Crónicas desorbitadas

Cíborgs, cuando la realidad supera la ficción

Black Mirror – Temporada 3 – Episodio 5 «Men Against Fire»

Desde hace décadas las alarmas sobre la situación medioambiental de nuestro planeta están encendidas. Las previsiones de futuro cada vez son más catastrofistas y los expertos aseguran que nuestra vida en la Tierra tiene los días contados. Ante la imposibilidad de subsanar los daños que la raza humana lleva siglos causando en el entorno, la única solución viable para la supervivencia de la especie pasa por una mudanza drástica. Los estudios sobre la posibilidad de colonizar otros planetas son cada vez más potentes y las evidencias que parecen mostrar la existencia de agua en Marte señalan al planeta rojo como elegido para alojar nuestra esperanza de burlar a la extinción.

A pesar de ser el candidato con mejor valoración, la especie humana no está preparada para sobrevivir en ese entorno de forma natural. Para solventar esta dificultad, Estados Unidos ya ha iniciado un programa para modificar a algunas personas mediante tecnología para que sean capaces de adaptarse a este nuevo planeta. El punto de mira está ahora puesto en si las personas sometidas a esta transformación serán capaces de asimilar psicológicamente este enorme cambio en sus cuerpos y mentes.

Hasta aquí, podríamos estar ante una noticia publicada en cualquier medio de comunicación que sin duda suscitaría mucho debate en los comités de bioética y, por supuesto, en las redes sociales, pero lo cierto es que se trata del argumento de Homo plus, de Frederick Pohl,  una novela de ciencia ficción publicada en 1976 cuya historia está, inquietantemente, de rabiosa actualidad. En el momento de su creación fue, en efecto, considerada una obra de ciencia ficción, pero ahora ¿realmente extrañaría tanto que algo así ocurriese?

Aunque parezca algo novedoso, lo cierto es que tenemos que remontarnos muy atrás para encontrar las primeras referencias en la literatura a nuevos tipos de humanos rediseñados para ampliar sus capacidades y sobrevivir en entornos muy diferentes. Hasta hace poco, novelas como Frankenstein de Mary Shelley publicada en 1818 o El hombre que vivía debajo del agua de Jean de La Hire, protagonizada por Nyctalope, considerado el primer cíborg de la literatura y que data de 1911, proponían un mundo alternativo que enganchaba y atraía porque constituía una vía de escape de la realidad y una forma de imaginar cosas extraordinarias con la tranquilidad que proporciona saber que jamás se convertirán en realidad. Hasta ahora.

Con los años lo que parecía totalmente fantástico empezó a ser distópico, y poco a poco se transformó en futurista, dejando cada vez la puerta más abierta a la posibilidad de transformarse en algo ¿indeseablemente? real. Series como Black Mirror mostraban supuestos fascinantes que se darían si la evolución de la tecnología continúa con el ritmo tan frenético que lleva desde los últimos años, abriendo un enorme abanico de posibilidades que nos proporcionaría la innovación. Implantes para revivir los recuerdos («Toda tu historia», Temporada 1), chips para poner puntuación a las personas con las que te cruzas y que ellos, a su vez, puedan ver tu valoración general («Caída en picado», Temporada 3) o extensiones de realidad virtual que permitan vivir en primera persona los videojuegos e incluso desarrollar sentimientos en ellos («Striking Vipers», Temporada 5) son solo algunos ejemplos de lo que podríamos llegar a conseguir. Pero todo esto seguía siendo ficción, supuestos llevados a extremos que consumíamos aún como fuente de entretenimiento a pesar de que cada vez se asemejaba más a las noticias que llegaban sobre innovaciones tecnológicas. Daba igual, muchos se resistían a verlo como posible, a aceptar que algo desconocido va a invadir irremediablemente su vida en un futuro cada vez más próximo, y de hecho muchos siguen negándolo, pero solo hace falta investigar un poco para conocer que gran parte de las cosas que este tipo de series mostraban están muy presentes en el mundo que nos rodea.

