
-¿No puedes decirnos nada más? -le preguntó Lem al Insúcubo, cuyas dos cabezas contestaron a coro:
-No con palabras.
Acto seguido, una de las cabezas abrió las desmesuradas fauces y la otra se introdujo en ellas.
-De Anfisbena a Ouroboros -comentó Chess formando un círculo con la cola.
La serpiente fue engulléndose a sí misma hasta convertirse en una circunferencia de alrededor de un metro de diámetro y se marchó rodando con un suave zumbido, como un aro empujado por un niño invisible.
-¿Habrá querido decirnos algo al autodevorarse? -preguntó Casandra.
-Algo así como “métete dentro de ti” -opinó Lem-. Que, además de una llamada a la introspección, podría ser una forma de decir “métete en tus asuntos”.
-Ouroboros representa el eterno retorno, el ciclo de la vida -dijo Chess-. Y también la autorreferencia. Y algunos físicos del siglo XX lo propusieron como emblema de la mecánica cuántica. La observación de las partículas subatómicas cambia su estado, y la serpiente que se muerde la cola puede simbolizar la interacción entre el observador y lo observado, su dependencia mutua.
-Hablando de interacción -dijo Lem-, prefiero a un seudodiós ensimismado, como Solaris, por frustrante que resulte su desinterés, que a nuestros nuevos amigos, Ello e Insúcubo, cuya amabilidad condescendiente me resulta muy sospechosa. Por no hablar de ese algo que se mueve, supuestamente benévolo.
-Es curioso… Se cuenta que en cierta ocasión le preguntaron a Einstein, ya anciano, a qué conclusión había llegado tras tantos años reflexionando sobre el funcionamiento del universo, y contestó: “Algo se mueve” -dijo Casandra.
-Y según algunas antiguas cosmogonías, no se trata de un movimiento rectilíneo, sino circular -añadió Chess-. De nuevo Ouroboros…
-Pero ese ser del que habla el Insúcubo viene directamente hacia aquí, o eso me pareció entender -dijo Lem.
-En nuestro universo, “directamente” tal vez quiera decir “siguiendo un círculo máximo” -contestó Chess-. Puede que quiera morderse la cola como quien cierra un collar de estrellas, o devorarse a sí mismo para renovar su sustancia.
-Solo faltabas tú poniéndote enigmático -se quejó Lem-. ¿Lo haces para recordarnos tu origen semidivino?
-No me pongo enigmático, querido Staszek -replicó Chess con una amplia sonrisa gatuna-, lo soy por naturaleza. Pero no andas desencaminado al hablar de dioses y seres semidivinos, como los antiguos héroes mitológicos. En cierto modo, yo soy hijo de Solaris y de Tichy. Soy una suerte de Aquiles felino, de mente ligera y casi invulnerable…
-Un Aquiles con cuatro talones -ironizó Lem-. Y hablando de Tichy, ¿qué habrá sido de él?
-Chess y yo solo nos asomamos al universo embrionario de Ello -contestó Casandra-, pero él, como sabes, no es de los que se conforman con mirar.
-¿Quieres decir que se adentró en ese universo bebé? -exclamó Lem.
-Universo feto, más bien -puntualizó Chess.
-Tu preocupación es infundada, Staszek -dijo Casandra-. No sé lo que encontrará Tichy en el interior de Ello, suponiendo que sea correcto hablar de su interior, ni sí entenderá o aprovechará lo que encuentre; pero estoy segura de que no es esta, ni mucho menos, su aventura más arriesgada.
-Ese seudodiós os ha embaucado -replicó Lem-. No puedes estar segura de lo que dices.
-Digamos que es un grado de seguridad similar al que me permite creer que tú eres el auténtico Staszek -precisó ella.
-Suponiendo que tenga sentido hablar del auténtico Staszek -añadió Chess formando un signo de interrogación con la cola-. Como dice Fafo Liber, la individualidad está sobrevalorada.