Analógica

El (mismo) libro de nuestros días

La Universidad de Sevilla revela una importante porción de su patrimonio artístico en una de las exposiciones de la temporada, que une singulares piezas históricas y contemporáneas para reflexionar sobre la palabra y la memoria.

Varias de las obras expuestas en la muestra del CICUS Imago Mundi. Foto: José Morón.

Se entra a la exposición Imago Mundi, en el CICUS, con la sensación de acceder a un tesoro oculto. La impresión es atinada, pues la Universidad de Sevilla ha sacado a la luz buena parte de un magnífico patrimonio normalmente latente. Además, ha querido vincularlo al de otras instituciones culturales, públicas y privadas, con la intención de responder a varias cuestiones, a saber: para qué sirven los libros, cuál ha sido su función en las grandes crisis de la humanidad y qué asuntos se ha pretendido resolver a través de ellos. Un ambicioso proyecto que empezó a gestarse hace unos tres años, pero que «es casi el trabajo de una vida», admite Luis Méndez Rodríguez, comisario de la muestra junto a Luis F. Martínez-Montiel. A los responsables de idear este itinerario por la historia de la palabra escrita les seducía la idea del libro como artefacto material y, de algún modo, peligroso. «No existe un solo documento sobre la civilización que no sea al mismo tiempo un documento sobre la barbarie», sentenció Walter Benjamin, y esa ambivalencia se refleja en esta muestra. Por un lado, la necesidad de preservar la memoria a través de bibliotecas y archivos, garantes de los valores democráticos; y, al mismo tiempo, la certeza de que esos libros pueden cambiar el mundo, por lo que a menudo se protege a la sociedad de ellos.

Articulan la exposición más de 150 obras que incluyen piezas arqueológicas, grandes pinturas, documentos inéditos, mapas cartográficos y, por supuesto, libros singulares y ediciones que están consideradas como verdaderas joyas. No obstante, el CICUS no ha pretendido plantear una exhibición de libros-objeto, sino lanzar grandes interrogantes de los que extraigamos algún tipo de luz. Resulta muy reveladora la asociación de obras patrimoniales con otras actuales: las preguntas que se hacían nuestros antepasados no han cambiado gran cosa. Es uno de los grandes aciertos de la muestra, descubrir el hilo invisible a través de los tiempos que une piezas surgidas en contextos tan distintos. El recorrido, que por tanto no es cronológico sino temático, arranca con un preámbulo sobre el conocimiento transmitido a través de la imagen, con obras como el incunable Tractatus de ymagine mundi, de Pierre d’Ailly, que fue propiedad de Colón y contiene sus anotaciones; o el retrato que hizo Murillo de San Isidoro, autor en el siglo VII de las Etimologías, que suponen la primera enciclopedia conocida y uno de los puntales sobre los que se asentará el saber. A continuación se aborda la ciudad como territorio donde habita la palabra y se construye el lenguaje, destacando la entusiasta acogida del Quijote en las Américas, las librerías infinitas del artista visual Nicolas Grospierre o el retrato de Fray Jerónimo de Guadalupe que lo asemeja a un pionero bookstagrammer.

Lo que se propone no es una exhibición de libros-objeto, sino descubrir las claves por las que el mundo ha vuelto a ellos en épocas de crisis

Sigue la exposición con la palabra revelada y el libro como patria sagrada, a través del prisma de una serie de textos, uno de ellos dogmáticos y otros heréticos: piezas como la única Biblia de Gutenberg original conservada en España —existen solo 22 en todo el mundo— o el espectacular retrato, firmado por José de Ribera, de San Jerónimo, autor de la Vulgata (o edición divulgada en latín de la Sagrada Escritura). Más contemporánea, aunque justamente atenta a la conservación de la Historia y las historias, es la mirada de artistas que reflexionan sobre la prohibición, la censura y las heridas de los libros, como en el caso de Anish Kapoor, Edmund de Waal, Gervasio Sánchez o Joan Fontcuberta y sus damnatio memoriae. Finalmente, llegamos a los viajantes —también los náufragos o los migrantes— como narradores, al ensanchamiento de lo conocido y a las visiones del mundo que expanden la experiencia, desde esa maravilla del XVI que es el Astronomicum caesareum, de Petrus Apianus, al Detritus de Francis Bacon y su reflejo del viaje interior, o ese retrato anónimo boloñés de la familia de Giovanni Battista Gillio que sintetiza muchos de los temas de la muestra.

Foto: José Morón.

Son solo algunos apuntes de una de las exposiciones de la temporada, por el valor artístico del patrimonio que difunde y, sobre todo, por el brillante andamiaje conceptual (ampliado en un programa de conferencias a cargo de destacados artistas y literatos) que teje las diversas piezas para interpretarlas desde un prisma holístico y humanista. En un momento de indefinición geopolítica, cultural y social como el que atravesamos —desde incluso antes de la pandemia—, donde predominan las posverdades y el mundo se maneja a golpe de tuit, Imago Mundi reclama volver a los libros y poner sobre ellos los cimientos para una nueva construcción, o reconstrucción, de esta civilización. También para encontrarnos a nosotros mismos, dado que somos los libros que leemos, o los que releemos. Una idea presente en la cita del poeta Pablo García Baena con la que se cierra la muestra del CICUS, y que aquí completamos brevemente con unos versos previos: «Y allí, bajo el árbol de la vida, / sentarme a leer un libro hermoso, / ya leído. […] Y la mañana al sol, junto a la barca, / leer el mismo libro de mis días».


VISITA APTA PARA: Bibliófilos incurables (e incunables) y humanistas que aún buscan cierta verdad en las páginas.

VISITA NO APTA PARA: Tecnófilos e influencers de la barbarie para los que unos cuantos papeles no cambian nada.


Imago Mundi. Libros para tiempos de barbarie y civilización
VV. AA.
Comisariada por Luis Méndez Rodríguez y Luis F. Martínez-Montiel
Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS)
Hasta el 25 de febrero de 2022

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