Se comprende la fascinación que Robert Bevan confiesa que ha sentido desde su infancia por los edificios arrasados, y que ha culminado en su valioso libro La destrucción de la memoria. Arquitectura en guerra. Adentrarse, en fotografía o en persona, por las habitaciones de un piso comido por la metralla, bajar a los sótanos de un palacio gubernamental devorado por el fuego, para contemplar en reflexivo silencio las huellas y el paisaje de la violencia, es una experiencia inolvidable cuyo significado no se agota nunca. Además de víctimas pétreas de los conflictos sociales, las ruinas bélicas son también, y sobre todo, testigos mudos pero elocuentes tanto de la vida y la muerte de los que les dieron sentido habitando entre sus muros como de la responsabilidad criminal de quienes agredieron a sus moradores por partida doble, destruyendo no sólo a individuos y pueblos, sino también a su personificación comunitaria: sus hogares, sus monumentos, sus más preciados habitáculos.
Estos «lugares de memoria” pueden decirnos mucho sobre la historia de la humanidad, a condición de que, como sucede en este estudio, se documente, se reconstruya y se interprete con rigor la trayectoria de unos restos que de otro modo, sin información sobre ellos, serían simples escombros que sólo sirven para evocar genérica y líricamente los estragos del paso del tiempo.
La primera edición de La destrucción de la memoria se publicó en inglés en 2006, y en 2016, coincidiendo con el estreno de un documental basado en el libro, apareció una segunda ampliada, en la que el autor británico (periodista especializado en arquitectura, escritor y miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Lugares, el Icomos en sus siglas inglesas, que asesora a la Unesco sobre los sitios Patrimonio de la Humanidad) introdujo referencias a destrucciones iconoclastas, terroristas o genocidas ocurridas en esa década, como la del Estado Islámico contra el yacimiento arqueológico de Palmira, en Siria. Esta segunda edición es la que la editorial La Caja Books ha traído este año al lector en español.
«En 2016, coincidiendo con el estreno de un documental basado en el libro, se amplió la primera edición en un volumen que La Caja Books trae ahora al lector español»
El título del libro podría ser el de una enciclopedia interminable sobre la historia de la devastación, pero Bevan acota el tema y se centra en analizar la tipología/topografía del terror de las construcciones arquitectónicas atacadas deliberadamente en guerras y revoluciones del siglo XX y principios del XXI, a las que sus destructores consideraban objetivos en sí mismas. “Estructuras y lugares que de algún modo albergan un significado son seleccionados intencionadamente para ser condenados al olvido. No se trata de un ‘daño colateral’, es más bien una destrucción activa y a menudo sistemática de determinados tipos de edificios o tradiciones arquitectónicas que tienen lugar en conflictos en los cuales el borrado de los recuerdos, la historia y la identidad ligadas a la arquitectura y al espacio –su olvido forzoso– es un fin por sí mismo”, escribe.
El libro se dedica en gran medida a analizar la dimensión cultural-patrimonial del genocidio o limpieza étnica (o “memoricidio”, término acuñado durante las guerras de Yugoslavia, que el autor no usa pero que en este contexto es un sinónimo muy pertinente), reflejada, por ejemplo, en la destrucción por los nazis de 267 sinagogas de judíos alemanes en la Noche de los Cristales Rotos del 10 de noviembre de 1938, o en las campañas de los ultranacionalistas serbios y croatas contra monumentos musulmanes durante la guerra de Bosnia en los primeros años 90, entre ellos el puente otomano de Mostar (reconstruido, aunque aquí no se dice, por militares españoles), la biblioteca de Sarajevo o las mezquitas de Bania Luka.
«El libro se dedica a analizar la dimensión cultural-patrimonial del genocidio»
La obra va más allá y, en los siguientes capítulos, describe también otros tipos de destrucción deliberada de patrimonio o de uso represivo de la arquitectura en conflictos armados. Una modalidad son los ataques que se cometen “en el marco de campañas de terror y conquista”, entre los que Bevan analiza como muestra los bombardeos masivos británicos sobre zonas civiles de Dresde y otras ciudades alemanas en la Segunda Guerra Mundial, la destrucción china de 6.000 monasterios budistas en el Tíbet tras el levantamiento de 1959 o los atentados de Al Qaeda contra las icónicas Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington el 11 de septiembre de 2001.
Otra variante de destrucción contra la arquitectura sería la ejecutada como acto de resistencia y propaganda por quienes ven en esos edificios y monumentos la encarnación de un enemigo represor o incluso, como señala el autor citando a Bataille, al enemigo mismo, como ocurrió con los antiguos miembros irlandeses del IRA que en 1966 volaron la Columna de Nelson en Dublín por considerarla emblema del militarismo británico. También detalla Bevan la destrucción a gran escala emprendida por regímenes revolucionarios totalitarios para levantar una nueva sociedad utópica sobre los cimientos aplanados de la antigua, como hizo Ceaucescu en Rumanía.
Un apartado igualmente interesante es el que consagra a “las estructuras erigidas y demolidas para mantener a las poblaciones separadas o, por el contrario, forzarlas a convivir”, entre las que habla de los muros de Belfast que separan a protestantes y católicos y del gigantesco muro militar que Israel construyó para controlar los territorios palestinos. La parte final de este apasionante ensayo aborda las a menudo controvertidas reconstrucciones de las ruinas, que pueden ser incluso, avisa el investigador, más dañinas que su destrucción si las mueve una manipulación nacionalista o sectaria.
El autor, que enriquece su investigación sumando a otras fuentes los materiales que él recogió en visitas sobre el terreno en la antigua Yugoslavia, Irlanda, la India o Cisjordania, acompaña su obra con fotos en blanco y negro que evidencian el alcance global de esta dispersa hecatombe. Las imágenes emparejadas que muestran los mismos lugares antes y después de la bomba y la piqueta, o antes y después de su a menudo controvertida reconstrucción “tipo Disney”, lo dicen todo.
Nos recuerda Bevan que el civilizado concepto de respeto por el patrimonio histórico ajeno, en oposición al vandalismo, es relativamente nuevo, de la Ilustración del XVIII, y que no fue hasta 1977 cuando terminó de incorporarse a las leyes humanitarias de la Convención de Ginebra sobre crímenes de guerra. Documentar los daños deliberados contra los edificios, en especial cuando forman parte de un programa genocida, es fundamental para perseguir judicialmente a sus perpetradores y evitar que se repita. Cuidar de las construcciones es defender a sus habitantes. En justas palabras de Bevan: “Proteger el patrimonio arquitectónico perteneciente a aquellos que son blanco de dominación o eliminación física nos ayuda a garantizar que esos pueblos no puedan ser nunca borrados por completo de la historia, por mucho empeño que pongan sus perseguidores y sus verdugos”.
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