Reza el proverbio que «para juzgar a alguien, no preguntes en qué se ocupa, sino en qué se desocupa». Hoy nos ha asaltado la duda: ¿en qué se desocupan ustedes durante las vacaciones? ¿Realmente desconectan su vida cerebral y sus apps —¡ja!— y se dedican a verlas venir entre el rumor del oleaje? No es fácil, como ven; incluso esa facilona referencia nos trae a la mente a Yukio Mishima y sus Últimas palabras con el crítico literario Takashi Furubayashi, días antes de abrirse en canal: «A mi parecer, vivir sin hacer nada […] es una agonía». Pero disculpen, no es que pretendamos empujarles a hacerse el seppuku después de unos (insoportables, pero a buen seguro merecidos) días de solaz en un apartamento costero, no. Lo que pasa es que, instruidos y sabiondos como nos gustamos, y arribado un verano más, no queremos ni pensar en aquella funesta advertencia que nos regaló Séneca al escribir aquello de que «el ocio, si no va acompañado del estudio, es la muerte y sepultura en la vida del hombre». Es decir: está permitido aburrirse, pero no aburrarse.
Bueno, hemos escrito «un verano más», y habrá quien piense que incurrimos en una mentira de colosales proporciones. Primero, porque este puede ser un verano muy diferente al anterior, y a casi todos los otros, dado que nos hallamos en el largo adiós (holi, Raymond), o al menos se supone que así debería ser, a la mortal pandemia. Por tanto, todo parece indicar que vamos a arrojarnos a los brazos del dolce far niente con más avidez que nunca, con más ganas de indolencia que en cualquier otra temporada y con la intención de reencontrarnos con todo bicho viviente y con nadie a la vez. Pero además, este 2021 es el año de la celebración y la consolidación, si no lo estaban ya, de los cuadernos veraniegos de actividades, ese fenómeno que ha venido experimentando un gigantesco revival en la última década, convirtiéndose en todo un hit editorial en estas fechas. Y es que el saber no ocupa lugar en el equipaje y, en cuanto al tiempo, sí que ocupa, y es de lo que se trata, de ocuparlo de forma productiva —al menos para el intelecto—.
Si hablamos del último decenio, Blackie Books es la reina de este género que vuelve a estar de moda y para el que siempre hay lectores preguntando el librerías desde semanas antes, con intención de regalarlo o regalárselo. De hecho, acaba de lanzar el Cuaderno de actividades para adultos con el que conmemora nada menos que su décimo aniversario: una cita a la que ha se ha presentado puntual cada año, incluso en 2020, donde además se difundió una edición especial confinamiento, online y gratuita. Del resto de números de esta pionera colección de ejercicios para los ya creciditos, que aspira a «reforestar culturalmente y a desoxidar mentalmente, de la manera más divertida (y ácida) posible, mezclando temas de actualidad y cuestiones más sesudas», dicen desde la editorial barcelonesa, se han vendido más de 150.000 ejemplares. Los perpetradores de este volumen 10 vuelven a ser —como en casi todos los otros— el periodista, escritor y mítico concursante de Saber y Ganar (todos nuestros respetos hacia sus magníficos) Daniel López Valle y el ilustrador y dibujante Cristóbal Fortúnez.
Ambos dan fondo y forma a un número que incluye los clásicos pasatiempos, juegos de lógica, sopas de letras, laberintos, tests y crucigramas con temáticas bastante más interesantes de lo habitual en estos formatos; desde las disciplinas tradicionales (literatura, ciencia) a la actualidad (cine, deporte), con un pie en la nostalgia (cómo no, si hablamos del verano y las vacaciones) y otro en la controversia (para echarle pimienta al asunto). Nos perdonarán los lectores, pero es difícil resistirse a hacer algún espóiler. Sin ir muy lejos, un laberinto titulado Andorra, mon amour en el que «has de emprender el camino del norte» para no pagar impuestos, sorteando peligros como fans cabreados, la Agencia Tributaria, prensa indignada, impuestos y una —cielos— ¡inspección! Gente fuera de sitio es un ejercicio de memoria visual en el que vemos a personajes de películas icónicas en escenas que corresponden a otro film y debemos reordenarlos. Hay también un test de preguntas sobre grupos musicales familiares, como los Bee Gees, las Ronettes o Radiohead; canelita en rama. Y una hilarante prueba en que hemos de relacionar un personaje, real o de ficción, con un determinada pecho palomo, como los de Boney M, Vladimir Putin o David Hasselhoff.
