Horas críticas

Libros de la semana #36

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Sofoco de Laura Ortiz Gómez (Barett)

Tras cursar la carrera de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, la escritora bogotana Laura Ortiz Gómez experimentó una crisis personal al no ser capaz de establecer el lugar que ocupaba la literatura social. De comprender de qué modo las narraciones, aquello en lo que se había formado y especializado, podían ser capaces de intervenir en nuestro mundo para demostrar que estaban vivas. Justo en aquella época, mientras dudaba sobre la finalidad de su oficio, Ortiz decidió embarcarse en una serie de proyectos sociales en diferentes comunidades indígenas. Experiencias gracias a las que descubrió que las historias, la literatura y las fábulas habitaban realmente en cualquier rincón del mundo. «Comprendí que los proyectos campesinos son historias, entendí que la manera en la que nos nombramos, y lo que contamos de nosotros, nos transforma o nos hace existir. Y me dije: “Puede que la literatura sí que tenga una función comunitaria” […] Fue relindo ver que la literatura no era una cosa de grandes señores, de grandes autores. Sino las historias que nos atraviesan, las que cuenta la abuelita, el niño, el papa». Ortiz comenzó a recorrer el país, a escuchar las historias de otros y a amasar su propia literatura concediendo que los lugares y las experiencias vividas permearan sus párrafos. De todo ello nacieron una serie de cuentos ubicados en diferentes puntos de la geografía colombiana, nueve de los cuales viven dentro del libro Sofoco. Una selección maravillosa, hasta el punto de haberse llevado el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica en 2020 sin que nadie rechistase ni un poco. Nueve ficciones, cimentadas en la realidad, donde residen seres tan extraordinarios como un fantasma analfabeto que mendiga significados, un músico rubio con mirada de telaraña o un niño criado por el silencio. «Somos pobres, morimos mal, pero estamos bien enterrados» afirma una mujer encargada de velar por el silencio y la decencia de un cementerio. «Nada bueno llega contradiciendo el agua» exclaman aquellos que ven a un hombre arribar a contracorriente de un río. «Aquí nos presentimos en diagonal» explican los pobladores de Alto Bonito. Viajes en el tiempo a través de agujeros de gusano provocados por el coito de una pareja encendida, telenovelas rusas que transcurren de manera paralela a la vida de una desgraciada limpiadora de Ciénaga de Oro, besos de treinta años y jaguares domesticados como herramientas para la libertad. Una galería de personajes atrapados en el sofoco, seres frágiles que sobreviven entre la asfixia y el dolor aferrándose a los ocasionales brotes de vida y los chispazos eróticos. Episodios que reflejan una Colombia sumergida en una situación complicada, sofocante. «Uno escribe para responderse preguntas. Y el conflicto colombiano, cómo salir, qué hacer con los impulsos de venganza, con los dolores heredados, son preguntas muy grandes», afirma Ortiz. La gran noticia es que esta mujer escribe como para levantarse a aplaudir tras leer sus pasajes.


El año de la rata de Mariana Enriquez y Dr. Alderete (Zorro rojo)

