A Closer le entra el pudor cuando se quiere poner guarra. Le excita pero le incomoda y juega a los espejos desde una distancia para acercarse de nuevo. Así, Natalie Portman en la escena del club de striptease con Clive Owen, una coreografía del juego dentro del juego dentro de la habitación con cámaras. Se mira pero no se toca. «Hay una chica ahí fuera que dice llamarse Venus», protesta Owen algo indignado, pero Portman lo ignora y sigue bailando sin música o más bien con un acompañamiento de fondo que podría ser Prodigy, que seguramente sea Prodigy: «Change my pitch up, smack my bitch up».
«¿Cómo te llamas?», insiste Owen para intentar ir más allá del personaje, como si eso fuera una muestra de algo; de empatía, quizá. «Plutón», contesta Portman. Al personaje hay que respetarlo. El personaje no se mancha, le viene a decir Portman hasta que realmente se cabrea y amenaza con llamar a seguridad. La gente más peligrosa del mundo es la que cree que está de invitada en todas las listas de puerta. La escena empieza con Jane (llamémosla así) subiéndose un tanga. El pudor de nuevo. Termina con Clive Owen llorando. «No se puede llorar aquí», le dice. Al bajarse el tanga de nuevo, el director grita «corten» y funde a negro.
«Todo es la recreación de algo», se lamenta Owen, como si eso fuera algo malo. Los espejos. En realidad, la escena empieza bajando por una escalera rodeada de espejos. Donde no hay verdad, hay reflejo multiplicado del simulacro. La sala es otra cosa: la sala es mullida y está llena de bombillas apagadas. No sé cuál es la metáfora. Cuando Owen le pide a Portman que abra las piernas, ella las coloca en un ángulo de 180 grados y aquí convendría un poco de contexto: el pudor no impide la malicia. Esa chica de 24 años que enseña su coño a desconocidos a cambio de un poco de conversación y un mucho de dinero es la niña que patinaba en Beautiful Girls y soñaba con Winnie-the-Pooh. Esa stripper es la reina Padmé Amidala. Parte del juego es que el juego no acaba en la sala ni acaba en la película.
«No soy una puta», dice en un momento dado Portman, ofendida, y ahí hay algo que rechina porque parece moralista pero, después de todo, puede que sea verdad. Puede que haya algo moral en el límite. Un empoderamiento. «I took a showgirl for my wife, I thought my life would be brighter». «No te pagaría», contesta Owen, y tal vez aquí haga falta algo más de contexto porque a Owen (a Larry, vaya) le ha dejado su novia por Jude Law, cosa que en el fondo a todos nos parece comprensible, porque al fin y al cabo es Jude Law. Su novia era Julia Roberts. Julia Roberts fue una puta y no le debió de gustar porque no ha repetido desde entonces.
Julia Roberts no enseña el coño en un garito que fue un local para punks veinte años atrás, es decir, en los 80. Julia Roberts es sofisticada, una fotógrafa americana en Londres. Como Sting, pero al revés. Julia Roberts le dice a Jude Law cuando lo conoce «¿qué tienes, quince años?» porque entiende que un beso es un capricho y no un compromiso. Jude Law no entiende nada. Jude Law sabe que todo le está permitido. «There is no power like my pretty power». Jude Law sabe que tiene que dejar la moral (¿el pudor?) al lado y arriesgarse a ganar o perder. «Esto no es una guerra», dice Alice, pero sí, sí es una guerra y todo es táctica.
La seducción es táctica. La seducción es una sesión de fotos y la parte de arriba de un autobús —«What would my euphemism be? / She was disarming / That´s not a euphemism / Yes, it is…»— pero también es un chat de internet, una internet que se nos hace vieja, anticuada, una internet para pajeros, que es lo que ha sido internet siempre —que es lo que es Closer, supongo—. La seducción es un engaño en el que dos desconocidos quedan en un acuario y surge el amor aunque sea un amor ajeno, un amor vengativo. Te entrego a los brazos del enemigo para poder rescatarte en algún momento. Delirios de grandeza. Un enemigo con gabardina y sensación de haber estado ahí antes. Todo es la recreación de algo.
Cuando Julia Roberts se acuesta con Jude Law, Clive Owen necesita saberlo todo porque está perdido. Porque ese no es su juego. Ha traído el balón equivocado, y Roberts se lo cuenta precisamente como se lo contaría una a un pajero. Roberts no hace striptease porque no le hace falta, porque opone la realidad a la fantasía y sabe que eso es más potente que cualquier tanga por las rodillas. La realidad. Seducir es intentar dejar la realidad a un lado al menos durante un tiempo. Seducir es fantasear con ser otro. Fantasear con que el otro crea que eres otro. «Tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo».
A veces, uno tiende a pensar que Jude Law es una especie de soñador rodeado de francotiradores, pero tal vez el soñador sea el dermatólogo. El asunto no es con quién juegas sino contra quién. Hay algo en el hotel junto al aeropuerto que repugna a Alice. Algo que la invita a volver al hogar, siendo el hogar la ausencia absoluta de hogar alguno. Ella no quiere sonrisas y mimos en una habitación de saldo. Tiene que haber alguna especie de punto medio entre Plutón y eso. «La chica de…». Hay algo potente en Closer y es el hecho de que sea resbaladiza, que huya de posesiones. Todos quieren algo pero a todos les incomoda muchísimo que quieran algo de ellos.
Cuando acabó todo, es decir, cuando empezó la temporada de premios, Closer se cruzó con Million Dollar Baby y se acostumbró a perder todo el rato. Million Dollar Baby estaba bien a veces y a veces era un coñazo. Million Dollar Baby te hacía sentir bien y no era pretenciosa, era honesta. Closer apestaba a pretenciosidad e ingenio y caía mal. Closer era Jude Law en Closer. Closer era una trampa, un agujero. O saltabas o no, y no todo el mundo está dispuesto a tanto ni tiene por qué estarlo. Con los años, una se recuerda como una obra maestra y la otra se recuerda. Con suerte. Si eso es justo o no, no viene al caso. No hablamos de justicia, sino de seducción y, si seducir es un derecho, ser seducido no puede ser nunca un mandato.