencia, pues voy.
Y Benidorm en particular, ¿qué te parece? ¿Atentado contra la naturaleza o genialidad?
Para mí es un sitio muy chulo. Es lo contrario a un atentado contra la naturaleza. Si eso fuera horizontal en vez de vertical, sí que sería un atentado de primera magnitud; pero como está construido hacia arriba, no ocupas tanto terreno. No se come la Serra Gelada, es lo más económico para el territorio. Y a mí ese tipo de paisaje me flipa, tener el mar y la sierra detrás… Cuando estás en la islita y miras hacia la ciudad lo que ves es una locura. Es que es raro, es muy raro, y si es raro, ya me gusta.
Además el agua en esa zona está especialmente azul.
Y calentita.
El día 7 de febrero, estuvo en Malaga , presentado su último libro, una novela negra de lo más interesante
Al final de la presentación hubo, un turno de preguntas en el cual participé, parece ser que mi historia fue interesante, pues cuando estaba leyendo, la entrevista en el periódico Sur , y mencionó, como la srt de rojo
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