Horas críticas

Libros de la semana #34

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

La cita y otros cuentos de terror de Emilia Pardo Bazán y Elena Ferrándiz (Nórdica libros)

La figura de la gallega Emilia Pardo Bazán suele mostrarse en los libros escolares eternamente ligada a algunas de sus novelas más rotundas: la inevitable Los Pazos de Ulloa, La madre naturaleza, Insolación o La cuestión palpitante. Pero el universo de Bazán, tal y como apunta la escritora mataronina Care Santos en su maravilloso prólogo para La cita y otros cuentos de terror, es mucho más colosal de lo que nos llegaron a insinuar los libros de literatura de tercero de BUP. Porque Bazán no fue una one-hit wonder ni una literata más, sino una de las mentes feministas más efervescentes, guerreras y prolíficas de la historia de nuestras letras. Una mujer que ejerció como novelista, ensayista, dramaturga, traductora, autora de numerosos libros de viajes, crítica literaria, periodista, poetisa, conferenciante y editora, además de «candidata perpetua», como ella solía decir, al ingreso en una Real Academia de Lengua repleta de señores muy aseñorados y muy misóginos que no se atrevían a concederle un asiento. A menudo también se rememora que fue amante de Benito Pérez Galdós, pero pocas veces se atreve la gente a apuntar que ella escribía mejor que Galdós. Lo interesante es que entre toda la extensa obra de Bazán existe un terreno que no siempre se ha celebrado con la importancia que se merece: su abundante producción de cuentos cortos. Más de seiscientas cincuenta piezas donde la coruñesa demostró dominar todos los temas y géneros fabricando impecables relatos policiacos, costumbristas, góticos, naturalistas, reivindicativos, fantasmales, románticos, trágicos o de cualquier otra variedad existente. La cita y otros cuentos de terror agrupa diez  de aquellos relatos breves firmados por la gallega, fábulas que caminan entre lo macabro, lo criminal y lo espectral. Piezas seleccionadas personalmente por Care Santos, tras bucear durante meses entre los centenares de cuentos firmados por Bazán, e ilustradas por los mañosos pinceles de Elena Ferrándiz. Una colección que da cobijo a la que pudiera ser la primera historia nacional sobre zombis («La resucitada») pero también a un adinerado chupasangres gallego («Vampiro»), a crímenes y criminales («La cita», «La confianza» y «La cana»), a apariciones de seres fantásticos («Las dos vengadoras», «La madrina»), a una herencia observada desde el más allá («Desde allí») y a un par de chanzas macabras del azar («El mausoleo», «La casualidad»). Todo ello acompañado de una introducción a la escritora y a su obra a cargo de Santos, quién aviva el interés recordando su encuentro con la obra de Bazán en la adolescencia y, sobre todo, escribiendo la carta de presentación más sugerente posible para estos escalofríos gallegos: «Una invitación a la sorpresa, a la admiración. Eso son, entre otras muchas cosas, los cuentos de doña Emilia Pardo Bazán. Si nunca la leyeron antes, les envidio. Están a punto de darse un auténtico festín de magnífica literatura».


Sobra un autor de cómics de Daniel Blancou (Nuevo nueve)

