Ni presentaciones, ni casetas, ni encuentros con los autores, ni el Cervantes, ni rosas. Ni librerías. Pero sí libros. En plena pandemia, con el sector de la cultura tiritando, algunas grandes voces extinguiéndose y las primeras víctimas no humanas que lamentar (un abrazo a la ya desaparecida Los Editores), la celebración del Día del Libro, la jornada más importante de la industria, ha corrido a transformarse, como casi todo en los días de cuarentena, en pirotecnia digital. A los gritos de «Sant Jordi no se rinde» o «Sigue leyendo en casa», la propuesta ha adoptado formas diversas, algunas muy válidas: recomendaciones, entrevistas con los autores desde sus domicilios, lecturas colectivas y hasta firmas. Mientras tanto, pequeñas librerías reparten a domicilio; otras, piden que se compre ahora para enviar o recoger “cuando todo pase”, la frase del año, el nuevo credo.
A pesar del sinfín de iniciativas inventadas para celebrar y, en muchos casos, sobrevivir, la nube que también ha ensombrecido la primavera literaria recuerda por momentos la de los funestos años de la crisis, a ese mundo en el que cuando un periodista entrevistaba a un escritor, a un librero o a un editor, acababa preguntándole por números y no por libros. “Y esto puede ser peor”, suspira Manuel Gutiérrez Aragón al otro lado del teléfono. Su nuevo libro iba a publicarse en Anagrama estos meses: «Se retrasa, hay mucho atasco».
Es triste lo que ocurre. En una misma mañana de llamadas, un escritor confiesa con la voz entrecortada que el coronavirus acaba de llevarse a su mujer. Otro, en Barcelona, explica que está saliendo de la enfermedad, y que no anda para entrevistas. Empieza a dar miedo descolgar el teléfono. En la agenda, se borran algunos nombres (hasta siempre, Calleja, Sepúlveda…). No vamos a llevarnos a engaño, el mazazo es muy duro y promete ecos prolongados. Sin embargo, hablamos de un sector que lleva la resiliencia en su ADN, capaz de asumir crisis sucesivas y mantenerse a flote porque, además de la vocación de quienes lo sostienen, hay algo que no cambia: la validez del libro, una aplicación que, admite José María Merino, no necesita actualizarse ni enchufarse, que funcionará toda la vida y a la que podremos regresar cada vez que queramos: «¿El paraguas hay que tirarlo porque tenga 2.000 años? ¿Es el libro un bien arcaico? Pues mire, sí, pero sigue siendo de los más útiles«, arroja el académico.
«Mientras esperamos a las librerías, proponemos quedar con los viejos conocidos de nuestras bibliotecas y con los que se tercia volver a pasear»
Por eso en este reportaje, además de exponer algunas opiniones sobre el momento al que se enfrenta la cultura escrita, queremos dar voz al optimismo que late en un objeto que también -y sobre todo- funciona de maravilla en cuarentenas. Italo Calvino dejó dicho al respecto a de los clásicos que “cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados e inéditos resultan al leerlos de verdad”. De modo que hoy, mientras evaluamos lo que está sucediendo, también les invitamos a bucear en las lecturas que habitan en todas las bibliotecas, incluso en las estanterías de aquellos que leen poco o casi nada. Viejos conocidos a los que hace tiempo que no vemos y con los que se tercia volver a pasar unos días. O hacerlo por primera vez. Grandes libros de andar por casa, literalmente.
Cuarentena con Galdós
Con todo, Merino mantiene un espíritu optimista, como pretende mantenerlo este artículo. «De todas las pestes hemos salido», comienza alegando, aunque enseguida se solidariza con la debacle en la que ya han entrado libreros y editores, sobre todo los independientes: «Del mismo modo que dejaron abiertos los supermercados, podrían haber permitido al público seguir yendo a las librerías que quisieran seguir despachando. Ellas lo tienen más difícil que otras tiendas, son un negocio delicado, más en este mundo donde todo lo encuentra uno en internet, sus propios libros incluso, sin haber firmado un contrato para ello. Se exige un mayor cuidado desde la perspectiva pública a todos los niveles, empezando por el fomento de la lectura en el sistema educativo. Me pone nervioso que en esta discordia del Congreso no se piense en la cultura, tendrían que garantizar la manera de ayudarles a sobrevivir, que parece que las humanidades no fueran la clave para construir el conocimiento del mundo. Los que toman las grandes decisiones deberían saber que la cultura no es un adorno«.
