Una de las fotos más conocidas de Picasso muestra al pintor sosteniendo una sombrilla detrás de Françoise Gilot en la playa de Golfe-Juan. Robert Capa tomó esta y otras instantáneas de la intimidad familiar en 1948, cuando la relación de ambos amantes era todavía feliz. Detrás de Picasso aparece un joven muy sonriente y bien parecido sosteniendo el palo que se clava en la arena: es su sobrino Javier Vilató Ruiz, el menor de los seis hijos habidos del matrimonio de su hermana Lola con el neurocirujano Juan Vilató.
Nacido en Barcelona en 1921 en un hogar en cuyas paredes colgaban obras de su tío, de su abuelo D. José Ruiz y de su propia madre, a los ocho años realizó su primer autorretrato y a los once expuso sus pinturillas, junto a su hermano mayor J. Fín, en la Galería Emporium de su ciudad natal. En 1939 huyó a Francia junto a miles de republicanos y acabó internado en un campo de concentración próximo a la playa de Argelés; su tío Pablo lo rescató y lo llevó a París donde ingresó en el taller de grabado de Roger Lacourière para aprender la técnica que sería una constante a lo largo de toda su vida profesional.
El estallido de la II Guerra Mundial movilizó a los dos hermanos que se vieron obligados a volver a España y cumplir largos años de servicio militar como represalia a sus ideas republicanas. En 1946 consiguió una beca del Instituto Francés y marchó a París donde se estableció definitivamente, aunque sus viajes a España eran muy frecuentes. Picasso le financió la compra de un tórculo para el taller parisino en el que se estamparían la mayoría de sus grabados y en el que la colaboración entre tío y sobrino sería continua a partir de ese momento; ambos compartirían muchas horas de trabajo y de ocio en las que el genio prohijó a su sobrino pequeño en lo personal y en lo artístico.
Cuando Javier Vilató nació para el arte, las Primeras Vanguardias históricas estaban muy desarrolladas y su cercanía familiar al Cubismo le proporcionó el primer lenguaje que utilizaría como herramienta de análisis de la realidad que le rodeaba; fue un pintor post-cubista, por herencia y por educación, que dominaba el dibujo tanto como el color. Sus obras de pequeño y gran formato evolucionaron hacia un universo íntimo creado a partir de lo que veía y en el que modificaba las formas sin abandonar la figuración, siempre lejos de la abstracción por la que sentía un particular rechazo. Su obra es un continuo apunte biográfico del entorno en el que vivía y ese sería un rasgo en común o una influencia más de las recibidas de su tío.
En un texto de 1996 escribió que «la pintura, por figurativa o realista que sea es tan hermética como la que se ha llamado abstracta. El creer lo contrario es pura ignorancia», idea que le sirvió de base para la construcción de un lenguaje artístico que, armado con las influencias del ambiente privilegiado en el que vivió, no dejó de evolucionar por un camino del todo personal. Con el paso de los años se interesó por la cerámica, así como por el relieve sobre cobre y más tarde por la escultura, modeló el barro y talló la madera y en los últimos años de su vida se entregó al retrato en todas sus formas, tanto humanas como de paisajes y de aquellos objetos que conformaban su mundo cercano.
En los años 60 y por sugerencia de su nana Conchita, que era natural de Callosa de Segura, en Alicante, Vilató visitó la Vega Baja y casi de inmediato adquirió una propiedad en el término municipal de Almoradí donde, a partir de 1971, pasaría todos los veranos hasta 1999, el año anterior a su fallecimiento en París. La finca, llamada Lo Monpeán, era una antigua casa de postas que Vilató apenas modificó; instaló el estudio en las caballerizas y desde allí representó la naturaleza que le rodeaba, el aljibe de la casa -que carecía de electricidad y agua corriente-, las salinas de Torrevieja, las playas de La Mata, los frutales, los pájaros y animalillos o las piedras, todo ello bañado por la luz del cercano Mediterráneo. Cuando volvía a París lo hacía cargado de las pinturas que narraban su estancia gozosa, cada vez más prolongada, en aquel oasis de paz, según él mismo lo describiría.
Su obra se muestra en museos de todo el mundo como el MOMA de Nueva York, el Halsingland en Hudiksvall en Suecia o el Reina Sofía de Madrid, así como en colecciones privadas de Europa y EEUU. Para conmemorar el centenario de su nacimiento se llevan a cabo simultáneamente varias exposiciones bajo el título genérico de «Vilató: cien obras para un centenario» en la Casa Natal Picasso y Centre Pompidou de Málaga, el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella, el Ayuntamiento de Almoradí (Alicante) y el Museo Picasso de Barcelona.
Su obra, menos conocida y en muchas ocasiones eclipsada por la figura imponente de su tío, es original y muy sensitiva. Al margen de la influencia de su mentor, Vilató desarrolló un estilo particular, colorista y expresivo que le otorga un espacio en el mundo de las Artes por derecho propio. Trabajaba de sol a sol todos los días de su vida, como harían otros miembros de su familia, y si ese impulso creativo era aprendido o lo llevaba en los genes es una discusión que huelga ante una obra tan extensa: sea saga o sombra, ha dejado un legado inconfundible de gran exquisitez.
Todos los paisajes contienen belleza. A veces, una chumbera se yergue sobre los montes para contemplar, con sus ojos de espina, el cielo de la madrugada recién vencida. Un pino asoma desde las sombras al tiempo que el sol alcanza su zénit, y la tierra que les sujeta trasmuta los tonos grises de la noche en ocres perlados de azules cuando se esfuma la humedad de entre las piedras.
A veces, la mirada del artista se hace presente -sin que sus protagonistas se percaten- para descubrir la belleza del momento en que esto ocurre y es entonces cuando los paisajes dejan ver al que les observa un indicio de la hermosura que guardan.
Laura Mínguez.
Catálogo de la exposición «Vilató, 100 obras para un centenario»
EXPOSICIONES – Museo del Grabado español de Marbella, colección permanente. – Museo Casa Natal Picasso de Málaga, hasta marzo de 2022. – Centro Pompidou de Málaga, hasta febrero de 2022. – Sala de exposiciones del Ayuntamiento de Almoradí (Alicante), hasta marzo de 2022. – Museo Picasso de Barcelona, hasta marzo de 2022. |
¡Dios mío, a lo que hemos llegado! Ahí está ese joven bien parecido con su polo amarillo Lacoste y sus pantaloncillos blancos, al lado de «eso» que pintó y que él debió de creer que era algo de lo que sentirse orgulloso ya que al fin y al cabo, su tío (otro que tal) le dijo que estaba muy bien, que adelante…
Hay gente que porque no le gusta una cosa y no intenta entenderla solo dice necedades, y así nos va. Para decir eso mejor es callarse porque ¿qué aporta? Solo ignorancia y vergüenza ajena.
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