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El humo de la dragona

En la era Amazon, la bestia parda del mundo librero, aterriza en Sevilla una máquina capaz de imprimir libros en siete minutos. Pero las cosas bien hechas piden su tiempo

Ilustración: Ezequiel Barranco

Allá por el 2008, la prensa, que anunciaba el apocalipsis librero, ya nos daba noticias de los dos inventos infernales que supondrían el fin de las librerías: el libro electrónico y el Print-On-Demand. No eran tan fieras las bestias como las pintaban. Afortunadamente, la lectura digital y la analógica han seguido conviviendo para seguir dando de comer a libreros y toda la cadena del libro. El verdadero demonio, ese que es más difícil de combatir, no solo por libreros sino por todo comercio local, no tenía aún un nombre tan grande como ahora, tan grande que es más grande que las escasas 30.000 referencias del catálogo de esta dragonzuela feliz y ajena, tan grande como los más de 600.000 metros cuadrados de almacén que tiene entre sus diferentes localizaciones solo en España; hablamos, por supuesto, de Amazon.

Es cierto que las librerías gozamos de cierto favor en el mundo de la comunicación, por lo romántico estimo, por lo de últimos mohicanos. Las librerías que cierran son tan noticiables como las que abren, siendo más esperanzador esto último, claro. En los últimos días, la prensa se ha hecho eco, de una manera persistente, de la feliz noticia de que ha nacido «la librería del futuro», han llegado a decir. Me congratulo especialmente de que una noticia positiva sobre librerías se haga viral, eso pone de manifiesto la esperanza de permanencia que queremos tener sobre estos espacios que parecen llegar a ser, en el ideario común, algo cercano a templos sagrados de la humanidad. Como si el mundo fuera más pobre sin librerías.

La Expresso Book Machine viene a tener algo más de dos décadas y, cuando algunos la creíamos enterrada en el olvido («silenciosa y cubierta de polvo, veíase…» la máquina), el grupo Lantia, que es básicamente autoedición, la resucita en Sevilla. Entonces, en el 2011, se distribuyeron 22 de estas máquinas por todo el territorio estadounidense, cada una costaba cerca de 100.000 dólares. En esta librería sevillana no dan detalles sobre el precio de la máquina. Pero dicen que se rentabiliza vendiendo 14 ejemplares al día… y digo yo: ¿durante cuántas vidas?

14 libros al día son 364 libros al mes. No sé si La Dragona vende los libros que escupe o el humo que le sale por las rendijas. Catorce libros al día de un catálogo de autoedición (incluyendo descatalogados de ese mismo y escaso catálogo), es mucho, es demasiado. Tanto que no hay librero que lo resista.

«No sé si La Dragona vende los libros que escupe o el humo que le sale por las rendijas»

Sin consultar más estadística oficial que la de la experiencia, aproximadamente un 65% de los libros que se compran son novedades, el lector es novelero, «amigo de novelerías», que es «afición o inclinación a las novedades» (ambas deficiones de la RAE). La Dragona ante estos números, mucho lo siento, tiene pocas probabilidades de sobrevivir a su coste. Esto más que nada es un aviso a libreros incautos que, quizá maravillados ante el eco mediático, estén valorando adquirir su propia Dragona como remedio a sus males. Males que ni se remedian con Dragonas de turno ni con crear falacias de plataforma de venta que pretendan competir con Amazon, dicho sea de paso de los que quieren convertir la herramienta todostuslibros.com en competencia: Amazon se la va a ‘comer con papas’, mientras ríe a carcajadas, y se le va a quedar en una muela; va a ser un despilfarro de medios con los que se podrían conseguir más cosas y más perdurables si se pusieran al servicio del fomento de la lectura y del consumo consciente.

«Todo está contribuyendo a un empobrecimiento de la experiencia lectora. Las cosas bien hechas requieren su tiempo»

¿Son los siete minutos que tarda La Dragona en imprimir un libro de un catálogo poco representativo de los libros editados en España lo mejor que podemos hacer para competir con el gigante de lo instantáneo? Amazon es el mejor cliente de los grandes grupos editoriales. Enseñemos al consumidor, comprador de libros, para que tome conciencia de lo que consume, de lo que vale lo que consume y de que el consumo también es un acto político (no todo es cuestión de aprendizaje, el mapa está vaciándose cada vez más de librerías y ahí está Amazon para poner el libro en la puerta de tu casa). Lo cierto es que la facturación de todos los libreros independientes compite muy dignamente y es por eso que seguimos siendo necesarios para esos mismos grupos y el resto de editoriales.

Hemos caído en la trampa de la inmediatez. El titular podría leerse «la librería del futuro es aquella que tiene la capacidad de imprimir los libros en siete minutos». Que no nos lo vendan como modelo de innovación, por favor. Todo está contribuyendo a un empobrecimiento de la experiencia lectora. Las cosas bien hechas requieren su tiempo. Por más que nos vendan el fast food, el potaje de tu madre sigue sabiendo mejor al día siguiente. Quizá mejor, más que jugar a inventar las librerías del futuro, habría que ocuparse del lector del futuro… parece que también desaparece en lo fast, incluso del presente, a velocidad supersónica.

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