Libro a libro, la francesa Annie Ernaux ha construido su carrera de pionera en la auto-ficción sobre vivencias íntimas que hacían identificarse al lector. Así el aborto, el rol propio ante el deterioro y muerte de los padres, el matrimonio abúlico o el resucitar al placer con amantes aparecían en El acontecimiento, No he salido de mi noche, El lugar, La mujer helada o Pura pasión. Primera y última reeditadas por Tusquets este 2019 de Premio Formentor para Ernaux y de publicación por Cabaret Voltaire, con traducción de Lydia Vázquez Jiménez, de Los años. Libro que sabe a desafío y legado.
El reto es recorrer una vida de ochenta años. Desde 1940 en la Normandía ocupada por los nazis, donde nació Ernaux, al presente. Partir del “Vivíamos en la proximidad de la mierda y nos hacía gracia”, de días silenciosos y lentos “donde daba tiempo a desear las cosas” y “su posesión no decepcionaba”, época de represión y familiaridad con la muerte a los años 60 de esperanza, a los 80 de conquistas, individuales y colectivas, con un “Mitterrand apuesto” frente al añejo De Gaulle y, tras la caída del muro de Berlín, la aceleración de la historia en que “los ideales se convertían en objetos” que consumir aprisa entre ruidos que abruman la conciencia.
Pese a lo cual, Los años es, así lo ofrece su autora, el fruto de una conciencia encerrada en un cuerpo, el suyo. Obra de una memoria que, como todas, amalgama recuerdos personales y sociales. Lógico que la idea concebida a mitad de su carrera, como ella revela, languideciera por etapas dada la entidad del reto. Su modelo fue, primero, Una vida de Maupassant, luego En busca del tiempo perdido de Proust o Vida y destino de Grossman. Pero el resultado tiene mucho de El mundo de ayer de Stefan Zweig.
Annie Ernaux confiesa el dilema formal de elegir la tercera persona del singular o el “yo”. Y aunque, en efecto, al repasar las fotografías con que dispara sus recuerdos habla de sí como “ella”, al final es el “nosotros” quien se impone, mucho antes de que en las páginas 315 a 317, innecesariamente, lo aclare.
«Ernaux logra que vuelen las páginas por la lección que ha aprendido y comparte: la vida es desprenderse, de lazos, de gente amada, de uno».
El nosotros de quien entre las razones para escribir mantiene “intervenir frente a lo que la indigna”, “luchar”. Un nosotros muy francés, en los intelectuales y políticos evocados, los acontecimientos y productos, en la pésima gestión de la descolonización, el racismo hasta con franceses de tercera generación, en su dar la espalda a España (como España a Portugal) y dolerse de las dictaduras hispanoamericanas sin aludir a Franco aún vivo aquí. Un nosotros, con todo, parecido al español en la evolución de los 80 a hoy: desde el rol presidencial de González y Mitterrand al vértigo ante el abismo al que aboca el neoliberalismo. Mientras la cultura “aplaude el cinismo de Houellebecq”.
Ernaux logra que vuelen las páginas sin peso en las alas, por la lección que ha aprendido y comparte: la vida es desprenderse, de lazos, de gente amada, de uno. Por eso las frases-jirón desde el principio: “Todas las imágenes desaparecerán. La mujer en cuclillas que orinaba (…) El hombre con el que nos cruzamos en una acera de Padua…”
Una conciencia se entrega a la siguiente. Si el frenesí ruidoso del que ella alerta no ha cerrado ya todas las puertas.
Los años
Annie Ernaux
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire, 2019
336 páginas
20.95€