Crónicas desorbitadas

Un escritor estrella en el siglo VIII: sobre Beato de Liébana

Juicio de Babilonia reducida a un brasero.

Imaginen un escritor. Infancia difícil y misteriosa, vida adulta llena de polémicas, un archienemigo declarado para repartirse insultos de lo más crueles. Tiene, además, éxito. Mucho. Tanto que su estilo es imitado por toda Europa. Su entrada de wikipedia combina el asueto con ciertos frenesís sexuales bastante potentes. Coleguilla de ricos y poderosos. Rostro visible en la mayor campaña publicitaria entonces.

Y no, no es Paulo Coelho.

Hablamos, como habrán ustedes deducido, sobre Beato de Liébana.

De Beato no sabemos demasiadas cosas. Que vivió en los dos últimos tercios del siglo VIII. Que era monje. Que estuvo escribiendo por la Liébana, un valle cántabro que, de aquellas, formaba parte del Reino Astur. Que, quizá, nació en tierras meridionales, donde los sarracenos, y fue secuestrado por los cristianos en alguna de sus incursiones. Así se atraía el talento por la época, oigan. Y poco más. Ah, se llamaba realmente Beato —seguro que conocen a alguna Beatriz, el femenino pervivió—. Y fue uno de los tipos más importantes en toda la Edad Media. También de los más polémicos. Auténtico influencer, diríamos hoy.

Primera certeza… se sabía defender cuando hacía falta. Vean la correspondencia que mantuvo con Elipando, arzobispo de Toledo y seguidor del adopcionismo, curiosa herejía que le ayudaba a mantener su cátedra aunque por la zona gobernasen los hijos de Alá. Digamos que ambos eran tipos muy cultos y muy educados, pero de sangre caliente. «Boca hedionda», decía uno. «Antifastro», contestaba el otro —porque para Elipando que te llames Beato y ser tan pecador… pues eso, oxímoron—. Y luego el insulto definitivo. «Cojón del diablo» llamó el lebaniego al toledano. Cojón del diablo. Estremece leerlo. Ríanse ustedes de Quevedo y Góngora, de Vargas Llosa y García Márquez. Cojón del diablo.

Insultos al margen, el tema tenía más calado del que pudiera parecer. Digamos que la marcada oposición al adopcionismo que hizo Beato fue tomada como eje religioso en la nueva monarquía septentrional. Y, como esas ideas triunfaron en el concilio de Ratisbona, el recién nacido reino empezó a tener nombre allende los Pirineos. Eh, pequeñitos pero con ideas claras en esto de los curas. Primer hit de Beato.

Segundo. Lo de Santiago. Que fue Beato quien recuperó esa historia de Santiago como evangelizador en toda la península. Interés puramente político, claro, porque así reivindicaba el cristianismo hasta las Columnas de Hércules y, de paso, justificaba todas aquellas ideas locas de conquista y guerra. Compuso un «Himno a Santiago» y… bueno, a ver, el tío no era Lope, para qué mentir. Pero tuvo importancia. Poesía política, rendimiento no solo literario. Funcionó, porque unos añitos más tarde, ¡oh!, casualidad, fueron hallados los restos del apóstol. Ya ven, qué oportuno osario.

Y tercera estación. Beato como milenarista. Pero milenarista de los gordos. Escribiendo, predicando. Cuentan que si una de las veces empezó a sumar y restar, me llevo una aquí, el domingo no cuenta, que es festivo, y… vaya, está el tema más cerquita de lo que pensamos. El tema. El fin del mundo, oigan. Cae el martes que viene. Así que Beato fue donde sus colegas de la alta sociedad lebanense. Oye, media cosita quería comentaros. Sí, que en una semana se acaba todo esto. Sí, el séptimo sello y tal. Así que podíamos irnos a un monte bien alto para esperar el rapto de los cielos. Todos tragaron —tan grande era la confianza en el monje— y se fueron a esperar entre rezos y constricción, pues tales cosas tocan en momentos como ese. Pasó que nada pasó, y allí cada vez había más inquietud, y todos pelín ansiosos, y dónde está eso del cielo rasgándose, y las tormentas. Vamos que, por pura frustración, aquello devino en fiesta orgiástica donde se saciaron apetitos diversos. Piensen que era de madrugada, así que serían muchos, los apetitos. Mal jugado, Beato.

Al final es que era de letras, y aquello de andar sumando… fatal. No, a mí déjenme escribir. Y a ello se puso. Obra inmortal, el Comentario al Apocalipsis. Docenas de referencias clásicas, patrísticas y filosóficas para desentrañar la creación de Juan. De dónde sacó todo ese conocimiento y por qué existía en lugar tan apartado una biblioteca semejante son preguntas cuya respuesta nunca sabremos. Pero es, ahora, lo baladí. Importante, importante… «Comentarios». Que se convierten en un best seller por toda la Europa medieval, porque estaba el tema muy apocalíptico con lo del milenarismo y eso. Así que… vamos a conocer mejor este libro tan oscuro que cierra la Biblia, no vaya a encerrar saberes y claves que salven nuestras almas.

Y eso, que leído, pero más visto. Porque ahora nadie se estudia el Apocalipsis, pero muchos siguen mirando Beatos. Beatos es, como seguramente saben, la forma en que se denomina a los códices miniados que contienen estos «Comentarios». Vamos, que el monje tuvo tanta fama que le puso nombre a un género literario (un poco como los «mortadelos»). Algunos de estos Beatos son auténticas obras de arte y se muestran entre las láminas más reproducidas de su época. ¿Quieren una última curiosidad? La primera mujer que firmó un dibujo en la Península fue cierta monja llamada Ende (o Eude). Beato de Gerona, finales del siglo X.

Ya ven, este Beato de Liébana fue toda una estrella en su tiempo. Y sin salir en la tele.

 

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