Uno
Una mañana alguien contó en una mesa de un bar que había escrito un cuento sobre dos hermanos que discutían una tarde de pesca bajo el ritmo de los animales que salían del agua y el color del sol sobre la tierra. Otra vez, un gran cineasta contestó en una entrevista que sus producciones cinematográficas tenían la textura de la radio a pilas que escuchaba en la casa de su abuelo. Y así se puede seguir ad infinitum.
Existe una concepción narratológica que ha marcado la historia de grandes obras cinematográficas y literarias: el lugar de enunciación. Este término -variable y complejo, que se atreve a formular la pregunta por la relación entre forma y contenido-, va hacia lo narrado desde un punto de vista certero: hay una relación intrínseca entre el lugar desde donde se elige enunciar un relato y el relato en sí. Esta relación fue explorada y teorizada a lo largo de la historia. El lugar de enunciación no es tan solo un espacio, un paisaje, un soporte, un contexto, es algo mucho más complejo de sintetizar. Es una relación difícil de conquistar pero cuando se logra hace que los relatos conquisten su propia singularidad, su estilo.
Arcén (editorial dosmanos, 2025) el último sencillo, bello, poderoso y deslumbrante libro del escritor y guionista valenciano, Borja Navarro Sellén, es un gran ejemplo sobre este concepto, no sólo por el hecho de cómo el autor ha conquistado un lugar desde dónde escribir, sino que también ha demostrado cómo hacerlo de forma creativa e ingeniosa. En el último párrafo de «Braille», el primer capítulo, la moto del personaje principal se transforma en su familia y deja una pista de lectura: “acá florecen mis seres queridos a mi alrededor”, “sí, son unos inadaptados, pero son los míos”. Una dimensión ética se vislumbra en la composición enunciativa: el personaje que viaja a toda velocidad dice que no es un inadaptado pero que no le hace falta serlo para estar a favor de ellos. Esa es la forma en que Arcén como novela protege lo que florece alrededor de esta particular autopista. Ser y no ser. Así como en «Tanto cariño, amor», el capítulo que le sigue, la vuelta a la casa de la infancia para ver a los padres se entiende como ese lugar donde las leyes que lo rigen no son las del mundo actual, un mundo afuera del mundo, donde todo se ve oxidado y castigado por el tiempo, por el mar.
Dos
La última novela de Borja Navarro se escribe sobre la sombra de lo que no se sabe, con el empuje del desconocimiento como linterna. Bajo esa fórmula está habitado el lugar desde donde se inventó esta obra. Este lugar es el arcén de la CV-500. El lector captará las historias como un paisaje desde una ventanilla, como si estuviera en un autobús o en un coche, al borde de la carretera.
Existen distintos tipos de paisajes, hay tantos como memorias en el mundo. Un paisaje es alguien en un lugar porque paisaje nunca es lo que está delante, es lo que se ve. Raymond Williams decía que un campo en actividad productiva casi nunca es un paisaje porque la idea misma de paisaje implica separación y observación. Bernard Lassus agregaba que paisaje siempre es lo que está lejos, lo que queda afuera de nuestra exploración, lo que de algún modo debemos explorar.
El autor de esta novela parece un escritor copiloto, alguien que te señala donde está la belleza en lo improductivo, cuando se te averió el carro o te quedaste sin gasolina en el medio de un viaje. Lo interesante es cómo la obra logra situarse entre el paisaje romántico y el fetichismo marginal sin caer en ninguna de estas dos posiciones. Al situarse en el arcén, logra no ir hacia esos lugares comunes premiados por el establishment y construir una narrativa novedosa. Una acción. Hacer arcén sería o podría traducirse como detenerse en la banquina, la berma, el camellón, el hombrillo. Arcén es una novela contemporánea sobre el arcén, desde el arcén y en el arcén.
En «Quién es quién», el tercer capítulo, aparecen la maldad y el dolor. La complicidad destructiva de un padre con un hijo, la Albufera tan atormentada como la mente de los personajes que descubren su verdad no en la acción sino en los accidentes. Así se habilita la profundidad de la caracterización de cada ser que habita estos relatos, los cuales se vuelven trágicos, cómicos, cínicos pero siempre humanos. La vida de este padre que no puede consigo mismo se puede unir con «Arde», el capítulo que le sigue, donde los descampados y los coches abandonados se transforman en el collage desastroso donde se vislumbra que en realidad en esta novela no pasa nada. Y esa nada es la que construye el efecto de relación con la realidad que se vive hoy en día, una anhedonia fisheriana compuesta de tedio y aburrimiento. Un grupo de amigas reunidas bajo la sombra de un árbol a punto de pitar un chino y planear el robo de la mercadería dentro del coche de un inmigrante. Lo previo a la maldad no es el mal, es no saber qué carajos hacer con la propia vida, con los sueños estancados.