José María Merino: «Me pone nervioso que en esta discordia en la que ha entrado el Congreso no se piense en la Cultura»
Expuesta la queja, Merino no se lo piensa y, en Año Galdós, recomienda sus Obras Completas, cuyo rastro recorre los hogares españoles de norte a sur: «Yo las tengo en aquella edición de Aguilar. Hablamos del mejor escritor del XIX y no sólo en España. Y del mejor en español después de Cervantes, porque El Quijote es el mejor del mundo».
Desde Alemania, Fernando Aramburu, autor de Patria, también se inclina por celebrar a don Benito en su centenario: «Por ejemplo, las Novelas de Torquemada, que he releído recientemente y me han parecido de una actualidad y valor literarios pasmosos. Bien es verdad que he necesitado años para darme cuenta de ello. Al fin, por fortuna, se me ha caído el velo que me impedía ver que Galdós es un nombre mayúsculo de las letras españolas«.
De nuevo al habla, Gutiérrez Aragón también invita a los lectores a rebuscar en sus estantes literatura galdosiana: «Fortunata y Jacinta o los Episodios nacionales, que hasta los pueden leer los niños», aconseja antes de apuntar, como Merino, a la reapertura de las librerías: «Con precauciones estaría muy bien. Tenemos el precedente de los heroicos quiosqueros. Todo lo demás, el cine, el teatro, la música, los bares… va a tardar. Pero las librerías son un recinto seguro y acogedor para estos tiempos. En ellas no se congregan multitudes. Y los libros no contagian. No es tan terrible que se relaje un poco la mesa de novedades. Al sector, por último, le exijo un poco más de unión, hoy es muy necesaria».
De La celestina a Una habitación propia de Woolf
Un Antonio Gamoneda molesto porque la cuarentena partió por la mitad la promoción del segundo tomo de sus memorias charla con Mercurio desde su domicilio. Enseguida aclara: «Esto que me ha ocurrido es un mal menor, pero quizás habría que decirles a los lectores que recordasen los libros que se han quedado en el limbo una vez que pase esta reclusión nuestra«. Aportada la propuesta, el Premio Cervantes lanza su recomendación, otra sin pestañeos: «La suelo releer todos los veranos y ayer mismo la saqué de la estantería porque la cuarentena se presta a ello. Hablo de La celestina, una obra que habita en muchos domicilios pero que está olvidada por los lectores, porque no disponemos del tiempo y la tranquilidad que exige disfrutarla. No encaja en ningún género, todos se desdibujan en ella, lo cual la convierte en una obra de absoluta modernidad».
Editora, ensayista y poeta, Elena Medel cambia de tercio para revisitar en cuarentena Una habitación propia, de Virginia Woolf. «Quien no la haya leído se sorprenderá por la triste vigencia de sus reivindicaciones, un siglo después de su escritura, y quien lo relea encontrará ideas generosas para reflexionar. Yo regreso a él a menudo, una o dos veces al año, cuando lo necesito, en realidad, y siempre me interpela«.
Pombo: «Cuando se trata de sobrevivir entre cuatro paredes, los literatos, por encima de las gentes de acción, llevan las de ganar»
En un piso con una biblioteca que daría para varios encierros, Álvaro Pombo cocina un guisito y escribe. «Las cuarentenas me cunden mucho», bromea el escritor y académico para exponer una idea que mantienen varios de los entrevistados: cuando se trata de sobrevivir entre cuatro paredes, los literatos, por encima de las gentes de acción, llevan las de ganar. «Mire, yo leo poco que se pueda recomendar porque estoy entregado a la filosofía, pero si quiere un libro que puedan hallar los lectores en sus casas, propongo La edad de la inocencia, de Edith Warton. Una novela espléndida, divertida, fresquísima. Un retrato de la sociedad neoyorquina de finales del XIX lleno de sabiduría mundana y profunda».
