Entrevistas

Tamara Silva Bernaschina: «Me interesa pensar en los cuerpos como algo deforme»

Foto: ©Isabel Wagemann

En la literatura deben suceder cosas. En caso contrario, se queda en una cuestión contemplativa, incluso en algo que únicamente sirve para purgar pecados y justificar una vida. Conforme el siglo presente ha ido recomponiéndose han sido muchos los narradores y narradoras que han comenzado a ampliar la mirada que se arroja sobre la realidad, siempre compleja, para no sólo entablar un diálogo directo con el mundo que nos toca habitar, sino para ofrecer una idea de mundo. Para pensar el orden de las cosas y si las cosas que nos ofrecen tienen vigencia.

La jovencísima escritora uruguaya Tamara Silva Bernaschina acaba de publicar una serie de cuentos que, bajo el título de Larvas (Páginas de espuma, 2025), configura una idea de mundo, un mundo poblado por niños desarraigados, animales difíciles de nombrar por lo distinto y madres que llenan las vidas, todas las vidas, propias y ajenas, desde lo impreciso. Esta miscelánea imposible funciona como un engranaje perfecto en cada pieza que conforma ‘Larvas’. Hay perros violentos, que no paran de ladrar para ser nombrados; yeguas heridas y peces. Hay un miedo atroz y húmedo que todo impregna. Hay hojas secas, ríos, piedras, huesos y agua, mucha agua. Hay un dolor que nadie sabe de dónde viene, pero que siempre ha formado parte de la vida conocida.

El mundo de Silva Bernaschina se vertebra a partir de la arquitectura de lo orgánico, las constantes naturales están desde el inicio de cada cuento – el inicio de cada mundo- porque no irrumpen ni alteran el suelo conocido, están porque forman parte de la respiración siendo escenario, personaje y poética. Esta representación de lo orgánico, a través de las distintas formas que la narrativa puede encontrar en un texto breve, descubre, en lo mágico, al cómplice ideal para que la propuesta adquiera un significado total. Lo mágico se vincula así a lo real de manera asimétrica dependiendo de la musculatura de cada relato y genera una geografía propia en el que el extrañamiento acompaña al lector. Una colección de cuentos con la que desafía los márgenes del género desde cierta necesaria incomodidad.

El primer impacto de Larvas aparece tras la lectura del cuento con el cual nos das la bienvenida a este mundo de asombro, de animales y niños desarraigados: el lugar desde el que decides contar cada cuento. Ante la opción de contar cada historia desde una óptica menos comprometida para ti, como creadora, y para nosotros como lectores, decides incorporarnos a una arquitectura narrativa complicada por la estructura basada en texturas distintas que se superponen, en ocasiones, y, en otras, se pliegan sobre sí mismas.

Me gusta que hayas percibido esto en el primer cuento porque cuando estaba armando la estructura del libro me paré a pensar mucho sobre esto que señalas. También me interesa lo que destacas sobre la toma de decisión. Como lectora, suelo decidir si sigo con un libro o no, en las cinco primeras líneas; si el libro logra que me sucedan cosas —no suelo ser muy generosa con este asunto—, que me pasen cosas, entonces, no lo cierro, sigo, tomo notas y apuntes. Lo acompaño. Por ello, una de mis prioridades fue no traicionarme ni ser traicionera. ni obviamente apostar por un contexto narrativo que fuera engañoso. Son cuestiones distintas que señalan hacia el mismo lugar. Decidí que «Mi piojito lindo» fuera el primero porque pasan dos cosas: por un lado, está presente el universo poético que define la identidad de este libro; y, por otro lado, es el cuento con el lenguaje más complicado para lectores no rioplatenses. Entonces, me parecía que estaba justamente ahí el desafío, a la entrada del libro pues iba a ser mi primer libro para lectores que no son de Uruguay. Si se logra pasar esa frontera, ir más allá de este cuento y comprender la complejidad del mismo, me parecía que podía ser un desafío lindo. No hay sorpresas ni en el lenguaje ni en el planteamiento del universo poético más allá de ese cuento ni en el comienzo de ese cuento.