La rata es el primero de los animales que conforman el ciclo de doce años del zodiaco chino, un horóscopo zoológico que se repite en bucle y existe amarrado al calendario tradicional de China. La rata también es una criatura vinculada en tierras orientales a conceptos como la astucia, la perspicacia o la inteligencia afilada, mientras en occidente se asocia con peste, actos rastreros e inmundicias. Dos mil veinte fue el último año de la rata vivido por la humanidad. En dos mil veinte, la porteña Mariana Enríquez —autora de Las cosas que perdimos en el fuego o la galardonada Nuestra parte de la noche— y el ilustrador argentino Dr. Alderete —cuyo trabajo se ha paseado por medios tan distintos como la MTV, El País o Zona de obras— elaboraron su propia crónica de un mundo extraño, real e imposible al mismo tiempo, y la bautizaron en honor a la temporada del roedor que encabezaba las supersticiones orientales: El año de la rata. Un volumen sorprendente donde sesenta textos inéditos de Enríquez se entrelazan con las vibrantes ilustraciones de Alderete, construyendo una narración con apariencia de noticiario insólito sobre la realidad que habitamos. El año de la rata encadena pequeños relatos sobre sucesos, personas y singularidades que habitan, o han habitado, nuestro mundo. Un compendio de crónicas tan inauditas y marcianas como para que en sus páginas la ficción y la no ficción difuminen por completo sus fronteras, provocando que el lector no sea capaz de afirmar con certeza donde acaba lo real y donde comienza la fantasía. El año de la rata habla de trajes de baño con aspecto de pasamontañas, los facekinis, que acabarían creando moda entre los usuarios de las playas chinas. Pero también de bellas alienígenas del planeta RXJ1131-1231, a 3800 millones de kilómetros de la Tierra, que pasean sus cuerpos, desnudos y huecos, por las calles de nuestro planeta porque gustan de hacer turismo. De un museo creacionista dirigido por un caballero llamado Ken Ham que está convencido de que los dinosaurios eran los dragones de dios. De un toro con un solo cuerno, instalado en el centro de su frente, creado de manera artificial por el doctor William Franklin Dove para demostrar que los unicornios que trotan por las historias de fantasía son criaturas factibles. El año de la rata también habla de una baronesa llamada Eloise von Wagner Bosquet que vivía en las islas Galápagos junto a dos gigolos, de las temibles criaturas submarinas, de un Museo Itinerante de los Placeres Raros, de youtubers que asesinan en directo, de violonchelistas que tocan desnudas, de niños topo que residen bajo Central park y son utilizados como esclavos sexuales, de mujeres indias con treinta y dos dedos, de una escritora porteña apellidada Enríquez que invoca criaturas sobre una calavera Tali y de un dibujante con alias de médico y el cuello deformado por culpa de apilar horas de trabajo. Extravagancias, ilusiones, noticias reales y espejismos que se confunden entre sí. Cuentos que no siempre fueron imaginados y extraterrestres que comandan burdeles. En la época de las fake news, el refugio en la fantasía, el exceso de información y la adoración por lo extraordinario, El año de la rata es el momento en el que la realidad decidió que la verdadera meta no era superar a la ficción, sino fundirse con ella.


La vía del futuro de Edmundo Paz Soldán (Páginas de espuma)

Una estudiante universitaria recorre la avenida donde se erige el edificio de líneas indóciles cuyo interior se ha convertido en un extraño templo: «A un costado de la entrada principal la pantalla led parpadeaba: Path of the Future, La vía del futuro, Caminho do futuro… […] Así que fui, recelosa. Mientras nos alistábamos para salir Carmen dijo que todas las religiones eran iguales. ¿Me parecía normal eso de la santísima trinidad? ¿Y qué de una mujer “sin pecado concebida”? Path of the Future sería una religión inverosímil hasta que la adoptáramos». Una iglesia con parroquianos que veneran a la Inteligencia artificial omnipresente, un culto cobijado bajo una cruz dibujada con unos y ceros, un manual de instrucciones a modo de evangelio, un mundo virtual de avatares y música electrónica como punto de encuentro de feligreses y un oscuro clan hereje que adora al Profundo en las cloacas de la deep web. Con estos elementos, el novelista boliviano Edmundo Paz Soldán (Iris, El delirio de Turing, Sueños digitales) nos da la bienvenida a su propio mundo de fábulas ubicadas en futuros cercanos. La vía del futuro es un compendio de ocho cuentos de ciencia ficción, relatos que contienen personajes obsesionados con los androides de compañía («La muñeca japonesa»), comunidades herméticas regidas por hologramas («El Señor de la Palma»), cosmonautas desmemoriados y enmarañados en las redes sociales («El astronauta Michael Garcia») religiones que adoran a una Inteligencia artificial («La vía del futuro»), avistamientos de ovnis («Mi querido resplandor»), tiroteos en universidades futuristas («Bienvenidos al nuevo mundo»), relecturas góticas de los escenarios de realidad virtual («Las calaveras») o trabajadoras sociales que contemplan el mundo a través de monitores («En la hora de nuestra muerte»). Soldán, cuyas referencias van desde Samuel Butler a The wire, pasando por Kraftwerk o Jorge Luis Borges, construye sus historias apoyado en la ciencia ficción pero apuntalándolas en la vida cotidiana. Buscando estudiar y captar esa sacudida, ese glitch en el mundo real, con la que tarde o temprano nos van a azotar en la cara las apps, la vida a través de una pantalla, las redes sociales, los algoritmos, los avances tecnológicos, la inteligencia artificial avanzada o los androides de aspecto humanoide. Y se atreve a hacerlo revistiendo la ciencia ficción clásica con humanidad, realismo y drama mientras aprovecha para embarcarla en visitas a otros géneros como el fantástico, el policiaco o el gótico. Pero, sobre todo, se encarga de recordarnos que su imaginario no camina por un futuro remoto, sino por uno que probablemente está a la vuelta de la esquina. «Los bits brillan en torno a mí. Los bytes están en mí. Los datos, el código, las comunicaciones. Para siempre, alfa y omega» canturrean los miembros de una religión agolpados en aquel extraño edificio de líneas indóciles en cuyo exterior una pantalla led parpadeaba anunciando: Path of the Future, La vía del futuro, Caminho do futuro.