Así es, amigos, el transhumanismo ha llegado a la sociedad, y ya de nada vale mirar hacia otro lado

Algunos lo ven como algo minoritario y condenado al fracaso, otros lo ven como una semilla que germinará próximamente y otros muchos aún desconocen que subyace tras esta sarta de generalidades y catastrofismos. Para estos últimos allá va una breve explicación: el transhumanismo es un movimiento cultural cuyo objetivo es transformar la condición humana para hacerla resistente a entornos diferentes al nuestro. En otras palabras, esta corriente pretende conseguir, sencillamente, mejores humanos, y no en términos de solidaridad, empatía y bondad, sino a nivel físico y biológico.

Para conseguir estos avances, la propuesta de quienes defienden esta línea de pensamiento pasa por modificar nuestro cuerpo con mecanismos tecnológicos, explotando los avances en biomedicina, nanotecnología e ingeniería genética entre otras cosas. Todos estos términos, y sobre todo el cómo se aplican a nuestros organismos pueden resultar demasiado complejos de entender pero, como con todo, se ve más claro con un ejemplo: ¿Quién no conoce a Robocop? Este famoso policía de Detroit es el resultado de un experimento que, tras su mutilación y asesinato, transforma al detective Alex Murphy en un cíborg (unión de cibernética y organismo), uno de esos seres por cuya existencia pugna el transhumanismo.

La idea es sencilla, y más cuando la vemos en los héroes de cómics: un vulnerable cuerpo humano modificado y mejorado gracias a la tecnología, pero no nos olvidemos, esto está desde hace años ya en las calles. Los implantes cocleares o incluso los marcapasos podrían ser considerados avances transhumanísticos, y sus receptores son los conocidos en medicina como cíborgs de restauración, es decir, reciben un implante para reparar un sistema defectuoso. Pero estas técnicas médicas tan aceptadas no son las únicas que existen. Implantes para poder sentir los movimientos sísmicos a kilómetros o antenas instaladas en la cabeza para poder escuchar los colores del entorno son algunas de las opciones que podemos encontrar en este mundo de los conocidos como cíborgs de mejora.

Estos últimos son los que suscitan gran polémica y son vistos por muchos con gran desconfianza. Por motivos evidentes, nos resulta aún extraño cruzarnos con una persona con una antena que sobresale de su cabellera, pero el objetivo es que poco a poco esto se vaya normalizando y que cada uno pueda mejorar sus capacidades a su antojo de cara a un entorno cada vez más hostil.

El artista británico Neil Harbinson se convirtió en 2004 en el primer cíborg reconocido cuando consiguió que en su pasaporte apareciese su nueva condición que él mismo define con estas palabras: «Yo no uso tecnología ni llevo tecnología, yo soy tecnología». De este modo sentaba un precedente a la aceptación social de este nuevo «tipo de humano» que busca, desde los inicios del movimiento en 1957, un reconocimiento de sus derechos y, en definitiva, de su ser con organizaciones como Humanity+, antes conocida como Asociación Transhumanista Mundial.

Sea como fuere, el entorno cambia y los seres vivos nos debemos adaptar a él para sobrevivir, así ha ocurrido siempre. HBO estrenó en 2019 Years and Years, una serie distópica que muestra la evolución del mundo a lo largo de 15 años, partiendo de 2019, desde el prisma de una familia de Manchester. En esta serie se muestran supuestos cambios tanto sociales como ambientales y científicos. Rusell T. Davies, el director de esta miniserie, trata el transhumanismo como una más de las cientos de transformaciones a las que la sociedad de Reino Unido se somete en el espacio de tiempo en el que se desarrolla la trama; ya no lo aborda como un hecho impactante, sino un nuevo objeto del debate sobre la tolerancia y la aceptación de realidades consideradas diferentes, como ha ocurrido históricamente con otros colectivos.

Ejemplos como este evidencian que el mundo avanza más rápido de lo que lo hacemos nosotros y nuestra sociedad, pero también demuestran que, en nuestra ambición por progresar y llegar más allá de nuestras propias limitaciones, olvidamos asegurarnos un sitio y un tiempo en el que poder desarrollar todos esos planes.  La cuestión entonces quizá no sea si nos convertiremos todos o no en cíborgs en un futuro, quizás debamos preguntarnos si existirá ese futuro.

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