Hay algo en la circularidad de esa voz infantil y en lo que propone, en el propio juego de ese niño, que me lleva a ser muy honesta con los lectores y las lectoras. Les digo: por acá va la cosa, si te quieres venir, aquí está la oportunidad. Lo pensé mucho. También quería que fuera un orden como si se tratara de un libro infantil, de los que están hechos de acetato y se van superponiendo las láminas y se forma una imagen más grande. Quería arrancar por un lugar y que todo fuera sedimento. Si te fijas, el último cuento era un cuento de cierre de libro, por lo tanto, hay algo de ir sumando cosas, símbolos, personajes, que también me interesaba.

Hablemos del lenguaje. Depende de la orilla desde la que decidas leer Larvas, la orilla latinoamericana o la europea, el libro de cuentos es uno u otro por el uso y costumbres del lenguaje. Resulta fascinante. Me he visto cuestionándome si ese lenguaje, tan vivo que utilizas para narrar y contar, se convierte en un personaje más de cada cuento. Nos llevas a este territorio tan extraño. Es decir, haces que partes de cada cuento transcurran por cómo decides emplear el lenguaje. Nuevamente la toma de decisión.

Creo que es una de las cosas que suceden de forma más natural, sobre todo cuando tienes estas historias en la cabeza. Es una consecuencia natural de las historias que quise construir y edificar. Durante el proceso creativo, pienso mucho en imágenes, en elementos simbólicos que están en cada cuento, por ejemplo, una yegua mojada, dos muchachos trabajando… Entonces, cuando las anoto en un cuaderno, a poquito se van mezclando, confundiendo, Generan sus propias conexiones a un nivel en el que yo siquiera presto atención, pareciera que esas conexiones tuvieran vida propia. Cuando estoy escribiendo hay algo de eso de haber pensado en dos muchachos trabajando y una yegua mojada que la escritura conecta.

Si tuviera que pensar en el lenguaje, mientras escribo, en cómo he de emplearlo, habría algo trabado. No podría pasar con naturalidad. Con esto te quiero decir que hay dos cuestiones: por un lado, el lenguaje que se utiliza para narrar y que tiene que ver con lo musical, con el ritmo, leo todos los cuentos en voz alta pues esto me permite ver la sintaxis en movimiento, la musicalidad de los cuentos; y, luego, hay otra dimensión que vincula el lenguaje a los personajes, cómo hablan, cómo piensan, cómo se describen esos personajes, sus pensamientos, cómo se dirigen entre ellos. Esa doble dimensión genera esa sensación que señalas, el lenguaje entendido como habilidad para la narración y otra del mundo que se va creando en cada cuento. Disfruté mucho con la escritura, no la comprendo como un sufrimiento. No entiendo este posicionamiento ni esa poética del sacrificio que tenemos tan interiorizada.

Lo inexplorado, el carácter indómito del entorno natural, se presenta como eje vertebrador para esta colección de cuentos. Es como si ese elemento de la poética de Larvas invocara a los cuentos para llevarlos a una geografía donde el misterio y los saberes populares los llevaran a una dimensión tan audaz como nueva. Como si te tocara inaugurar un lugar propio y nuevo prestando especial atención a la presencia de los animales y de los niños, dos mundos que, en nuestro ahora, son puro contrapoder frente al mundo convencional de los adultos.

Utilizo el territorio en muchas dimensiones, así es. El territorio acoge esos personajes. El entorno determina el ritmo del relato, el comportamiento de los personajes, se cuela, a ratos, como un personaje más, yendo más allá del mero uso descriptivo. Es mucho más que escenario. Hay algo en la escritura que yo la pienso como en dos direcciones: el territorio escribiendo a los personajes y los personajes escribiendo al territorio. Por ejemplo, el cuento que antes mencionabas que te había gustado especialmente, «No acampar ni abordar», Ignacia está en la montaña y, al mismo tiempo, es la montaña también. Me interesa cuando los límites comienzan a borrarse y no sólo entre las personas y paisajes, sino con los niños, animales… Cuando esas fronteras empiezan a desaparecer y todo se convierte en fuga y posibilidad de intercambio es donde pueden suceder cosas interesantes. En un paisaje, además de escenografía, hay multitud de posibilidades.

Lo corpóreo tiene un recorrido trascendente en los relatos. Utilizas la presencia de lo físico para que pensemos sobre diversos tipos de malestares, desde un malestar cotidiano hasta un malestar cuyo origen reside en la vida grande.