Imposible resistirse a estos 150 ejercicios que prometen más de cien horas de entretenimiento —eso son más vacaciones que las que algunos hemos tenido en varios años—, en las que se trata de perder de vista tu teléfono inteligente y apañártelas tú solo con tu lápiz, a la vieja usanza, dándole un poco al coco (dios, sí que somos mayores para usar la expresión «darle al coco»). Y hablando de senectud (salve, Marco Tulio), en Blackie Books han subido la apuesta este año creando el llamado Cuaderno Golden para personas más experimentadas, categorías sénior, vinos gran reserva. Repite Fortúnez como dibujante y los textos corren por cuenta de la periodista malagueña María López Villodres, quien seguramente haya firmado el manifiesto inicial, donde se anuncia que hallaremos en estas páginas «pasatiempos nostálgicos, conocimientos que nos arraigan a la realidad para mantener la mirada en equilibrio y nuevas ideas y aprendizajes que nos refrescan la garganta y cosquillean el cerebro como un trago a un tinto de verano bien fresquito en plena ola de calor». Qué ganas de darle un trago, aunque uno sea abuelo. Aquí las referencias son otras, claro: Miguel Bosé —vinculado, pobre hombre, al neologismo fake news—, Harrison Ford/Hot, Paco Lobatón (sic), Betty Missiego o Raffaella Carrà (snif) son solo algunas de ellas. Pero no crean que los temas se quedan en lo añejo o lo pacato, pues aquí hay sitio para los activistas de ayer y hoy (Rebeldes con canas), los Grandes insultos bramados por personajes famosos, los logros de mujeres pioneras, la Brecha léxica con la generación wasap y hasta las posturas imposibles del Kama-sutra (nunca es tarde para aprender).
Como vemos, llega el verano y con él vuelve el concepto de pasatiempo, aunque ahora ligado a la sabiduría hípster, el conocimiento friki, la erudición gafapasta, el peterpanismo y la nostalgia ochentera elevada a la máxima potencia. Lo curioso es que de pequeños no éramos pocos los que aborrecíamos la idea de los cuadernos de ejercicios estivales (por mucho que se nos alojara en la cabeza el jingle de Vacaciones Santillana), y quizá por eso ahora se nos haga raro que nos resulten tan apetitosos, pero claro, los tiempos están cambiando (hey, Bob). O no tanto, porque tan retro es todo en este asunto que incluso se apuesta por ¡el papel! Todo un referente viejuno difícil de prever en este siglo de lo digital y lo virtual. Pues bien, tal vez ya estemos hartos de tanta pantalla y el cuerpo nos pida emborronar las bonitas hojas. Es más, nos preguntamos si la ventaja de tener un cuaderno de vacaciones no será el hecho de proponerse tener vacaciones. Ya saben, una quincena o un mes, como antaño, y aunque ni siquiera se vaya uno muy lejos. Aunque se quede en casa y tenga tiempo para aburrirse por su desocupación y buscarse una distracción.
Blackie Books abrió la veda a la hora de reimaginar ese mundo mágico, ese reino de Oz donde las obligaciones y los compromisos pueden esperar, pero muchas otras la han seguido, imitando su osadía, en busca del tiempo perdido (désolée, Marcel).
