Todos cometemos errores.
Todos.
Por eso tienen goma de borrar los lápices. Por eso molan tanto los palimpsestos. Por eso sobre todo (sobre todo de todas las cosas) no puedes abrir el whatsapp un sábado a las tres de la madrugada. Nunca. Never. Ni de coña.
Establecido esto… los errores. Que todos cometemos, sí. Y quienes escriben más. Quienes escriben, porque yo no escribo, ejem. Los errores, decía. ¿Tu primera novela? Un error. ¿La crítica de irónica retranca al último libro de ese escritor tan famoso y tan enfadao? Un error ¿Aquellos poemillas zarrapastrosos que hiciste con diecisiete años, sacaste fotocopias y regalabas por el insti? Un ENORME error.
¿Enviar el manuscrito a la editorial?
Esperen, que esto trae juerga.
Todos hemos enviado temas no solicitados a editoriales, revistas o, incluso, ONGs. Todos. Es hasta cierto punto sano, porque te enfrenta al hostión alevoso, te enfrenta a la decepción que encallece. Sospecho que Miguel Alcázar (Albacete, 1987) tiene también un par de historias para contar sobre estos asuntos. Sospecho que él pecó. Sospecho, finalmente, que no se lo tomó muy a pecho, porque es persona de natural humorística, y con cierta tendencia al reclinar irónico…
De una forma u otra, el amigo Alcázar se lanzó a escribir un libro inclasificable con título Manuscritos no solicitados, que acaba de aparecer en el sello Jot Down Books. Es, en pocas palabras, casi cien descripciones sobre libros que nadie pide y que aparecen, quién sabe razón, en la mesa de una gran editorial. Libros que se mueven entre lo políticamente incorrecto, lo literariamente incorrecto y lo… en fin, y lo incorrecto. Libros que, aclaramos desde ya, no existen, que son ficción, que son juguetes del niño grande. Añadan entrevistas a los autores ficticios de esos libros ficticios y tienen una pieza de posmodernidad pura y dura con la que explorar los límites del ego mientras esbozas algo más que sonrisas leves
Vale. No es, Alcázar, novato en estas lides. Al contrario. Trae ya en la mochila un libro anterior titulado La crítica literaria en los noventa (la uÑa RoTa, 2024) que tiene aire de familia con este. Pero aire de familia así, como de lejos, como a primos carnales pero no tanto. La crítica literaria en los noventa jugaba a reproducir… en fin, eso que anuncia el título, críticas de novelucas y ensayos en aquella época tan chipiritifláutica. Alcázar se metía a fondo con Coupland, Lucía Etxebarria et al. mediante el recurso a las falsas menciones en periódicos firmadas por falsos críticos. Lo que le sirve, claro, para señalar fuertemente no solo a escritor y volumen, sino también a intelectuales y pseudogacetilleros. Aquello fue bien entendido. Que la reacción más crítica a La crítica viniera de un crítico extremadamente serio solo demuestra que, demasiadas veces, quienes más huyen de la risa es quienes más hacen reír…
Así que, compartiendo algunos caracteres, se lanzó Miguel a una nueva transgresión. Primero mediante el cebo digital, que es cosa para pescar modernukis. Reconozco que yo era uno de los seguidores de su cuenta, de esa cuenta fake donde cierta trabajadora de una gran editorial iba colgando, regularmente, tramas y vicisitudes de cuantas sugerencias marcianoides caían por su escritorio. Reconozco que pillé el truco casi desde el primer día, que no me tragué demasiado el mockumentary. Reconozco, en suma, que me importó tres narices que aquello fuese falso, porque yo vine por lo de las risas, y me reía escandalosamente con el asunto. Y hasta, seamos pelín malos, con sus consecuencias. Porque funcionaba, en alguna red social, todo un ejército de indignaos contra la tal “editora”, gente de intensidad variable y puñitos prietos que, en fin, afeaban esa sobreexposición de esperanzas y tiempo gastadete. Vamos, qué feo reírse de las cosas que alguien escribió con todo su amor. Así son los escritores, amigos. En general, hay demasiados. Habemos demasiados.
(Curiosamente la polémica se agudiza cuando Jot Down Books publica este libro y salta por los aires el engaño/broma. Es que, de verdad, hay gente muy de Bukowsky).
Todo lo cual me llama la atención por tres puntos. Primero… lo que hace Miguel Alcázar tampoco es “exactamente novedoso”. O, dicho de otra forma, bebe de fuentes. Fuentes clásicas. Calvino, por ejemplo, o Borges. Fuentes serias, seriotas (los chistes de Borges empezaban con “entran Snorri Sturluson, el Arcipestre de Hita y Wolfram von Eschenbach en un ascensor”), así que no debemos confundir ironía con burla, y no debemos tratar al humor de ofensa. Aunque, a veces, ofenda. O nos sintamos ofendidos, que parece igual, pero no del todo…
Segundo punto… lo que escribe Miguel Alcázar son ficciones. Muchas ficciones. Pero es que bien podrían ser ciertas. Vamos, que a alguien se le podría ocurrir, en un momento lóquer, ponerse con la trama de alguna locura como las que surgen por Manuscritos no solicitados. Y tampoco pasaría nada.
Porque, tercer punto… es que no hay que hacer mucho caso. Es que todo esto tiene un puntillo de metaliteratura, de crítica al sistema, de “ummm, quizá hay mucho novelista por hectárea”. Pero es, sobre todo, divertimento. Enorme, gozoso. Un libro, por abundarles, que supera el centenar de lo que podríamos llamar “microrrelatos”, género que servidor adora. Así que, también por eso, gracias a Miguel Alcázar.
En conclusión… de este Manuscritos no solicitados podrá sacar quien lo lea algunas conclusiones, algunos argumentos para futuras nouvelles (certeza tengo de ello), y más reflexión de lo que su ligereza aparente nos da en sugerir. Pero, sobre todo, encontrará risas. Muchas. Mogollón. Y eso es tan escaso entre las páginas de libros que bien merece la pena compartir desventuras con nuestra muy sufrida lectora editorial.
Pobres, lo que aguantan.