Horas críticas

El adentro y el afuera

El trabajo de los ojos. Mercedes Halfon. Editorial Las Afueras. 104 páginas. 14,21 €

Si el poema es, como concibiera José Hierro, una reflexión a partir de una emoción, esta primera inmersión de Mercedes Halfon en la prosa tiene mucho de poética. Y si el mayor resorte de la lírica es la evocación, pudiera considerarse que el abandono temporal del verso por parte de la autora lo es tan sólo en apariencia. Decía el editor de Amor en fuga, de Paul Verlaine (Athenaica, 2019), un librito caído también recientemente en estas manos, que nada hay más extraño que la prosa de un poeta, y las apenas ochenta páginas que conforman la obra de la argentina son una buena muestra de ello. Rareza, sí, pero sin duda exquisita.

La escritora Mercedes Halfon, autora de ‘El trabajo de los ojos’.

Se sitúa “El trabajo de los ojos” en un escenario previo al de aquella especie de proclama de Alberto Caeiro -“Porque soy del tamaño de lo que veo / y no del tamaño de mi estatura”-, en el que, desde su estrabismo, realiza la autora un viaje de ida y vuelta entre el adentro y el afuera. Somos como vemos el mundo y somos lo que conseguimos ver de él, porque todo nos determina en un tiempo nunca suspendido,  en el que “las cosas siguen funcionando con normalidad” más allá de la mente de cada uno y ante el que estamos forzados a reaccionar.

Sin duda alguna, la distancia que hay entre lo que se mira y lo que se ve es lo que nos diferencia a unos de otros, pero es éste -el de ver- un viaje desde la emoción, la curiosidad y la voluntad que comienza en la propia infancia, en la que surgen asimismo unos miedos que, lejos de desaparecer, irán mutando con los años. Primero es el temor del niño a la singularidad, la incómoda sensación de la diferencia y las dudas acerca de cómo posicionarse ante ella, si tomarla como obstáculo para la felicidad o, por el contrario, como escudo virtuoso frente al resto.

Más tarde lo es el miedo a la limitación impuesta por el cuerpo, cuya importancia, como dice Halfon, no debemos minimizar porque es el único que tenemos. Y, finalmente, el miedo a la herencia -“se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor”, señalaba Borges en su conferencia desde el teatro Coliseo-; tanto a la herencia recibida -esa madre cercana, que constituye una presencia intermitente a lo largo de todo el libro- como, y sobre todo, a la que pueda transmitirse al hijo recién nacido, a quien se le cuentan los dedos de manos y pies, para asegurarse de que no falta ninguno,y se le sigue incesante el curso de la mirada. Pareciera por la forma éste un libro fragmentario, pero lo es también sólo en apariencia. Si se alcanza a verlo con perspectiva, percibe uno que guarda la estructura y fragmentación propias del curso de los días que trazan una vida.

«Pareciera por la forma un libro fragmentario, pero guarda la estructura y fragmentación propias del curso de los días que trazan una vida»

Por otra parte, no son escasos los escritores que han abordado en su obra su experiencia con los ojos, sin duda la parte más abstracta del cuerpo, como dice la autora. Todos confluyen en la idea de que “la vista establece nuestro lugar en el mundo” (John Berger, Modos de ver), aunque parten de enfoques muy distintos; desde el análisis puramente terapéutico (El arte de ver, de Aldous Huxley), pasando por la autobiografía novelada (El cuerpo en que nací ,de Guadalupe Nettel) o el híbrido entre la ficción, la propia historia y el ensayo artístico (El nervio óptico, de María Gainza). El libro de Mercedes Halfon, por su parte,tiene por voz a una mujer que, sin ser exactamente ella, según afirma, se le parece bastante. Guarda el eco de un diario íntimo, donde la mirada cae hacia dentro al tiempo que se expande en el lector, quien pasa del estrabismo de la narradora a la -pongamos por ejemplo- propia miopía, haciendo de las disquisiciones de aquélla todo un discurso interior en el que se cuestiona los pilares de la propia identidad.

«El libro de Mercedes Halfon tiene por voz a una mujer que, sin ser exactamente ella, según afirma, se le parece bastante»

Asimila con gracia la autora el estrabismo a una pareja que no lograra ponerse del todo de acuerdo para bailar; una desconexión física que pudiera tener tal vez su reflejo en la mente. Y es esta relación, la que existe entre la materia y la no materia que nos conforman, una constante en el libro. De ese modo, el oculista se asemeja a un psicoanalista, la pomada para los ojos genera una visión vidriosa que deriva en un estado de melancolía y las pupilas dilatadas conducen a una percepción irreal del mundo del mismo modo que el estrabismo crea irremediablemente cierta distancia con él. Tampoco queda atrás el recuerdo, siempre difuso en la infancia y que nos aboca a confiar en lo que nos han contado, siendo tal vez por ello que uno empiece a conformarse como individuo desde el momento en que aprende a recordar por sí solo, lo que implica aprender a ver por uno mismo. Somos, por tanto, nosotros cuando conseguimos ver por nuestros ojos. Sólo nuestros ojos, aunque estén cerrados…

-No quiero ver este retrato del infierno -decía una voz en el volumen Los Nacimientos, de la trilogía de Memoria del fuego, de E. Galeano.

– Pues cierre usted los ojos.

-No puedo. Con los ojos cerrados veo más.

La distancia que hay entre mirar y ver… Sólo nuestros ojos, pues, aunque estén cerrados para siempre… De ahí que recuerde Halfon con devoción a grandes videntes pese a sus gravísimos problemas de visión: Tiresias, Homero, Borges y Joyce, del que llega una a comprender aquella revelación transcrita en el libro:“de todas las cosas que me han sucedido, creo que la menos importante es la de haberme quedado ciego”.

Aun así, ¡ay, quién pudiera haberle concedido a Borges la momentánea visión de su anhelado rojo escarlata…!

 

2 Comentarios

  1. Una buena exaltación del ver y de los recuerdos vinculados a dicho ver; pero una exaltación hecha, en primera instancia, desde la palabra, la cual pertenece al oír y a los recuerdos relativos y vinculados a la audición.

  2. Angela Fontadez

    Brillante análisis, Yolanda Ortiz. No he tenido ocasión de leer a Mercedes Halfon, pero sin dudas, el artículo sobre «El trabajo de los ojos», es tentador. Ese libro, caerá en mis manos. Gracias por la recomendación.

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