
En 1783, en el Real Seminario Patriótico de Bergara, dos hermanos lograron una hazaña científica sin precedentes: aislar por primera vez un nuevo elemento químico a partir de un mineral oscuro llamado wolframita. Fausto y Juan José Elhuyar, formados en la tradición ilustrada de la época, publicaron ese mismo año un tratado en el que anunciaban el descubrimiento del wolframio. El hallazgo fue resultado de un proceso experimental riguroso, apoyado por la red de saberes promovida por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, y convirtió a Bergara en cuna de una revolución científica en la península.
Lejos de la imagen romántica del genio solitario o de la intuición alquímica, el descubrimiento del wolframio fue fruto del método científico moderno. A partir de la observación de las propiedades del mineral y de sucesivas pruebas de reducción química, los hermanos Elhuyar consiguieron aislar un metal denso, resistente y extraordinariamente refractario. Era un nuevo elemento de la tabla periódica, hasta entonces desconocido, con un punto de fusión de 3.422 grados y una densidad semejante a la del oro. Aquel metal abría la puerta a múltiples aplicaciones industriales, militares y tecnológicas, muchas de las cuales aún hoy siguen vigentes.
El nombre de «wolframio» proviene del alemán «wolf rahm», literalmente «espuma de lobo», en referencia a la forma en que ciertos minerales del grupo 6 de la tabla periódica parecían devorar el estaño durante la fundición. Aunque en algunos países se impuso el nombre de «tungsteno», en los ámbitos hispano y germano se conservó el término original. Más allá del debate nomenclatural, el elemento número 74 de la tabla periódica tiene propiedades únicas: su dureza, su resistencia a la corrosión, su elevada densidad y su capacidad para soportar temperaturas extremas lo han hecho imprescindible en aleaciones, herramientas de corte, filamentos de lámparas, blindajes militares y dispositivos electrónicos.
El contexto en el que se produjo este descubrimiento es inseparable del espíritu ilustrado que animó al Real Seminario Patriótico de Bergara. Fundado en 1776, el seminario fue un proyecto educativo pionero impulsado por la Real Sociedad Bascongada. A través de una enseñanza moderna, experimental y técnica, buscaba formar una nueva élite científica y profesional capaz de transformar la sociedad. Fue en sus laboratorios donde se desarrollaron trabajos de química, mineralogía, física y metalurgia de vanguardia para la época. El hallazgo del wolframio no fue una excepción, sino la expresión más brillante de un modelo de conocimiento que combinaba ciencia, utilidad y progreso.
Casi dos siglos y medio después, Bergara vuelve a mirar a la ciencia con motivo de la duodécima edición del Concurso Ciencia Jot Down, que este año se celebra bajo el lema «Elementos críticos: del Wolframio a las tierras raras». El certamen, organizado por la revista Jot Down y el Laboratorium Museoa, propone reflexionar sobre los materiales que hacen posible la tecnología actual, desde el propio wolframio hasta otros elementos esenciales como el neodimio, el disprosio o el lantano. Todos ellos forman parte de un grupo estratégico —las llamadas «tierras raras» o «elementos críticos»— cuya disponibilidad condiciona la transición energética, la industria electrónica y la soberanía tecnológica de los países.
El Concurso Ciencia Jot Down nació con la vocación de premiar textos, ilustraciones y fotografías que combinen rigor científico y belleza expresiva, capaces de acercar el conocimiento al público general con claridad, creatividad y sensibilidad estética. Desde su primera edición ha reconocido artículos, fotografías, ilustraciones y relatos de divulgación que no solo informan, sino que también emocionan, sorprenden o hacen pensar. El objetivo es tender puentes entre el conocimiento científico y la literatura, fomentar el pensamiento crítico y descubrir nuevas voces capaces de contar la ciencia con estilo, profundidad y claridad.
La convocatoria de este año está abierta hasta el 31 de julio de 2025. Se puede participar en cuatro modalidades: artículo de divulgación, relato, ilustración y fotografía. En el caso de los textos (artículo y relato), deben tener entre 1.500 y 2.500 palabras, estar escritos en castellano y enviarse por correo electrónico según se indica en la web de Ciencia Jot Down. Las ilustraciones y fotografías, por su parte, deben responder al tema de esta edición y ajustarse a los requisitos técnicos que figuran en las bases publicadas en la misma página.
El jurado, formado por científicos, escritores, ilustradores, divulgadores y miembros del equipo editorial de la revista, valorará la calidad narrativa o visual, la originalidad, la precisión científica y la capacidad de despertar interés en un público amplio. Cada modalidad cuenta con un premio de 1.000 euros, además de la publicación en Jot Down, Revista Mercurio y Menéame de las obras ganadoras y una selección de finalistas.
Más allá del premio económico, el certamen ofrece una plataforma de visibilidad para quienes desean contar la ciencia con libertad, imaginación y profundidad. La idea es fomentar una cultura científica transversal, capaz de dialogar con el arte, la literatura, la ilustración o la fotografía. Porque la ciencia no solo se escribe en papers: también se dibuja, se narra, se representa y se fotografía.
Durante esta edición, y gracias a la colaboración con el Laboratorium Museoa de Bergara, se organizarán actividades paralelas en torno al tema de los elementos críticos: mesas redondas, visitas guiadas, charlas, talleres y encuentros entre divulgadores, artistas y científicos. El Laboratorium, ubicado en el mismo edificio del antiguo Real Seminario, representa una continuidad natural entre el legado ilustrado de los Elhuyar y los retos científicos del presente. Su colección permanente, dedicada precisamente al descubrimiento del wolframio y a la historia de la ciencia en el País Vasco, será el escenario ideal para acoger esta nueva edición del certamen.
Con este concurso, Jot Down busca recuperar el placer de leer, mirar y pensar la ciencia desde múltiples ángulos. No se trata solo de entender qué es un elemento crítico, sino de preguntarse qué relaciones simbólicas, sociales, políticas y ecológicas nos unen a ellos. ¿Qué relatos emergen de la tabla periódica? ¿Qué imágenes condensan el conflicto entre desarrollo y sostenibilidad? ¿Qué metáforas permiten narrar el impacto de un mineral en la historia humana?
En Bergara, donde dos hermanos riojanos aislaron por primera vez el wolframio, hoy se celebra la imaginación como herramienta de conocimiento. Contar la ciencia es también una forma de continuarla. Queda abierto el reto.