Culture Club

Sobre seudónimos, melenas de mujer y otras tomaduras de pelo

Obra de Jens Haaning

De Carmen Mola a Palomo. A estas alturas se estarán vendiendo ya ejemplares de La Bestia, el Premio Planeta de los travestidos Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez. Hasta una pequeña ninfa de parvulario sabe ya que bajo el misteriosísimo nombre de Carmen Mola, autora de la saga negra La novia gitana, se ocultaban estos tres hombres, estos tres penes con supuesto cerebro, estos tres violadores de la identidad femenina. Todo el mundo parecía saberlo todo sobre el «affaire» Carmen Mola. Uno, sin embargo, confiesa que al principio no entendía nada de nada. Era la primera vez que escuchaba el nombre inocuo de Carmen Mola. Como objetor de novela negra, jamás había escuchado nada sobre la saga La novia gitana ni sobre la supuesta inspectora Elena Blanco. Me monté por ello mi propia ensalada de seudónimos y sosias posibles. Pensé si el tal Jorge Díaz era el torpísimo ex ministro de Interior del PP con Rajoy; si Agustín Martínez era el abogado defensor de La Manada y si Antonio Mercero era el ánima inquieta del creador de Verano azul muerto ya hace años. ¿Tenía que ver algo Carmen Mola con la memoria histórica y el general insurgente Emilio Mola? ¿Era Elena Blanco un guiño o trasunto ficcional de la exitosa editora Elena Blanco? La polémica ha generado debates sobre seudónimos usados como camuflaje entre escritores con nombres de mujer y escritoras con nombre de varón. Como está demostrado, la literatura ha sido pionera en políticas sobre transexualidad literaria y lo sigue siendo —lean si no esta novela transversal y tan de nuestro tiempo: «Víctor y Victoria. Transexualidad y Políticas Públicas. Estudio de caso de un transmigrante económico latinoamericano de Barcelona», firmada por Margarita Camacho-Zambrano para la Universitat Autònoma de Barcelona—. Algunas librerías feministas de lo más airadas han retirado ejemplares de la muy traidora Carmen Mola, ese trampantojo del patriarcado. Es de colegir que, en su lugar, han colocado ejemplares de Margarita Camacho-Zambrano. A su vez, varios escritores antaño frustrados revelan ahora que tuvieron que usar vidas ficticias y tomar nombres sugestivos de mujeres —si eran jóvenes mejor— para que las editoriales leyeran y publicasen por fin sus obras —véase el caso de Sergi Puertas en Impedimenta—. En cualquier caso, aventuramos que el Premio Planeta 2021 va a ser todo un éxito en la misma proporción en la que la obra finalista, Últimos días en Berlín de Paloma Sánchez-Garnica, se evaporará en la nada y nadie la recordará. En Planeta ya trabajan en la posibilidad de que Paloma pudiese ocultar en verdad el nombre de Palomo. Atentos —y por supuesto atentas y atentes—.

Suéltate el pelo. En la versión de Ovidio, la envidia de Atenea hizo transformar el abundoso pelo de Medusa en un repelente nido de víboras. Quien fuera una de las hermanas Gorgonas será recreada, entre otros, por Rubens y Caravaggio. La melena femenina siempre ha avivado el erotismo y ha seducido a varones de todo tiempo y lugar por su connotación de hechizo, de símbolo, de corona de la feminidad. Por decirlo en clave doctrinal de hoy, no cabe duda que tanto en pintura como en poesía se ha construido una narrativa heteropatriarcal acerca del muy femíneo atributo. Los varones heterosexuales lo admitimos sin rechistar y sin encomendarnos siquiera a San Sansón. Hasta que Sinéad O’Connor hizo de la calva una belleza ovoide, el pelo de la mujer siempre ha formado parte integral de su discurso físico. Todo ello fue estudiado en su momento por la historiadora del arte Erika Bornay, de quien Cátedra recupera ahora oportunamente La cabellera femenina. Dijo Proust que la vida de las mujeres «expande el suave perfume de las cabelleras sueltas». «De noche te alisaba los cabellos / y me dormía meditando en ellos / y en tu cuerpo de rosa: mariposa», dirá Blas de Otero. Éramos hijos de Rafael Alberti antes de que las mujeres hicieran justa causa de su empoderamiento: «Rojo, un puente de rizos se adelanta e incendia tus marfiles ondulados». Frida Khalo, según se decía, será quien abra una fisura en la narrativa misógina de muchas obras pictóricas. Este libro resultará ideal para una instagramer e influencer de hoy. Lee y suéltate el pelo, como en la canción –heteropatriarcal, eso sí– de Hombres G.

Tomadura de pelo conceptual. Retomamos el elemento pelo, pero esta vez como alegoría de la estafa en clave de arte conceptual extremo. Leemos en el portal ‘Pijamasurf’: «Artista recibe 84.000 dólares de un museo y entrega unos marcos vacíos con el título Toma el dinero y corre». La insólita genialidad es obra del danés Jens Haaning. Según parece, el creador entregó al museo Kunsten de Arte Moderno de la ciudad de Aalborg dos suntuosos marcos vacíos con el título Toma el dinero y corre. Haaning había recibido por parte de la institución la cantidad arriba citada para recrear dos obras realizadas con anterioridad. A saber: Average Danish Annual Income (Media de ingresos anuales de un danés, fechada en 2010) y An Average Austrian Annual Income (Media de ingresos anuales de un austriaco, de 2007). En sendas obras, sobre un marco con rendijas, se mostraban billetes para denunciar y hacer ver al espectador que el dinero ejerce la misma atracción que el objeto artístico. Así las cosas, en un rapto de cinismo, genialidad y súbita protesta, el artista decidió realizar una nueva instalación, distinta de la encargada, y formada por dos inquietantes pero magníficos marcos vacíos: «Toma el dinero y corre». El artista conceptual explicó a una radio danesa sus argumentos: «La obra es que he tomado el dinero. No es robo, sólo incumplimiento de contrato, pero el incumplimiento de contrato es parte de la obra». Impecable. El museo Kunsten pide la inmediata devolución de su dinero y amenaza al artista con acciones legales. Estamos seguros que el litigio y la publicidad que ha generado el caso se han convertido en parte también de la obra, que sin duda aumentará su cotización. Con Jens Haaning el arte conceptual se entiende ahora perfectamente.

 

 

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