En Leonera, la segunda incursión de Fernando León de Aranoa en el terreno de la narrativa, hay algunos relatos tan breves que en ellos el propio título, dice el autor, funciona ya como primer acto del propio texto. El título del libro, sin embargo, parece contradecir esa premisa.
Si dejamos de lado el juego de espejos con el apellido del autor, entendemos por leonera un espacio repleto de objetos y enseres desordenados en los que resulta difícil encontrar cualquier cosa. La habitación de un adolescente en su apogeo hormonal, sería el mejor ejemplo.
Leonera es la habitación en la que Fernando León de Aranoa ha ido acumulando objetos, visiones, reflexiones, imágenes, emociones y pensamientos a lo largo del tiempo. Como poco desde 2013, año en el que publicó, también en Seix Barral, Aquí yacen dragones, volumen de relatos breves e híper breves con el que este libro dialoga en todo momento. Hasta ahí las similitudes con el cuarto adolescente, porque en este magnífico trabajo literario no hay desorden ni caos, aunque tampoco clasificación ni taxonomía.
Lo que hay, en mi opinión, es un recorrido sereno y maduro por las capas sutiles de la experiencia humana. Las que subyacen por igual en lo cotidiano y en lo extraordinario. Un recorrido que a mí, como lector, me ha resultado, además de iluminador y muy hermoso, totalizador. Como si el autor quisiera entregarnos una visión completa del mundo, un mundo propio que es patrimonio suyo pero, y aquí está uno de los arcos de fuerza del libro, que se puede hacer extensible a cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad y vida a la espalda.
El mero paso del tiempo y esa atención, aunque sea superficial, al hecho de estar vivos, inevitablemente genera en nosotros preguntas en un variado orden de cosas. Es la ventaja y la condena de ser seres racionales. Esas preguntas son, a la vez, permanentes y mutables. Nos acompañan a lo largo de todo el recorrido pero también se transforman porque quien se las hace está en continuo cambio, entre otras cosas, por buscar respuesta a esa clase de preguntas.
Están las clásicas, esenciales y algo vagas: quién soy, qué hago aquí, cuál es el propósito de la vida, hacia dónde me dirijo yo y hacia dónde el otro. Leonera, elegantemente, evita encarar esas preguntas de manera frontal, decantándose por un abordaje más terrenal, más concreto, más personal, más reconocible y mucho más acogedor para el lector. No hay aquí invocaciones a Heidegger o a Sartre tan del gusto de quien, a menudo, no tiene nada genuino que ofrecer. No es el caso. El autor no necesita esos apoyos porque, en mi opinión, no aspira a que su texto encaje en una estructura teórica sino en la subjetividad de quien lo abre y ojea sus páginas.
Leonera podría leerse como una “vida, instrucciones de uso”, no porque guarde una particular relación con el monumental texto de Perec, sino en un sentido literal. El libro se nos presenta como un catálogo de experiencias vitales que podría ser el de cualquiera porque los temas recorridos son los que vertebran, explican y hacen posible la vida humana.
El paso del tiempo, por ejemplo tomado en este caso como recuento de lo acontecido pero también como hilo en el que se ensartan la vida y sus personajes. Esta idea se condensa a la perfección en la pieza titulada El peso de las cosas. El texto comienza con una imagen de la pequeña Masha y la ligereza de su cuerpo menudo y termina con el niño que el autor fue, contemplando la vida desde la cota inexpugnable de los hombros de su padre.
Otro de los temas que vertebran el libro es el amor, esa experiencia que le otorga sentido a todo, es visitado y cuestionado desde los muchos lugares en los que se manifiesta. El amor por los hijos, atómico, desgarrador, animal, lleno de ternura. El amor fraterno, los amigos, la familia en la que no se nace, que se elige. El amor por el oficio de contar historias que, en el caso del autor, es casi una pulsión que, con su extraordinaria pujanza y brillantez, extingue el miedo a la página en blanco.
Una mención aparte merece la atención que Leonera le reserva al amor romántico entre dos personas. El sexo, la convivencia, de nuevo la ternura, el viaje compartido y largo de dos que siguen juntos al correr de las décadas. Particularmente emocionante, y un buen ejemplo de lo que acabo de exponer, es la pieza titulada, precisamente, El amor. Allí se dice: «Termina uno por amar a su pareja como ama a su compañero de trinchera: acaso haya visto alguna vez su vientre abierto, sus tripas expuestas a un cielo de cenizas y algodones, pero levanta su cuerpo del suelo y carga con él, dispuesto a morir si llega el caso.»
Este fragmento puede servir también como una cata con la que degustar el tono en el que el libro está escrito. En ocasiones cercano al diario, otras a la confesión, al cuaderno de campo y, como es patente, a una poesía de metro libre que no renuncia a las figuras retóricas pero que tampoco abusa de ellas. Equilibrio. Sí que hay, como en la mejor poesía, latido y melodía.
En este sentido recomiendo a quien se acerque a esta Leonera que pruebe a meter el móvil en la nevera, a abrir el libro por cualquier página y a leer en voz alta, de manera pausada, respirando con las pausas. Enseguida comprobará cómo ese latido del que hablaba más arriba se acompasa con el propio latido.
LEONERA Fernando León de Aranaoa SEIX BARRAL (Barcelona, 2025) 192 páginas 19 € |