El historietista Daniel Blancou cursó estudios en disciplinas artísticas al mismo tiempo que entintaba viñetas con la ilusión de allanar el camino para convertirse en autor de cómic. Por lo visto, no se le daba nada mal aquello de dibujar onomatopeyas y bocadillos, porque cuando contaba tan solo con diecinueve primaveras se llevó a su casa un primer premio en el prestigioso festival de Angoulême, dentro de una de las categorías para jóvenes. El protagonista de Sobra un autor de cómic es un dibujante adulto llamado Daniel. Un clon físico de Blancou que también está versado en las disciplinas artísticas y cuyo mayor logro profesional ha sido recibir un galardón en Angoulême siendo chiquillo. Es decir, un auténtico doppelgänger del historietista. Sobra un autor de cómic arranca con una escena donde el Daniel de la ficción es entrevistado, y abochornado, tras recibir un gran premio por uno de sus trabajos. Y continúa con una confesión del Blancou del mundo real: «Daniel quiere precisar que todo parecido con personas que existan o hayan existido no es fortuito, sino totalmente deshonesto y puramente amistoso. Besos». Una declaración donde se insinúa con guasa que probablemente todo lo que ocurrirá a continuación estará basado en hechos reales. Ocurre que, entre las páginas de Sobra un autor de cómic, el Daniel de tebeo se descubre como un artista arruinado y desencantado, un dibujante de historias periodísticas poco exitosas que se desahoga contándole sus penas a un patito charlatán con alma de Pepito Grillo emplumado. Un creador que, ante las deudas acumuladas, decide plagiar el trabajo de un joven y talentoso artista, usurpando la gloria ajena y desencadenando una cadena de acontecimientos desastrosos enmarcados en el universo de la bandee dessinée. Sobra un autor de cómic, la primera obra publicada en España de Blancou, es una comedia catastrófica que se divierte brincando sobre la idea del meta-cómic, con el propio dibujante convertido en protagonista y estafador, en alguien asfixiado por un ecosistema editorial implacable. El mercado francobelga siempre ha sido una Tierra Prometida para los dibujantes de tebeos, un lugar de fantasía donde los creadores eran remunerados justamente y respetados como artistas. Blancou viene a desmontar ese mito entre colores vibrantes y trazos ágiles, denunciando que actualmente la cosa no es tan idílica para quienes pretenden sobrevivir dibujando. Y lo hace elaborando una divertida farsa burlesca por la que desfilan todo tipo de especímenes habituales del medio: dibujantes muertos de hambre, editores abusivos, artistas de vanguardia que califican de coprolito a toda obra ajena, jóvenes creativos desilusionados con la profesión, críticos que desprecian el noveno arte y, en general, todos aquellos a quienes el autor de cómic enviaba, con mucho pitorreo, besos desde las primeras páginas. Sobra un autor del cómic es una simpática anti-celebración del mundillo del tebeo perpetrada desde las mismas páginas de un cómic. Una fábula donde un dibujante sin fans termina prendiendo fuego, literalmente, al reverenciado festival de Angoulême.


Todos los Mundos, el Mundo de Diego Rasskin Gutman (West indies publishing company)

A cuenta de Todos los Mundos, el Mundo, escribe Federico Marín Bellón, en el prólogo de la propia obra, que Diego Rasskin Gutman «tiene la mente científica y el corazón de poeta» aclarando que «La primera se pregunta el origen de las cosas. El segundo se embarca en un viaje milenario y tira del hilo de una historia de mestizaje cosida a la ruta de la seda, de la que cuelgan infinidad de héroes anónimos». En dicho prefacio, Bellón nos advierte de que lo que está a punto de ocurrir es un viaje personal y universal a través de siglos de historia. Pero también se encarga de aclarar que el texto que abordaremos conforma en realidad una jugada de ajedrez literaria de Rasskin. Una maniobra cuya meticulosidad Bellón demuestra agarrando y recolocando los versos de un pasaje posterior de Todos los Mundos, el Mundo, para revelar que dichas líneas, al ser observadas en conjunto de manera centrada y ordenada, perfilan la silueta de un peón de ajedrez que se hallaba oculto a primera vista. La artimaña es ingeniosa pero el libro de Rasskin es mucho más que un truco ocurrente. Es la historia que acarrea a cuestas dicho peón, y todo el ejército en el que milita. Todos los Mundos, el Mundo es un libro difícil de etiquetar, una obra que se atreve a combinar poesía, historia y ajedrez. Un cantar que repasa la historia de uno de los entretenimientos más fascinantes de la civilización: «Lo llamaron shatranj / era un mundo dentro de un mundo / un universo entero / estaba el rey y sus ejércitos de nubes sobre la estepa / los pies sólidos /como piedras rotundas de bordes redondeados / y eran / de marfil y de cristal de roca / de terracota y de arcilla prensada / de lapislázuli / de madera y de hueso y hasta de cáñamo / no había posesión más bella: / el encantamiento de las líneas surcando los límites del tablero». Diego Rasskin Gutman concibió inicialmente Todos los Mundos, el Mundo como una investigación sobre los orígenes del ajedrez y su expansión desde las tierras de oriente hasta los rincones más inaccesibles del mundo. Pero no tardó en descubrir que la historia de aquel tablero caminaba de la mano con otra crónica que evocaba las raíces hebraicas del propio escritor: el relato olvidado de cómo los mercaderes judíos introdujeron aquel pasatiempo estratégico en la Europa medieval. Lo que se construyó finalmente en estas páginas fue una odisea estructurada en versos sobre el nacimiento del ajedrez y su posterior conquista del planeta. Una aventura imaginada en versos, que combina personajes reales con ficticios, y narrada a través de los comerciantes judíos que ayudaron a esos pequeños soldados a atravesar todas las fronteras. Un libro tan insólito como para que su propio autor lo defina como algo que «ni es una historia del ajedrez,  aunque la sigue, ni es una historia del pueblo judío, aunque la contempla, ni es nada que se pueda parecer a todo lo contrario».