Pasatiempos para quienes no tienen tiempo
La editorial Alma parece haber encontrado un auténtico filón en las publicaciones de entrenamiento neuronal, que viene lanzando a puñados bajo la apariencia de juegos de ingenio. Un atractivo formato cuadrado de libreta gruesa en el que caben desde sudokus menos convencionales a juegos de criptografía o ajedrez, pasando por volúmenes de preguntas sobre videojuegos y los más variados enigmas temáticos (eróticos, gourmet, de «muertes frikis», de asesinos en serie…) o dedicados por entero a personajes y autores de la literatura universal, como Alicia en el país de las maravillas, Sherlock Holmes o H. P. Lovecraft: ¿a quién no le apetece resolver una sopa de letras sobre sus entidades primigenias o completar una prueba de conocimientos sobre una ciudad sumergida y «construida según una geometría no euclidiana»? Si eso no es horror cósmico, que baje Cthulu y lo vea. Pero nuestros favoritos quizá sean los monográficos de Alma sobre campos fundamentales, como el consagrado al Arte. Una cita de Schopenhauer nos da la bienvenida («Trata una obra de arte como a un príncipe; deja que ella te hable primero») a este compendio de más de 200 preguntas sobre cuestiones como La ronda de noche, el estilo que comparten Henri Rousseau y la Grandma Moses o el diseño de la estructura interna de la Estatua de la Libertad, por una parte; y la identificación del autor de una determinada obra y de su estilo o elementos, en una segunda sección del libro. Ideal para dárnosla de versados incluso en ambientes tan vulgares como los que propicia el chill out.
Y hablando de escapadas y excursiones de todo calibre, las guías Lonely Planet también han lanzado su propio Cuaderno de actividades para mentes viajeras, con textos de Raquel Piñeiro e ilustraciones de Bea Lozano. En este caso, los pasatiempos tipo laberintos, cruzadas, sopas de letras, juegos de lógica, agudeza visual, sudokus y otros tienen como leitmotiv los viajes, ya sean urbanitas, gastronómicos o de exploración, por citar algunos. Aunque las vacaciones de uno se reduzcan a bajarse a la piscina comunitaria, siempre podrá viajar mentalmente a algún recóndito o fascinante escenario: desde vincular los apodos (cursis o grandilocuentes) de 16 ciudades del mundo a apreciar las puertas de Marrakech que se repiten en una serie, darnos un paseo por las estaciones de metro de Moscú, averiguar la procedencia de ciertos tipos de bocadillos —porque «pocas cosas son más universales que el pan con cosas—, trazar caminos sabios por los templos en ruina del Angkor Thom, ordenar sílabas para reconstruir géneros musicales cubanos, juntar letras para determinar algunos de los destinos que visitó el histórico viajero musulmán Ibn Battuta durante más de dos décadas o distinguir el origen de varios imanes para neveras (ese clásico encantador del turismo kitsch). Viajar de este modo sí que es covid free y low cost, y encima nos ahorraremos tener que ir contándolo en redes sociales; ¿para cuándo unas vacaciones de Twitter?
En un grado bastante más transgresor se encuentran los pasatiempos de la editorial Putos Modernos, cuya razón de ser queda de manifiesto desde su presentación: «La modernidad es correr estresado a tu clase de mindfulness, buscar vuelos baratos desde un móvil muy caro, combinar plumón y tobillos al aire o creerte que comer orgánico, moverte en bici o reciclar botellas es algo que han inventado los millennials. La modernidad eres tú. La modernidad soy yo. La modernidad somos todxs. Y quien esté libre de culpa que tire el primer gintonic». Con su buena dosis de coña garantizada, el primer volumen de este «pasatiempos para la generación sin tiempo», editado el pasado año (y que acompaña a otras publicaciones en esa línea), se presentaba como remix del autodefinido, la batalla naval y otros juegos de toda la vida, junto a otros adaptados a la modernez que juegan fuerte: un crucigramo con sinónimos de la cocaína, un bingo cultureta, una prueba para distinguir frases de Hitler y Paulo Coelho (¡no es fácil!), un simulador de Tunea tu cargo en LinkedIn, con ridículas palabras comodín como headhunter, CEO o sales manager, una imagen donde hemos de descubrir al antitaurino que se ha colado en una corrida de toros… estas y otras lindezas componen los más de 70 retos del librito, que cuenta con diseño de Rebeka Arce, ilustraciones de Ari Schneider y prólogo de Pepe Colubi: «Mientras somos, solo podemos ser modernos porque pertenecemos al tiempo del que hablamos. Pero siempre nos quedará el optimismo. Por eso somos capaces de matar el tiempo, incluso de perderlo», nos recuerda este ilustre ignorante.