Antes de volver a los fogones, Pombo manifiesta su preocupación por el panorama económico que se cierne sobre las letras. «También va a ser muy duro para los escritores. Ahora está todo absolutamente parado, iba a salir un libro mío en junio, El destino de un gato común, y ya va por octubre… vaya usted a saber».
Dante, Cervantes y Montaigne para interpelarnos en la crisis
Ex ministro de Cultura y ex director de la Casa del Lector, el escritor César Antonio Molina piensa en una industria, la de la literatura en español, que alcanza 600 millones de personas y que esta crisis dejará mancillada provocando, al cabo, la pérdida de la hegemonía española como una gran potencia cultural. «La pandemia es un ataque contra la parte esencial de la civilización, las relaciones sociales. Todo ese verse, acudir al teatro, al cine… va a quedar arrasado hasta que no se descubra la vacuna. Las librerías están también en el punto de mira, son lugares cerrados en los que, afortunadamente, sí se concentran muchas personas. Por todo ello, resultan incomprensibles las declaraciones del máximo representante de todos nosotros diciendo que, bueno, que ya veríamos lo que pasaba. Si no hay una ayuda, si no se ofrecen medios y garantías, gran parte de la industria estará en riesgo de desaparecer. Llevamos años a vueltas con un pacto de Estado para la Cultura duradero y que nos evite confrontaciones entre unos y otros».
Dante, Cervantes, Montaigne y los clásicos grecolatinos, «que siempre van a responder a nuestras inquietudes», están entre sus consejos para salir de pesca por las propias baldas de nuestros salones. Aunque, eso sí, advierte de que un confinamiento no vale para aprender lo que no se ha aprendido en una vida: «No se pasa del analfabetismo a la sabiduría aristotélica por una cuarentena. Pero los que llegaron a la cultura porque veían que les ayudaba, que aprendían o que les servía para obtener respuestas, que persistan en ello estos días».
Rafael Reig: «Si algo se ha evidenciado es el papel del libro como buen compañero, su vigencia para descansar de las pantallas y de tanta lectura en diagonal».
Como el ex ministro, la escritora y traductora Clara Janés sugiere viajar a la cultura clásica con el teatro griego, que ella atesora en una edición argentina. «Es apasionante en cualquier momento pero en este, más, pues ahí nos encontramos con la fuerza del destino y las reacciones humanas». Menos preocupada que otros colegas, garantiza que el libro encontrará sus vías y seguirá vigente. Hasta que el mercado se reactive, propone una curiosa práctica, fabricar libros caseros: «Yo los hago en el ordenador, los imprimo, los coso, los ilustro. Si tienes una buena impresora, te haces 20. Tienen un valor».
Del realismo de Dickens al mundo aislado que propone Solaris
Profesor de Hotel Kafka, escritor y librero, Rafael Reig atina cuando expone que si algo ha evidenciado esta coyuntura es el papel del libro como buen compañero: «Lejos de la sentencia de muerte, se ha corroborado su vigencia para descansar de las pantallas y de tanta lectura en diagonal. Necesitamos libros en los que nos podamos meter como en una cama recién hecha a dormir la siesta. La actitud con la que entramos en el papel no tiene nada que ver con la que mostramos cuando abrimos Netflix para que nos recomienden lo que sea».
Librero orgulloso en Cercedilla, de los que sabe que el lector regresará a por nuevas recomendaciones, Reig teme que perdamos esa maravilla llamada librería de proximidad y pide que todos mantengamos los ojos abiertos para que ese drama no suceda. «Esto no es Francia, donde son sagradas, donde hay ayudas. Aquí, junto al hecho de presumir de un queso o un polideportivo, una localidad debería vanagloriarse de tener una buena librería». Antes de despedirse, Reig nos pide que revisitemos a Dickens, uno de los virus de los que ya no se libra uno. «Animo a leer David Copperfield, lo primero su tamaño, perfecto para la curantena», bromea. El comienzo de la novela –«Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas»– es una frase que nos interroga sobre cómo queremos vivir una vida de verdad, «algo que podemos plantearnos en este encierro».