He visto cosas que no creeríais de María Casas Robla, ed. (Siruela)

En el prólogo de la antología He visto cosas que no creeríais. Distopías y mutaciones en la ciencia ficción temprana, María Casas Robla, coordinadora del libro, evoca la conversación que mantuvo con un interlocutor imaginario, Julius, para debatir el enfoque y la selección de relatos que conformarían el presente volumen. Un diálogo, que transcurría en su cabeza entre ensayos de Gregory Claeys sobre distopías literarias y alcachofas rehogadas con ajo y pimentón, donde Casas resolvía: «No me interesa la ciencia ficción en sí, sino el género literario que algunos consideran subgénero de la ciencia ficción, que habla del miedo al otro, en persona o en grupo, y cómo se refleja en la literatura el análisis de la psicología de los grupos que deriva en esa masa conformista que tan bien analizó Elias Canetti. La masa como monstruo y el individuo como monstruo». He visto cosas que no creeríais toma prestada la famosa frase de Roy Batty (Rutger Hauer) en Blade runner para congregar bajo ella una recopilación de textos de autores prestigiosos que se adelantaron a su tiempo navegando entre antiutopías y mutantes. Historias cuidadosamente seleccionas que fueron elaboradas durante el periodo comprendido entre mediados del siglo XVIII y el año 1918, o la fecha tras la cual muchos de los miedos manifestados por los escritores distópicos se hicieron realidad por culpa de la Primera guerra mundial y la Revolución bolchevique. Entre las tramas que acoge el tomo encontramos personajes condenados a sufrir la inmortalidad, «El mortal inmortal» de Mary Shelley o «Mil muertes» de Jack London; humanos con poderes que existieron antes de que las viñetas alumbrasen a los superhéroes, «La hija de Rapaccini» de Nathaniel  Hawthorne o «Los cinco sentidos» de Edith Nesbit; un Arthur Conan Doyle divirtiéndose jugando a hacer de trilero, con una pareja de almas y sus respectivos cuerpos, en «El gran experimento de Keinplatz»; distopías políticas como las planteadas por «La república del futuro: El socialismo hecho realidad» de Anna Bowman Dodd, donde los trabajadores se aburren ante una jornada laboral de horas escasas, o «La República de la Cruz del Sur» de Valeri Briúsov, donde una extraña epidemia condena a los habitantes de una ciudad polar a hacer lo contrario a lo que desean; y el «Cuento futuro» de Leopoldo Alas Clarín, donde se propone el suicidio universal como solución a una humanidad hastiada y aburrida de su propia existencia. Casas también recupera para este tomo el escrito «Una esposa hecha por encargo» de la misteriosa Alice W. Fuller, escritora de la que nada se sabe, una ácida sátira de 1895 sobre una mujer robótica programada a medida. Junto a ellos, también se encuentran textos de Jonathan Swift, Jules Verne, Edward Page Mitchell, Robert W. Chambers, Rudyard Kipling o H.G. Wells. Gente que ha visto cosas que no creeríais antes de que el resto del mundo pudiese imaginarse la que se nos venía encima

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