Analógica Horas críticas

Dolor nómada en la América profunda

Hermida Editores trae a los lectores en español ‘Tierra salvaje’, la última novela de Robert Olmstead, maestro del western y uno de los autores norteamericanos más celebrados de los últimos años

Depravación, violencia, vergüenza, dolor. Estamos en 1873 y Estados Unidos es un país miserable de polvo levantado en los caminos. Una nube que dispersan los desgraciados que venden sus cuatro pertenencias para desplazarse en caravanas hacia un lugar mejor más allá del Mississippi. O eso piensan. Vidas a la intemperie. Baña la travesía la sangre derramada de animales en extinción

A tiempos desgarradores, prosa desgarrada. Estos son el contenido y la forma de Tierra salvaje, la última novela del cada día más celebrado Robert Olmstead (New Hampshire, 1954) y, sin embargo, la primera de sus 17 editada en España. Las gracias hay que dárselas a Hermida Editores, sello consciente de las crecientes loas hacia un narrador que viene de ser comparado con Hemingway y McCarthy y al que han ensalzado cabeceras como The New York Times, The Washington Post y Chicago Tribune, que le concedió su Heartland Prize.

«A tiempos desgarradores, prosa desgarrada. Estos son el contenido y la forma de la última novela de este autor que aún estaba por descubrir en nuestro país»

En este extraño, poético y crepuscular relato, el aventurero Michael, que cabalga en una yegua y en compañía de dos perros, sabe muy bien lo que es matar a un animal. Lo ha hecho en África, donde soñó con convertirse en un millonario del marfil, y lo hará ahora en Kansas, donde los búfalos que antaño se contaban por millones son el cadáver que alimenta la industria textil del país. El personaje ha regresado a Estados Unidos para saldar las deudas de su hermano muerto, un granjero cuyo débito era completamente desconocido por la viuda, Elizabeth, que lucha por adaptarse a una situación en la que sus posesiones ya no le pertenecen. En el trance de la pérdida y la bancarrota, la mujer tendrá que tomar apresuradamente algunas decisiones morales complejas y embarcarse con su misterioso cuñado en una cacería de búfalos que había planteado su marido como última esperanza para salvar sus tierras.

Así lo cuenta el autor: “Como todos los seres humanos, ella quiere autonomía, independencia, libre decisión y libertad, pero como mujer del siglo XIX no se le otorgan esos derechos. Así que cuando ocurre la tragedia, ella se da cuenta de que tiene que actuar, debe viajar más allá de los estrictos límites de su educación. Debe abandonar el mundo que conoce y penetrar en lo desconocido. Y es su historia la que despertó mi imaginación: su crisis, su lucha, sus pruebas y tribulaciones, el arco de su ser interior. Es su historia la que me llevó a la mesa de escribir, porque necesitaba saber qué ocurría con ella y con Michael, un joven que ya había visto gran parte del mundo. Tuve que escribir la historia de ambos porque, a pesar de lo desgarrador de sus circunstancias, sus vidas y las vidas de otras buenas personas como ellos me dieron la fuerza y la esperanza de que, de algún modo, nuestros muchos errores pueden ser corregidos”.

No es casual que la novela arranque con una cita del Apocalipsis que apela a los pobres que habitan la tierra y el mar. Profundamente americana, poblada de serpientes de cascabel, jinetes armados, humanos inadaptados, casi salvajes, y otros peligros, además de por leyendas, mitos y valores que emanan de la América de los primeros colonos, la de Tierra salvaje es también una historia en la que el autor se alía con los ambientes dickensianos para transportar al lector literalmente hasta los días viejos del Nuevo Mundo, al devenir de un país nómada en el que un vasto grupo personajes en busca de dinero aparecen y desaparecen, se endeudan, pelean, matan y se matan según avanza la expedición de más de un año sobre la que galopa la trama.

«El autor se alía con los ambientes dickensianos para transportar al lector hasta los días viejos del Nuevo Mundo»

Olmstead sale airoso del reto de reunir tantas voces en un mismo texto que, al cabo, es también una historia de amor. Lo hace en un lenguaje conciso, desnudo, pero rico en el léxico de otra época, minuciosamente traducido por José Luis Piquero. Entre los muchos logros del libro, destaca también su capacidad para tensionar al lector con la incertidumbre impía de un paisaje en el que cualquier paso en falso puede conducir a la muerte, un páramo de una podredumbre y una brutalidad en el que Olmstead se recrea una y otra vez con maestría: “Durante semanas, incontables enjambres de langostas, de color negro amarronado y rojo ladrillo, habían oscurecido el aire como la ceniza de un gran incendio, y sus mandíbulas mordían todo cuanto podía ser devorado. Se alimentaban del trigo y del maíz, de las hebras de los tablones podridos de las cercas, de hojas secas, de papel, de algodón, de la lana de los lomos de las ovejas. Sus cuerpos aplastados resbalaban por los raíles y detenían los trenes”.

La presencia feroz e implacable de la naturaleza le sirve Olmstead para definir la tragedia humana y enmarcarla en un género, el del western, del que es uno de los autores más señalados de la actualidad. Esta es más la historia de la tierra que de los hombres, un lamento sobre una belleza que se evapora, sobre las posibilidades perdidas de un país.

 


Tierra salvaje
Robert Olmstead
Traducción: José Luis Piquero
Hermida Editores
Madrid, 2020
280 páginas
19 euros

 

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