Me encanta esta pregunta. En todo cuerpo se manifiesta el deseo y a partir de aquí los personajes existen y hacen y sienten. Al mismo tiempo, hay algo contrapuesto al deseo que es el asco o la fragilidad. Hay algo que se contrapone y que crece en direcciones distintas, pero a la vez están muy conectados. Creo que esto guarda relación directa con el asco, asunto que me interesaba ya desde antes del libro. Pensar el asco, en las cosas que me dan asco, en esa atracción que despierta lo que da asco, en el tipo de relación que entablamos con el asco.

Es algo que estaba en el pensamiento previo, pero que no estaba en ninguna imagen concreta todavía. Por eso, cuando empezaron a aparecer fue muy claro qué cosas tenían que ver con lo uno o con lo otro. Hay algo del roce de los cuerpos, de la humedad, la sangre, el dolor, el deseo… La fatiga del trabajo, el cansancio en la crianza de esas madres. Hay una deformidad en este asunto que mencionas, pero una deformidad que hace referencia a una forma distinta a la que estamos acostumbradas. Pensar en los cuerpos como algo deforme, me interesa. El niño piojo, los niños perros, … Creo que todo esto es interesante.

El lector ha de hacer un pacto con este libro. Lo mágico se impone, en todo momento, por lo que hay que suspender toda idea sobre lo real y el vínculo que establecemos con ello. No utilizas el recurso de lo mágico para narrar la realidad, sino que generas un terreno híbrido, propio, en el que conviven lo mágico y lo real.

Así lo pienso. Ese territorio híbrido. Y, si, hay un pacto. Ha de haberlo, un pacto que se está renovando, cuento a cuento, es un pacto que parte de un mismo lugar, pero que se renueva porque siempre hay algo que cambia de lugar, como si tuvieras que alquilar un cuarto y, en ese mismo cuarto, los muebles se te mueven, entonces, el cuarto está distinto. Intento adentrarme en ese terreno de lo mágico, de poquito a poco. Los niños de los cuentos confían en el acontecimiento mágico. Me interesa esa pequeña fisura y cómo se puede expandir en la realidad, cómo se comporta la fisura en la realidad, que no pierda fuerza ni estabilidad, no se trata de una realidad fisurada, sino que se vuelve una realidad distinta.

Esto que comentas guarda relación directa con esa sensación de extrañamiento que te acompaña durante toda la lectura de los cuentos. Como lectores esto nos solicita que bajemos al barro, que nos ensuciemos, no podemos ser lectores contemplativos. Hay que mancharse en cada cuento. Dejas un espacio impreciso que tenemos que completar con nuestras biografías y vivencias. Un espacio muy orgánico.

Conforme iba escribiendo hice un ejercicio de despojo. Tuve claro que tenía que desterrar de cada cuento lo accesorio, inútil y aburrido. Tengo confianza plena en quien lee, creo que el lector puede completar ese vacío que señalas. Si yo te doy esa confianza, en realidad, te estoy dando herramientas para que puedas hacerlo. Como lectora desconfío de aquellas lecturas que me explican todo, que, de entrada, comprendo todo, hay algo de ese libro que se me va muy rápido. Confiar en quien lee es confiar en el texto.

Las madres no son protagonistas. Cuestión que he celebrado. Las madres están en todos los cuentos, son soporte narrativo, conceden consistencia desde un segundo plano.

Son las deformidades propias de estas familias, son deformidades distintas que están ahí. Igual están para una chocolatada que para quitar los piojos. Están para ocultar y para mostrar. Es una presencia constante en todos los relatos, pero como telón de fondo. No están en un primer plano.

Hay un cuento «Arena, arena, arena» en el que escribes esta frase: «Eso tan distinto y difícil de nombrar». A partir de esta frase, te voy a plantear un juego muy libre. Pienso que, posiblemente, esta frase sea la mejor definición que encontramos, en la actualidad, para la literatura.

Hay algo en esto de no nombrar que deja posibilidades muy hermosas. Por ejemplo, hablar de deseo, pero no definir completamente ese deseo permite que tu deseo entre a jugar en el texto. Eso permite comprender qué está pasando en esos mundos, en esos cuentos. Esto permite la literatura.

¿Amor o esperanza?

Esperanza. Para tener esperanza hay que tener mucho amor.

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