Vera de Elizabeth von Arnim (Trotalibros)

La jovencísima, apenas cuenta con un año de vida, editorial Trotalibros se presentó en sociedad enarbolando un objetivo elogiable: recuperar obras fundamentales de la literatura que hubiesen sido olvidadas de manera injusta. Con ese propósito, desde Trotalibros acaban de rescatar Vera de Elizabeth von Arnim, justo cuando se cumplen cien años de su publicación inicial. Von Arnim (1866 – 1941), cuyo nombre de soltera era Mary Annette Beauchamp, utilizó el oficio de escritora como vía de escape para una vida marcada por la infelicidad en las relaciones amorosas, y al hacerlo se convirtió en una de las plumas satíricas más brillantes de su época. Sus novelas gozaron de éxito y reconocimiento, pero fueron publicadas de manera anónima o bajo seudónimo: la mayoría de sus libros lucían tan solo un escueto y misterioso «Elizabeth» como referencia del autor. En ocasiones, Von Arnim gustaba de inyectar a sus historias un notable componente semi-autobiográfico, exportando las penurias de sus malogrados matrimonios hasta sus mundos de ficción. Y Vera es una de esas historias parcialmente arraigada en hechos reales, concretamente, en su catastrófico casamiento con Frank Russell. Vera también es la obra de Von Arnim que resulta más llamativa por el volantazo en el tono habitual de la escritora. Porque hasta entonces sus relatos se embelesaban con el romanticismo mediante una prosa vivaracha, energética e ingeniosa. Pero la llegada de Vera se presentó como algo muy distinto: la crónica de un desencanto que se convertía primero en misterio y, más adelante, en sospechas terroríficas. Vera narra cómo la joven inglesa Lucy Entwhistle, tras perder a su padre, su única compañía en el mundo, encuentra consuelo y guía en un caballero maduro, el recién enviudado Everard Wemyss, un sugar daddy novelesco. Gradualmente, la relación entre ambos crece transformándose en un cortejo que desemboca en el enlace matrimonial entre aquel hombre soberbio y aquella confundida huérfana. Tras la luna de miel, la pareja se aloja en una mansión propiedad de Everard, The willows, un lugar sobre el que flota la sombra de otro personaje ausente pero de espíritu ubicuo: Vera, la mujer de Everard fallecida en circunstancias sospechosas. A través de los objetos y las ubicaciones de la casa, Lucy comenzará a sentirse identificada con la desaparecida y a investigar el misterio que rodea a su muerte. Von Arnim, construye un relato escalofriante sin necesidad de mudarse al terror, reflejando algo tan horrible como el maltrato psicológico gradual y el sometimiento sutil en el entorno de una pareja. Y adelantándose diecisiete años a la popular Rebeca de Daphne du Maurier con la que suele compararse. Vera también está bañada con el ingenio habitual de su autora, capaz de deslizar comedia afilada a pesar de lo oscuro de la premisa general. «Sé que nunca volveré a escribir algo tan bueno» afirmaría Von Arnim. Hace cien años, The times literary supplement puso a parir el libro en una reseña que inicialmente la novelista se tomó bastante mal. Hasta que su amigo el escritor John Middleton Murry le apuntó que era imposible que los estudiosos de la época pudieran asimilar un libro que parecía como si Cumbres borrascosas hubiese sido escrita por Jane Austen. A día de hoy, Vera está considerada como la gran obra en la bibliografía de Von Armin.

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