Horas críticas

Los versos que pudieron con un tsunami

El alma de las flores. Antología poética bilingüe Kaneco Misuzu. Traducción, selección y prólogo de Yumi Hoshino y María José Ferrada. Satori Ediciones, 2019. 142 páginas. 19 euros

La poesía juega un papel muy activo en la sociedad japonesa, al punto de que, por ejemplo, los condenados a muerte, antes de ser ejecutados, dejen escrito un haiku como último acto de su vida –una muestra de ello puede verse en Haikus en el corredor de la muerte, Hiperión, 2014–. Por eso no sorprende el hecho de que, tras una devastación tan terrible como fue la del terremoto y posterior tsunami ocurrido en la zona de Tohoku en marzo de 2011, el Consejo de Publicidad de Japón difundiera repetidamente a través de los medios de comunicación el recitado de un poema, con la misión de levantar el espíritu y la confianza en la vida, algo tan primordial para la población como los trabajos de reconstrucción de puentes, carreteras y edificios. El poema elegido en esa ocasión fue “Eres un eco”, de la poeta Kaneco Misuzu (Nagato, 1903-1930), que transmitía la idea de que debemos tratar a los demás con la misma compasión y empatía que queremos para nosotros mismos.

«Tras el tsunami, Japón difundió repetidamente a través de los medios de comunicación el recitado de ‘Un gran eco’, de Kaneco Misuzu»

La obra de Misuzu había pasado de la popularidad alcanzada desde sus primeros poemas publicados en prestigiosas revistas a partir de 1923, al olvido, sobre todo tras la destrucción provocada por los bombardeos sobre Tokio durante la Segunda Guerra Mundial, y la consecuente destrucción de bibliotecas, edificios públicos, etc. El azar quiso, sin embargo, que en 1966, otro poeta, Setsuo Yazaki, encontrara al paso un poema suyo que llamó poderosamente su atención. A partir de ahí, emprendió una larga y perseverante labor de búsqueda, reuniendo poco a poco su obra dispersa para, finalmente, localizar al hermano menor de la poeta, que guardaba unos cuadernos manuscritos con 512 composiciones que ella le había dejado para su custodia. Hoy en día, Misuzu es una figura central de la poesía japonesa.

El alma de las flores es una antología que recoge una selecta muestra del conjunto de la obra de Misuzu, que se puede encontrar completa en japonés editada por JULA en 1984, sello responsable también de la antología bilingue inglés-japonés Somerthing Nice. Más recientemente, Are you an echo? The lost poetry of Kaneco Misuzu (Chin Music Press, 2016), ofrece una biografía de la autora, ilustraciones y algunos poemas, además de estar traducida a otros varios idiomas. Pero es esta de Satori la primera publicación que la ofrece en español, en edidión bilingüe y con la versión fonética del poema. A traves de esta última, el lector podrá apreciar el ritmo y sonoridad de la versión original, algo que recomiendo hacer.

La corta vida de la poeta se resume en una infancia huérfana de padre, pero con una madre y una abuela que pusieron empeño en su formación, consiguiendo algo tan poco habitual para una mujer japonesa a comienzos del XX como fue completar estudios hasta los 18 años. La madre regentaba una librería familiar –hoy día convertida en museo conmemorativo–, en la que Misuzu pudo saciar su avidez lectora.

«Comenzó a escribir y publicar con 20 años. Sin embargo hubo de realizar un matrimonio convenido y poco deseado, lo que determinó el final abrupto de su vida literaria»

Empapada de su propia la tradición literaria, pero conocedora igualmente de la occidental –que había entrado en Japón en el siglo XIX tras siglos de aislamiento–, Misuzu comenzó a escribir y publicar con solo 20 años. Sin embargo, muy joven, según los usos y costumbres del momento, hubo de realizar un matrimonio convenido y poco deseado, lo que determinó el final abrupto de su vida literaria y personal: el marido le prohibió todo ejercicio poético, y contacto alguno con el mundo literario; además de contagiarle una enfermedad venérea. Ya enferma y con una niña pequeña, se separó de él y se instaló de nuevo en casa de su madre. Al poco tiempo él reclamó la custodia, y la única solución que Misuzu vislumbró fue el suicidio, dejando una carta en la que instaba a su marido a permitir que la niña quedase al cuidado de su madre. Tenía 26 años.

La poesía de Kaneko Misuzu merece sin ninguna duda su lectura. La sensibilidad y sutileza con la que Misuzu observa lo que le rodea, tanto animado como inanimado, es conmovedora y singular, cercana y profunda, ingenua y sabia: se fija en las flores del campo que el arado voltea y deja en la oscuridad bajo tierra; y en aquellas otras que por el contrario miran al cielo, pensando al observarlas que sin duda saben más sobre lo que en la vida es real y verdadero que los sabios profesores; comparte la felicidad de un árbol en el que ve a un pájaro cantando en su copa y a un un niño columpiándose en sus ramas; o se preocupa de que la cigarra pueda tener frío de noche. Y no se les esconde que nada en este mundo tiene una única lectura:

Amanecer,
espléndido amanecer.
Gran captura,
gran captura de sardinas.

Arriba en la playa
hay una fiesta,
pero en el mar
celebrarán funerales
por decenas de miles.

Cuando su mirada va hacia los objetos, parece ir aún más allá. Sorprende la aparente nimiedad de lo observado y la intimidad del trato con ellos. Como ocurre en Gorro blanco, donde, tras darse cuenta de que lo ha perdido por el camino, le habla preocupada para decirle que no caiga en una acequia o un mal lugar, sino que se cuelgue “elegante / en la rama de un árbol alto”, o se convierta “en un nido bonito y abrigado, / para un pobre pájaro que, torpe como yo, / no puede hacer un buen nido”.

La poesía de Misuzu hace el efecto de una caricia en la piel con un pañuelo de seda, deja una sensación de levedad que penetra muy profundamente poros adentro. Su sensibilidad hiperestésica recuerda a veces a la de Juan Ramón cuando hablaba con Platero:

No se lo diré a nadie:

Esta mañana, en el fondo del jardín,
una flor derramó una lágrima.

Porque si corre el rumor
y la abeja lo oye,

irá y le devolverá su néctar
como si hubiera hecho mal.

En ocasiones asoman influencias extranjeras, como en el poema claramente dariano “La princesa triste”; o imágenes de raíz vanguardista –“Gorriones chismosos gorjean en sus oídos. / El poste telegráfico se despierta”. Pero los paralelismos más claros para sus editoras –Yumi Hoshimo, que ha hecho trabajos de traducción de poesía y literatura hispanoamericana infantil al japonés para diversas editoriales americanas, y María José Ferrada Lefenda, escritora y periodista chilena– son con Emily Dickinson, Christina Rosseti y Walt Whitman.

En definitiva, un interesante rescate con el que la editora Satori –especializada en literatura japonesa– inicia una colección de poesía nipona con la intención de que los hispanoablantes la conozcan más allá del haiku, que es lo que en mayor medida se ofrece. Sumando un cuidado en los detalles que incluye una cubierta de imitación a tela y guardas a seda estampada, buen papel, cuadernillos cosidos, cabezada y punto de lectura. Y finalmente es de destacar el cuidado con que se ha hecho la traducción de los poemas, pues consigue transmitir la extremada sutileza de la poesía de Misuzu.

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