Tres
Arteria principal del sur de Valencia, la CV-500 es una carretera autonómica que conecta a la ciudad con Sueca, pasando por El Saler, por lo que también es conocida como la Autopista del Saler. Producto de la urbanización acelerada y la crisis de la agricultura fue creada en la década de 1960. Durante los 80/90 fue parte de la Ruta del Bakalao o Ruta Destroy. Es una carretera salvaje, bella y pintoresca. El arcén fue creado con un propósito particular: la prevención de accidentes y la gestión de situaciones imprevistas.
Esta novela pinta once cuadros donde los accidentes, las situaciones imprevistas y la gente común que no sabe resolver sus problemas de forma educada constituyen un compendio poético en un lugar donde a primera vista parece que no la poesía no existe. Los arcenes son y no son la carretera. Lo importante de los arcenes es no ser. Ese margen para frenar y mirar. Para escribir, Borja Navarro genera un pequeño proceso de extrañamiento. Si está en el centro, se retira. Si está afuera, entra. Hay algo en los bordes (en los arcenes) que son el lugar de privilegio para la escritura, ese espacio que no está in pero que tampoco está out. Ahí. En ese fino límite es donde las grandes obras se constituyen como tales.
«Pau», el cuarto relato, es una historia de venganza, una forma de entender cómo el turismo y los hoteles lujosos son la nueva colonización soft de estos tiempos. Lugares paradisíacos repletos de lugareños olvidados que se han transformado, con el paso de los años, en pequeños infiernos repletos de gente borracha a punto de morir por culpa de su propia opulencia. Un relato donde el odio de clase se transforma en el motor de un trabajador que decide desaparecer en medio del desastre, dejar un cuerpo extraño en agonía para curar las heridas producidas por el capitalismo en su versión más envidiosa. A su vez, «Pablo» el quinto relato, se une a la pregunta por la literatura, así aparece un texto intervenido que se plantea a sí mismo “¿hacia dónde avanza la literatura?”, y que responde a tono diciendo que en esta época la literatura no tiene fórmulas, que sólo existe un yo, un deseo, y que lo que queda por hacer es recolectar la imperfección de este tiempo y contarla como si fuera algo perfecto.
Cuatro
Arcén es un elogio a las ruinas, las pérdidas y las ausencias. Es un campo exhaustivo de reelaboración estética sobre lo que se entiende por belleza, experiencia, percepción y sensibilidad. Hace tiempo que la realidad se ha vuelto ilegible y fragmentaria. Arcén es una novela que pivotea entre fragmentos. Se puede plantear el arcén como un no-lugar, como un entorno despojado de sentido donde pueden pasar o se pueden ver infinitas cantidades de secuencias, donde los destinos trazados pueden tomar su revancha, o donde las historias de final feliz pueden terminar muy mal. Hay un régimen de visión sobre la CV500 que retrata Borja Navarro que tal vez se puede dilucidar analizando sus capítulos desde las concepciones neo-pintorescas o contra-pintorescas.
«La tirita» es el sexto relato que compone la obra y abre la pregunta por las diferencias generacionales, sobre lo que un padre piensa de la orientación sexual de su hija y lo que su hija piensa de la vida conservadora de su padre bajo una premisa: “los atardeceres en Valencia saben a mochi”, también ahí se dejan unas líneas de denuncia: el concepto de brunch como la destrucción del bar y el desayuno tradicional, y a su vez, el gusto por lo clásico como el mal menor que un padre debe vencer para poder compartir un buen rato junto a su hija. «A través de la noche», el séptimo capítulo, se enmarca también en el mundo hostelero y gastronómico, en los milagros de la nocturnidad, ese momento en que uno puede generar complicidad con una chica tan solo por andar en bicicleta de vuelta del trabajo, a la buena Dios. Estos dos relatos construyen una sensibilidad que va más allá de la aridez del paisaje que se presenta en la totalidad de la obra, una especie de manantial de ternura entre tanto conflicto sin resolución.
