Crónicas en órbita

De la Ketai Shosetsu a los hilos de Twitter

Empezamos con la «Ketai Shosetsu» más popular: Deep Love. La protagonista es Ayu, una adolescente que tiene un novio drogadicto, Kenji, que está además muy enfermo y necesita una operación de corazón, motivo por el que la chica decide prostituirse para ayudarlo. Después de todo, su mejor amiga del instituto, Reina, también presta su cuerpo a cambio de dinero. La visión que ambas adolescentes tienen de la vida parece cambiar cuando Ayu traba amistad con una anciana, pero acaban por traicionarla al robarle el dinero que la señora guardaba para pagar la operación de un ser querido, Yoshiyuki. Con el tiempo, la anciana muere y Ayu acaba sus estudios en el instituto. Logra recaudar el dinero que había robado, pero se lo da al padre de Yoshiyuki quien, lejos de ayudar a su hijo, se lo gasta. Finalmente Ayu descubre que tiene SIDA y muere. En su tumba la visitan Yoshiyuki, Reina y su hija, también llamada Ayu.

A pesar de la edad núbil de Ayu, su historia, la primera escrita para ser leída en teléfono móvil, no fue inventada por una adolescente, sino por un hombre de Tokio de unos treinta y tantos años. Yoshi, como se llamaba a sí mismo, era tutor en una escuela de Shibuya, una región de Tokio que atrajo la atención de los medios durante varios años como centro de enjo kosai, el término usado para referirse a una forma de prostitución en la que las colegialas intercambian sexo por dinero o ropa. Yoshi pudo observar que las cifras que indican que entre un 8% y un 15% de las adolescentes se dedican al enjo kosai no son exageradas. También le resultó obvia la adicción de los adolescentes a los teléfonos móviles.

Cuando Yoshi creó su sitio web y comenzó a publicar la historia de Ayu, Deep Love, posiblemente imaginaba que tendría éxito, pero ¿tanto como para vender miles y miles de ejemplares, sacar cinco mangas y dos series de televisión? Deep Love sentó las bases para las historias que luego formarían el género de la novela japonesa para teléfono móvil: coloquiales y confesionales en tono, y oscuras, sensacionalistas y eróticas en contenido. Seriadas en capítulos cortos de entre cincuenta y cien palabras que podían descargarse de forma rápida y económica y leerse entre paradas de tren, estas historias se convirtieron rápidamente en un fenómeno masivo en Japón. Las novelas, escritas para adolescentes y jóvenes, son generalmente autobiográficas y giran en torno a los obstáculos que tradicionalmente han estado en el centro de la ficción romántica: embarazo, aborto, violación, rivales y enfermedades incurables.

La escritura creativa no es una de las primeras cosas que asociamos con los teléfonos móviles, pero quizá debería serlo. Aparte de las «Ketai Shosetsu», en Twitter se pueden crear narrativas completas en ráfagas de mensajes cortos, fácilmente disponibles para el público. Y la capacidad de los narradores para adaptarse a Twitter se ha evidenciado, con más o menos éxito

Seguimos con una historia, Black Box, publicada en un medio al que se le presupone calidad literaria, The New Yorker. Jennifer Egan publicó su relato de ciencia ficción en una sucesión de tweets en la cuenta de The New Yorker que ahora se puede leer en la sección de ficción de la revista. La protagonista de Black Box es una agente secreta equipada con tecnología implantada, una caja negra. Se ofrece como voluntaria para viajar al sur de Francia y allí infiltrarse en una organización y obtener información secreta. No es un trabajo retribuido, su recompensa es ayudar a los buenos. Tenemos pocos datos de ella: creció en una zona tranquila del norte del estado de Nueva York y tiene un marido que es ingeniero. La acción comienza cuando llega al destino en el que transcurre su misión: allí debe usar su coraje e ingenio para sobrevivir. La técnica de dejar su cuerpo atrás, que ha utilizado anteriormente, proporciona datos valiosos, ya que su cuerpo sirve como caja negra para las fuerzas del bien que intentan rescatarla. Viva o muerta, su cuerpo contiene datos importantes.

Podemos considerar Black Box un ejemplo de literatura posmoderna. Incluso un experimento. En los primeros tuits cuesta saber qué ocurre, porque los comentarios no parecen tener una conexión. Sin embargo, según avanzamos, parecen instrucciones, y luego queda claro que es una historia de espías. Al principio es fácil pensar que se trata simplemente de un puñado de instrucciones para aprender a manejar a los hombres (y de alguna manera la historia también puede leerse como tal). Los lectores, sin duda, estamos abocados a estar confundidos, a tratar de dar sentido y comprender la ficción de la misma manera que debemos tratar de encontrar sentido y comprender la vida.

El medio, sin filtrar ni editar, es revolucionario y abre el mundo literario a cualquiera que tenga un teléfono móvil. Como fenómeno en línea, los escritores son una subcultura pasada por alto, aunque sustancial. Considerando los números, el hecho de que una historia tenga a millones de personas accediendo y a un gran número leyendo es asombroso, pero no digno de elogio. La atención recibida puede ser, más bien, negativa.

Sin embargo, el salto a la letra impresa lo cambia todo. Cuando es un libro lo que se ofrece al consumidor, la editorial selecciona las historias para sus lectores, y ya es un producto de calidad lo que se ofrece (que luego puede gustar más o menos). Las editoriales, sobre todo aquellas cuya viabilidad es cuestionable, deberían reaccionar y seleccionar historias creadas online. Incluso podrían acoger autores que distribuyeran las historias en serie (incluso por una tarifa) en las páginas web de las editoriales antes de publicarlas en forma impresa. En España, un país donde las plataformas de «streaming» triunfan porque muchísima gente está enganchada a las series, no deja de ser sorprendente que la industria editorial no preste atención a cómo se puede trasladar la forma de narrar de éxito, la de las series, a la propia industria editorial, ni se aproveche la experiencia de otros países que han utilizado las redes sociales para construir un producto y lanzarlo.

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