Crónicas desorbitadas

Herederos de Torrejón

Grupo Break Machine

Una tarde de septiembre de 1984 unos chicos desgarbados, vestidos de chándal y con gafas de sol aparecen en los televisores de 22 millones de españoles que se encontraban viendo el 1,2,3. Una canción disco ochentera, sobre la que cae un bombo y una caja para que el grupo Break Machine bailase sobre ella y mostrase al país la semilla de una cultura conocida como Hip Hop.

Durante los 80, los elementos de este movimiento se dieron a conocer gracias a los nuevos grupos de Break de Madrid y la repercusión –primero local, después nacional- del grafitero Juan Carlos Argüello Garzo más conocido como «Muelle». La idea era clara: copiar lo americano lo mejor posible. En Torrejón de Ardoz se situaba un punto estratégico para el trasvase de la cultura Hip Hop hacia nuestro país; la base militar fue un enclave inmejorable para establecer contacto con los jóvenes que habitaban alrededor. La emisora de radio estadounidense animaba los edificios cercanos a la base con una nueva música, heredera del funky y del R&B, y alentaba a los chicos a creerse parte de esa cultura.

En el año 1989 un micro abierto dio alas a un movimiento que no ha parado de crecer desde entonces. Mc Randy se subía a un escenario y vociferaba una historia sobre un pijo al que tenía amenazado en su canción «Hey, pijo». A continuación aparece el disco Madrid Hip Hop, en el que se recopilan temas escritos por los grupos que iban surgiendo, como DNI, Estado Crítico o Sindicato del Crimen. El sello Ariola publica el mismo año el álbum Rap’in Madrid, donde aparecen el propio Mc Randy & Dj Jonko y otros artistas como Jungle King, Sweet o Vial Rap.

El género evoluciona a nivel técnico, en detrimento de los primeros grupos, que no saben adaptarse al sistema de producción, alejado de producciones en formato disco. A excepción del disco Madrid Zona Bruta, los artistas se dan a conocer gracias a las maquetas. Kase O, Frank T o 7 Notas 7 Colores fueron los mayores exponentes durante los primeros años de la década. Los últimos años de los 90 transcurren en términos de descentralización de la cultura del rap. Alejados de Madrid y Cataluña aparecen en escena ciudades como Sevilla, con SFDK, Alicante con Nach y la escuela maña con Violadores del Verso.

La madurez del género llega con el nuevo milenio. Mala Rodríguez publica en el año 2000 Lujo Ibérico, por el que gana el Disco de Oro ese mismo año. El álbum combina las estructuras del rap con elementos del flamenco, y hasta el día de hoy es el disco de hip hop más vendido en España. Junto al álbum de la gaditana, aparecen otros dos que asientan las bases del rap de principios de siglo: Vicios y Virtudes, de Violadores del Verso y Quimera de Solo los Solo. Con estilos diferentes, ambos consiguen una gran repercusión y crítica que ayudaron a la visibilidad y al crecimiento del género durante estos años.

Nuevas líricas y sonidos se abren paso durante la década de los 2000. SFDK experimenta en su disco 2005 con sonidos sureños y letras desenfadadas, que se alejan de los clásicos sonidos graves, bombos y cajas y el discurso de la competición entre artistas. Tote King hace del odiar un arte, y lo transforma en éxito con su disco Un tipo cualquiera. El rap bifurca su discurso entre lo más sentimental, o competitivo; y el de corte social o político, en el que mucha gente joven encuentra su espacio compartido.

Durante los últimos años, la escena del rap se redefine y aleja de la imagen del «pureta». Las métricas repetitivas durante tres minutos de canción han dado paso a un formato libre, consolidado en unas instrumentales –normalmente- más musicales. La letra de muchos de los artistas de hoy es una compilación de frases que suenan bien, apuntadas en una «app» de notas del móvil y a partir de las que el oyente tiene que establecer un nexo para dar sentido al conjunto del tema. La mezcolanza de estilos y la línea difusa entre el rap y el trap ha propiciado un movimiento contracultural que predica la vuelta a los orígenes. De cualquier modo, la cultura sigue, y seguirá, vigente por una generación heredera de los precursores del movimiento.

Hoy, los grupos entremezclan estilos musicales y obligan al rap a coexistir con instrumentos de viento, de cuerda o electrónicos. Las bandas no se encorsetan en un estilo predefinido dentro del que mantienen toda su actividad, sino que sus producciones son una amalgama de géneros. La banda valenciana ZOO, en su disco Llepolies (2021) produce melodías de ska, rock y electrónicas, con un hilo conductor que es un ritmo de bombo y caja y un vocalista que además de rapero sabe cantar. La ya desaparecida banda, La Raíz, se hizo famosa a partir de 2010 por su estilo propio que contaba con instrumentos de viento y electrónicos que otorgaban un sonido ska, reggae y rap a canciones con una producción lírica potente. Otros artistas como Rapsusklei o Kase O se han atrevido a producir álbumes junto a bandas de jazz y mezclar elementos de ambos estilos. Los raperos se han vuelto artistas polivalentes, con conocimientos líricos y melódicos, y con capacidad para producir sonidos cada vez de mayor exigencia musical. Confluirá con otros estilos, cambiará o volverá a los noventa, pero el rap en España siempre será parte de los herederos de Torrejón.

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