Cinco
«El fantasma de Ibáñez», la octava partitura, huele a fin de los tiempos, a bar abandonado con un poster del Valencia CF año 2002, a nostalgia de una edad dorada que parece que ya no puede volver, a la intención de Navarro de encontrar un aura impoluta en donde existió un pasado. En Arcén hay un respeto a los ancestros, a los que estuvieron antes, a los que construyeron la historia. Por eso la abuela puede quemar el desierto, porque todavía queda una última jugada por jugar, las palabras parecen decir, si ya no hay chances que florezca una flor al menos que florezca el fuego. «El finalandés», la novena historia, es un relato de fuera de temporada, una relato con sonido de palmeras datileras y karaoke. Donde parece que la vida se trata de cumplir el capricho de un guiri. Abrir un local por tres mil euros solo para él. La diferencia de lo que cada uno puede llevar en los bolsillos en un mes fuera del verano. «Rorschach» el penúltimo texto del libro se une en la serie de la tristeza donde una mujer entiende que ha quedado fuera del mercado de apareamiento, y se abre a la pregunta por las relaciones sexuales, a cómo ligar después de la juventud, a cómo transformarse en alguien deseable y maduro en un mundo donde la gente y mayormente los varones parecen no querer crecer, ni dar por culo.
Los relatos de Arcén parecen construidos en una lógica agonal, en un círculo alrededor de una fogata. Un fracaso por turno. Y así, una ronda que logra cicatrizar las heridas de un presente que hiere y excluye. Son relatos de personas que pagan las cuentas a fin de mes, que van de préstamo, que no llegaron a tiempo a comprar el éxito del mercado. Eso genera una gran identificación, algo pequeño, este también podría ser usted. Las narraciones tienen una lógica conversacional no porque estén escritas en diálogos, ni que abunde ese recurso, sino porque cada capítulo dialoga con el otro. Ningún relato acapara, ninguna pieza es más importante que otra, nada brilla más, no hay jerarquía en las historias y eso hace que todas sean importantes, aunque algunas personalmente gusten más que otras.
Seis
«Chandaleros» es el último relato del libro y cierra el círculo. Arcén comienza y termina sobre una motocicleta, por eso la velocidad entre las letras, entre las palabras, entre los párrafos, entre las páginas, entre los capítulos. El vértigo entre cada una de las historias que bordea o se sumerge ante la muerte. Por eso, esta última balada tiene de epígrafe un poema precioso: “todas las personas que he amado han lucido en la espalda la margarita de Gurú”, haciendo referencia al logotipo de la marca italiana popularizada entre las décadas de 1990 y los 2000. Un poste de luz de la CV 500 es el final, lo que irrumpe la escena de ir a trifásico, de creer que se puede volar sobre ruedas, de que se puede ser inmortal, y así convertirse en una criatura mitológica. Arcén es un texto plagado de referencias a una época que ya no es tal, ese momento mundial donde todavía no se habían caído las torres gemelas, donde la épica del consumo era way, donde no se sabía el daño que podría producir no frenar a tiempo.
A su vez, «Chandaleros», fue el relato elegido por Pau Colomina, Kike Morales y el mismo Borja Navarro para transformar en un cortometraje de diez minutos. Una breve pieza audiovisual realizada con un dejo de vergüenza y pudor. Dos valores éticos necesarios de remarcar en estos tiempos donde ser un gilipollas exasperante se ha vuelto una forma sencilla de captar la atención, triunfar económicamente y no ser juzgado por ello. Los audios de WhatsApp con las lugareñas y las imágenes tomadas desde lejos que construyen el registro del corto dan la pauta de cómo fue construido. Un enfoque transmedia donde se pide permiso. Desde las páginas a la pantalla y viceversa. Una distancia necesaria para conocer el dolor sin echar sal en la herida. Esa tal vez es la clave. Este corto constituye un hecho significante más allá de los modos de crear de este tiempo, tal vez, modos de carreteras sin arcenes, hechos para máquinas de guerra que no fallan, que no frenan, que no sienten. Una vez una conocida escribió un poema que decía algo así como que la vergüenza es sexy porque no se parece a nada. Tal vez la vergüenza no sólo sea sexy sino erótica. Por eso tal vez este libro, este capítulo y este corto son buenos, porque no se parecen a nada.