Además, el mercado editorial se nutre de los llamados escape books, algo así como los Elige tu propia aventura del siglo XXI, o las recopilaciones de crímenes ilustrados que, una vez más, demuestran que es mucho más fácil que lo viral acabe transformado en papel que al contrario. Curiosamente, el continuado éxito de colecciones como las de Keri Smith (Destroza este diario/álbum/caja) o la serie Esto no es un libro/diario/cuaderno de vacaciones proviene de la idea de desmitificar, o más literalmente hacer pedazos la idea sagrada de lo impreso, su gravedad y el compromiso que supone. Junto a ellos no dejan de publicarse los omnipresentes mandalas para colorear y también los volúmenes de lettering, que a fin de cuentas no dejan de representar manualidades para adultos escarmentados y traumatizados por los ritmos de la vida contemporánea. Aunque seguramente si preguntásemos a nuestros hijos no sería diferente, estresaditos como están las criaturas con tanta actividad extraescolar y campamentos que incorporan el anglicismo kids para permitirse precios desorbitados.
Para este sector de población, claro está, tampoco faltan los cuadernos de verano: aparte de los tradicionales (Santillana, Anaya, SM, Edebé), tenemos los del método Montessori (esa secta), los de los verdaderos influencers del mañana como Peppa Pig, Isadora Moon o La Patrulla Canina e incluso la cuota de personajes y sagas retro como Doraemon o Star Wars; la nostalgia también funciona por transmisión o linaje —por eso vemos a algunos padres más contentos que sus propios hijos con los Playmobil que les han regalado—. También Blackie Books ha lanzado este año Mi diario de Verano para imberbes, con ideas, pasatiempos, rankings (para que vayan haciéndose el cuerpo al clickbait y a las incontables listas con lo mejor del año) y una invitación a escribir, con todo el know how de Miguel Lópes El Hematocrítico. Y agárrense: han regresado de la ultratumba los legendarios Cuadernos Rubio, lavados de cara con un diseño de lo más modernet aunque haciendo gala de su origen en el año 1956, casi nada; también los hay en formato adulto y con títulos que ya requieren estudios, como Gnosias, Praxias o Grafomotricidad. No es que suene a unas vacaciones de ensueño, pero peor está la tele a estas alturas.
En el otro extremo de los cuadernos infantiles tenemos los volúmenes más coolturetas que exceden ya esta categoría vacacional pero no queremos dejar de reseñar aquí. Invitación al tiempo explosivo, editado en 2018 por Sexto Piso, supone «la muestra de un espíritu lúdico que va más allá de las normas establecidas». Los autores Julián Lacalle y Julio Monteverde, apoyados en las ilustraciones de Arnal Ballester, nos invitan a recobrar la libertad a través de una serie de juegos con reglas propias que fueron ideados por movimientos como el dadaísmo, el surrealismo, el situacionismo o figuras como André Breton, Julio Cortázar, Paul Éluard o Georges Perec. Y siguiendo esta línea de literatura elevada, no podemos obviar el Cuaderno de vacaciones de Luis Alberto de Cuenca, publicado por Visor y con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2015. Según el autor, lo nombró de esa forma porque refleja su producción poética compuesta en los veranos comprendidos entre 2009 y 2012, en esos meses en los que nada pasa y pasa todo (empezando por el tiempo). En su nota previa, escribe: «Los períodos de holganza son los más adecuados para ejercitarse en la práctica de ese alborozo íntimo y, a la vez, expansivo que es la escritura».
Así pues, por mucho que les cueste dejar de hacer scroll, desde la redacción de Mercurio les recomendamos encarecidamente que durante este verano pasen el tiempo de la mejor manera posible: lean, escriban y ejerciten el entendimiento. Que luego, cuando comienza el síndrome posvacacional (¿habrá cuadernos de actividades para sobrellevar el síndrome?), no hay quien nos entienda.