Horas críticas

Ilsa la de telefónica

Telefónica. Ilsa Barea-Kulcsar. Traducción de Pilar Mantilla. Edición de Georg Pichler. Hoja de Lata (Gijón, 2019). 352 páginas // 21,90 euros.

Antes de la Guerra Civil, Arturo Barea (1897-1957) ahorró lo suficiente –gracias a trabajos de distinto pelaje– y montó una tienda de juguetes. Ese mundo de alegrías infantiles saltó por los aires al poco de iniciarse aquella carnicería tan española y el muchacho pasó de vender juguetes a empuñar un fusil para asaltar el Cuartel de la Montaña. Luego consiguió plaza en la Oficina de Propaganda de la República, donde se ocupó de atender a la prensa extranjera. El despacho estaba en el edificio Telefónica de la Gran Vía madrileña: el primer rascacielos de España.

Allí en las alturas, bajo el fuego de la artillería y la aviación franquistas, se instaló Barea, quien ya había acumulado mujer, cuatro hijos y algunas amantes cuando se le cruzó Ilsa Kulcsar (1902-1973). A esta joven austríaca el compromiso político le había abierto un apetito de aventura del que no se descabalgó jamás. Tanto que ella, a disgusto con la deriva totalitaria de la URSS, puso pie en Madrid el 2 de noviembre de 1936 para luchar contra el fascismo gracias a una invitación del embajador Luis Araquistáin, a quien le había enviado antes una carta detallándole los errores de la política de comunicación de la República.

«A la joven austríaca el compromiso político le había abierto un apetito de aventura del que no se descabalgó jamás»

“Entré por primera vez a la Telefónica el 16 de noviembre durante una alerta aérea, cuando sólo estaba iluminada por lamparillas azules de emergencia y la mayoría de las habitaciones se encontraban vacías. Entonces llegué como periodista con periodistas, no muy bien recibida por el censor al cargo. Era Arturo Barea, que se convertiría en mi segundo marido”, anotó Ilsa Kulcsar en el texto autobiográfico Madrid, otoño de 1936. Al poco, ella empezó a colaborar con la Oficina de Censura, donde se convirtió en una pieza fundamental por el dominio de varios idiomas, entre ellos el inglés.

De aquel cortocircuito inesperado surgió la pasión entre Ilsa y Arturo, quienes la fijaron en una prosa vibrante, generosa en tensiones, cómplice al final y necesaria para entender un tiempo y un mundo. Él, en las páginas de La llama, la última parte de su fabulosa trilogía La forja de un rebelde; ella, en su única novela, Telefónica, rescatada por la editorial Hoja de Lata: “Este destino común de la vida y la muerte al que nadie podía sustraerse creó una cálida unión en el interior de los elevados muros de hormigón de la Telefónica, porque los que trabajaban y vivían allí se sentían como la avanzadilla de la muerte”.

«De aquel cortocircuito inesperado surgió la pasión entre Ilsa y Arturo, quienes la fijaron en una prosa vibrante, generosa en tensiones, cómplice al final y necesaria para entender un tiempo y un mundo»

Imagen de la austriaca Ilsa Barea-Kulcsar en 1930.

Con los materiales de aquel fuego, Arturo Barea confeccionó en La forja… uno de los frescos más detallados y expresivos de los dramas de España en el primer tercio del siglo XX. Por su parte, Ilsa Barea-Kulcsar acertó a situar como protagonista esencial de Telefónica a unos seres acosados que tienen que aprender una nueva cotidianeidad y saber que hasta en el infierno es posible la rutina. La novela, inédita hasta ahora en castellano y que apareció por entregas en 1949 en el periódico socialista austríaco Arbeiter-Zeitung, cuenta el día a día de las personas que trabajan y viven en el rascacielos.

Incrustados a la fuerza en aquel ecosistema amenazado, los administradores civiles y militares del edificio, los responsables de la censura y la vigilancia, los jefes políticos, los corresponsales extranjeros y los ciudadanos refugiados en sus sótanos acaban por componer un relato sobre el valor y el miedo que colonizó a España. Quedan así expuestos el horror de los bombardeos, el sufrimiento de los más indefensos y la ubicuidad de la muerte –tan presente–, pero también la lucha contra el fascismo emprendida por comunistas, socialistas y anarquistas, retratados con sus disputas y contradicciones.

“Es un texto que no busca ser literario, sino que cuenta una hazaña a los lectores para animarles a seguir el ejemplo. Como tantos otros de la época, aspira a la formación política“, ha señalado el profesor Georg Pichler, quien está a cargo de la edición. En esta línea, la acción de la novela abarca cuatro días, del 16 al 19 de diciembre de 1936, lo que permite a la autora armar también una visión esperanzadora: Madrid no ha caído, se defiende con fiereza y, además, va calando, en la prensa del mundo democrático, la verdad sobre los hechos de la guerra de España.

Ilsa y Arturo Barea en Gran Bretaña en 1955.

Rematado por Ilsa Barea-Kulcsar a finales de marzo de 1939 en su casa inglesa de Puckeridge, el afán didáctico de la novela transpira hasta el lector a través de un estilo sobrio y contenido, donde se suceden con agilidad las distintas voces narrativas para poner el foco en lo que realmente importaba a la autora: el mensaje de la lucha común de la población de la Telefónica contra el fascismo en un momento en el que esta ideología se había apoderado de una gran parte de Europa y ya se podía vislumbrar el enfrentamiento –más global y más sangriento- que iba a traer la Segunda Guerra Mundial.

En definitiva, este oportuno rescate que emprende la editorial Hoja de Lata alrededor de Ilsa Barea-Kulcsar aparta de ella esa escarcha de olvido póstumo que cubre a algunos seres decididos a hacer la vida a solas, sin tribu. Atendiendo a lo suyo aunque sin descuidar la verdad de los otros, pero convencidos de que la independencia de movimiento, de distancia y de silencio es el mejor metal nocturno para no perder nunca el sitio de ser uno mismo. “Estoy aquí. Vuelvo a empezar. Madrid, Teléfónica…”, dejó como testimonio final en el remate de su única novela.

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