Horas críticas

Tratado sobre la sensatez

No es que nuestras autoridades educativas se equivoquen al desdeñar el legado grecolatino, sino que su desdén por este legado, sostiene Ricardo Moreno en su ensayo ‘Los griegos y nosotros’, es lo que nos ha llevado al fiasco educativo que vivimos

Fruto de su celebrada intervención en las Jornadas de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) celebradas en Valencia en 2013, Ricardo Moreno dedica esta nueva obra a la defensa de las humanidades y las lenguas clásicas. Un tema interesante y muy necesario ante la constatación de que cada plan de enseñanza —ya van siete en democracia— arrincona más las disciplinas consideradas poco útiles como el griego, el latín, la cultura clásica, la filosofía, la historia, la literatura, la historia del arte, la ética y el teatro.

Como afirma en el prólogo el helenista Carlos García Gual, los argumentos expuestos en este libro son a la vez razonados y apasionados. Y sin duda muy certeros. El punto de partida es el siguiente: no es que nuestras autoridades educativas se equivoquen al desdeñar el legado grecolatino, sino que su desdén por este legado es lo que nos ha llevado al fiasco educativo que vivimos.

Atribuye el autor esta situación a ciertas corrientes pedagógicas y al efecto de la corrección política. A los pedagogos pretendidamente modernos, “bárbaros de la modernidad”, les replica que formar a los jóvenes pasa por estructurar y ordenar contenidos esenciales, que a su vez constituirán sus puntos de apoyo para futuros aprendizajes. A los políticamente correctos les reprocha el enviciamiento del debate educativo al provocar que las ideas no se valoren según sean razonables o factibles, sino según suenen bien o mal, y propone liberarnos de estos prejuicios igual que los griegos lo hicieron del pensamiento religioso.

«A los políticamente correctos les reprocha el enviciamiento del debate educativo al provocar que las ideas no se valoren según sean razonables o factibles, sino según suenen bien o mal»

También ataca a quienes defienden que el alumno ha de aprender por sí mismo ignorando que, para descubrir cosas nuevas, es indispensable saber ya muchas otras. Algunos hablan de “educación en valores” pero olvidan que el saber es un valor en sí mismo. Incluso Rousseau, gran referente en pedagogía, afirmaba que “no somos curiosos sino en la proporción en que somos instruidos”. Solo se ama lo que se conoce, y sólo se conoce aquello que se ha estudiado, añade Moreno, convencido de que las cosas que se saben y se memorizan, los conocimientos, forman el espacio mental en el seno del cual se mueven las ideas. Pura sensatez. No en vano las Musas, divinidades inspiradoras de las artes y del conocimiento, eran hijas de Zeus y de Mnemósine, titánide de la memoria. Las principales disciplinas alcanzaron la excelencia en la Antigüedad griega: la literatura, la política, el urbanismo, la retórica, el teatro, el deporte, la física, la medicina, la ingeniería, la artesanía, la pintura, la escultura y la arquitectura, el derecho, la navegación marítima, las estrategias bélicas… Y si bien es cierto que aprendieron de otras civilizaciones, en manos de los griegos esos conocimientos dieron mucho más de sí por su capacidad de ordenar los contenidos y porque reflexionaban sobre cada cosa que hacían, motivo por el que “toda la filosofía posterior no es más que un diálogo con Grecia antigua”. No hay cultura sin conocer bien a quienes crearon la idea de cultura, esto es, a los griegos.

«No hay cultura sin conocer bien a quienes crearon la idea de cultura, esto es, a los griegos»

Moreno, doctor en Filosofía y licenciado en Matemáticas, rechaza la brecha creada entre estudiantes de Ciencias y los de Letras, siendo necesario que todos ellos, también los futuros científicos, se asomen a la Paideia griega y conozcan la etimología y el proceso por el que los “amantes del saber”, los filósofos, comenzaron a explicarse el mundo de un modo racional. La técnica por sí misma no significa progreso, sino que necesita un pensamiento que marque sus límites.

Muchas aportaciones de los griegos antiguos a las matemáticas se debieron a su inquietud intelectual, sin encontrar una aplicación en varios siglos. Lo mismo ocurrirá con las actuales investigaciones en física cuántica. La ciencia debe guiarse por la curiosidad y confiar en que el saber es un valor en sí mismo. Si se limita a buscar resultados prácticos avanzará poco, pues el principal motor del saber ha sido siempre la pura curiosidad del investigador apasionado por su tarea. Esa sed por aprender, esa misma capacidad de asombro que encontramos en Heródoto, en Aristóteles y en Teofrasto, es acaso la más importante herencia de los griegos.

Empleando una suerte de método dialéctico, el autor recopila citas de ilustres pensadores que, a modo de coro, respaldan sus afirmaciones. Así, recuerda que Demócrito afirmaba que “los niños a los que se les tolera que no se esfuercen ni aprenderán las letras, ni la música, ni el ejercicio corporal, ni el respeto. La condescendencia es el peor de los males para educar”. Chesterton decía: “No puede haber una educación libre, porque si dejáis a un niño libre, no le educaréis”. Y para hallar el equilibrio entre la tradición —una autoridad que puede llegar a ser una losa— y la tiranía de la moda y la corrección política, ilumina al lector de la mano del historiador del arte Erwin Panofsky: “El humanista rechaza la autoridad pero respeta la tradición”.

Otro gran legado griego, la democracia, basada en la consideración de que todos somos ciudadanos y no súbditos, en el sometimiento a la ley (isonomía) y en la igualdad en el uso de la palabra (isegoría), es fruto de una honda preocupación por el hombre y por su dignidad ante los abusos. La Paideia juega aquí un papel fundamental, por lo que necesitamos comprender la diferencia entre “educar en libertad” y “educar para la libertad”. Como dijo Epicteto, esclavo liberto y filósofo estoico, “sólo los instruidos son libres”. Por todo ello, Los griegos y nosotros es una obra de gran valor.

 


Los griegos y nosotros. De cómo el desprecio por la Antigüedad destruye la educación
Ricardo Moreno Castillo
Prólogo de Carlos García Gual
Fórcula
Madrid, 2019
128 páginas
12,50 €

 

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