Elvira Navarro: «El coronavirus ha puesto de manifiesto que el problema de la cultura en España es estructural, nace de una falta de educación»
Entusiasmada con Solaris, Elvira Navarro nos anima a evadirnos con la ciencia ficción. «La he leído estos días en una edición de clásicos del siglo XX. Es hipnótica y está muy bien escrita. Habla de seres que viven aislados y sin posibilidad de comunicarse y de entenderse. Esa es la sensación que tengo cuando me asomo a redes o veo el telediario estos días». A juicio de la escritora y editora, el coronavirus ha puesto de manifiesto que el problema de la cultura española es estructural: «Aquí rara vez ha funcionado como aspersor social y cuando lo ha hecho, no ha recibido un aprecio de la generalidad de todos, de lo importante que es de cara a pensar el mundo de otra manera. Aquí la cultura se la mira con sospechas, como algo de privilegiados que sólo ha servido para que unos cuantos se sientan por encima de los demás. Eso se arregla con educación. El ministro ha manifestado inconscientemente un sentir popular«, condena.
La secunda Donatella Inauzzi, al frente de la editorial independiente Gallo Nero: «Estamos en un momento muy delicado en todos los aspectos. Cuando hay crisis económicas de gran calado, nos dejan una radiografía del estado de salud de la industria. Y la que deja esta crisis es la de una industria cultural muy precaria. Paralelamente, en tiempos de crisis los gobernantes dejan muy claras sus prioridades y la cultura, según esta última imagen, ocupa uno de los últimos puestos por importancia», manifiesta. Las soluciones, sostiene, deben venir del ámbito institucional, que debiera situar la cultura como una cuestión de Estado al igual que sucede en otros países. «No comparto en absoluto la política del libro gratis en tiempos de crisis. El libro (y hablo de toda la cadena) necesita lectores/compradores como cualquier otra actividad industrial. De otra forma, estaremos mandando un mensaje equivocado a la economía y a los lectores».
Como otros editores, Inauzzi apoya desde Gallo Negro que esperemos a nuestros libreros: «Son un engranaje fundamental del sistema libro y España tiene una red de librerías envidiable que tenemos que cuidar mucho entre todos. Ellos garantizan en muchos casos la visibilidad de catálogos fundamentales y al mismo tiempo garantizan esa pluralidad de la oferta».
A Fernando Savater su padre le regaló Platero y yo cuando apenas contaba 11 años. Es un libro al que regresa una y otra vez, «una de esas obras que puede compartir una familia confinada. Es un buen momento para echarle una ojeada». En cuanto a la crisis en la que nos adentramos, señala que muchas librerías, en tanto en cuanto no son de por sí un negocio floreciente, se verán condenadas al cierre o quedarán muy maltrechas. El filósofo apunta otro mal aún no enunciado, la pérdida de la costumbre de acudir a estos lugares en un mundo que forzosamente ha culminado una tendencia de consumo digital total.
Tira también de clásico, clasiquísimo de las estanterías Agustín Fernández Mallo, que apuesta por Cien años de soledad: «Es un libro ideal para releer, que está en muchas casas, y si no está en la tuya seguro que algún vecino lo tiene. Hay muchas historias diferentes, inhabituales y fantásticas en esa novela, personajes que te llevan a lugares en los que estos días posiblemente querrás estar. Un libro que no envejece».
Volvemos a la evaluación de la crisis. Manuel Hidalgo resume el porvenir con el adjetivo desolador. «Todo invita al pesimismo, salvo quizá dos hechos evidentes: hay más personas que nunca escribiendo y leyendo. Hay pérdidas y desapariciones muy dolorosas que continuarán. Pero la relación entre los escritores y los lectores forzosamente ha de encontrar, mediante la supervivencia y la transformación, caminos que la mantendrán viva. De todas formas, no creo que este Día del Libro vayamos a despertar en un mundo radicalmente distinto. Antes de caer en el pesimismo, no eludamos la cita que tenemos con la imaginación«.
Volver a Delibes antes de su centenario
En estos momentos, el periodista recomienda regresar a Delibes, cuyo centenario se celebra en octubre de este año. Si es que para entonces celebramos de verdad algo. «Su figura y su obra serán muy recordadas por los medios y las instituciones. Tengo más dudas sobre si sus libros son y van a ser leídos, más allá de las obligaciones académicas, por los más jóvenes. La ausencia de apelaciones llamativas tanto en su personalidad pública y privada como en su novelística juegan, probablemente, en contra del escritor. Observo también que el realismo, emparentado o no con el costumbrismo, está a la baja, y más si se percibe como vinculado a un mundo rural que, aun siendo de ayer mismo, se nos puede antojar más viejo que el del siglo XIX. Por eso elijo Los santos inocentes, que publicó Planeta en 1981, hace casi cuatro décadas. La novela se leyó muchísimo en su día y ha tenido infinidad de ediciones. Todo el mundo ha visto la película de Mario Camus y se ha hecho cargo del intenso drama de dominación y sometimiento entre clases sociales que está en el centro de su trama. Es muy interesante constatar lo que los adaptadores conservaron y lo que cambiaron de un libro que, por cierto, no tiene una forma narrativa convencional y sí, como siempre en Delibes, el inmenso tesoro del idioma, del español, y de la plástica, la poética y la musicalidad que es capaz de engendrar sin perder de vista el calado de su esclarecimiento de la condición humana».
Álvaro Manso, desde CEGAL y librero de Burgos, también propone a Delibes. En concreto, El mundo que agoniza, el nombre comercial que se le dio a su discurso de ingreso en la Academia en 1975. «Es una apología ecológica y del equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Lo leí con 16 años muy motivado por los campos, pero el texto está totalmente actualizado. Es de una gran valentía en esa época urdir un alegato ecologista y una revindicación de la vida rural».
Acusada de desunión, la confederación de libreros quiere celebrar un 23 de abril atípico para trasladarlo con todos sus avíos al 23 de julio. «Está bien, de momento, celebrarlo con lo que tenemos en casa», aconseja, y añade: «El colectivo no está desunido y tiene las cosas claras, una serie de peticiones muy concretas que ya se le han plantean al Ministerio a diario, ofreciendo pautas a los socios sobre cómo actuar. Desgraciadamente, tras Los Editores vendrán más cierres, pero esperemos que la mayoría aguante. Nuestra recuperación va a ser lenta, pero somos optimistas: el mercado no es bueno pero nuestra capacidad, sí. Ahora bien, necesitamos ayuda, un apoyo importante. En lo positivo, hemos adelantado el lanzamiento de todostuslibros.com, la plataforma que une a todas las librerías independientes, más de 700, con una campaña que trasciende lo comercial para defender la manera de hacer de los libreros«.
Jorge Carrión, autor de Librerías (Anagrama) y Contra Amazon (Galaxia Gutenberg), ha sido precisamente una de las voces más críticas con esta parte del sector en artículos recientes. Antes de pronunciarse sobre el futuro, manifiesta: «Soy un lector de obras completas. Tengo las de Franz Kafka y Federico García Lorca, publicadas por Galaxia Gutenberg, o las de Borges, publicadas por Emecé. Es importante recordar que los poemas o los relatos o los libros no están solos, forman parte de constelaciones de sentido y de trayectorias vitales. Como nosotros, que en estos días recibimos tanta compañía de nuestras bibliotecas.
Y ahora sí, ¿qué viene? Carrión remata: «Sobre el futuro nada se sabe. Pero podemos intervenir en el presente. Por ejemplo, comprando nuestros libros en librerías de nuestras ciudades, aunque eso signifique recogerlos cuando vuelvan a abrir, de hecho, no hay prisa: casi nunca lees enseguida el libro que acabas de comprarte». Es cierto, como venimos diciendo, hay mucho bueno en casa por leer, en las de casi todos nosotros. Que no se nos olvide, para celebrar este día sólo hacen falta libros. Y para leer, nada más que un poco de luz. Ánimo.