
Lem estaba confuso y aturdido. Los argumentos de Chess -suponiendo que realmente fuera Chess- eran difíciles de rebatir. Y, para colmo, Trizia también pasó al ataque diciendo:
-Hablando de Kafka: “Amor es cuando digo que eres el cuchillo con el que hurgo en mis heridas”, escribió en una de sus cartas a Milena. Y tal vez tú, Staszek, deberías estar más dispuesto a hurgar en las tuyas. ¿Qué es eso de ti mismo que tan poco te gusta y que tanto miedo tienes de que salga a la luz si viajas al planeta Cerebro? Y además…
El sordo zumbido de una mosca interrumpió su argumentación. Había pocas moscas -o insectos parecidos a moscas- en Münchhausen, y no solían colarse en la Taberna Flotante, bien aislada del exterior. Y menos aún en los oídos de la gente. Y aquella mosca voló directamente hasta la oreja de Trizia y se metió en su conducto auditivo.
-Es un mensaje de Floral -dijo ella al cabo de unos segundos-. Cuando fallan otras vías de comunicación, recurrimos a una mosca mensajera como esta. Disculpadme, voy a escucharlo.
Trizia entornó los ojos y se llevó una mano a la oreja, como si quisiera proteger al insecto robot que había entrado en ella. Pero al cabo de unos segundos la mano se cerró bruscamente en un apretado puño.
-¡No puede ser! -exclamó a la vez que chasqueaba los dedos, lo que provocó que la mosca mensajera saliera de su oído y se posara en su mano-. Conéctala con la megafonía -añadió tendiéndole a Lem el insecto robot.
Así lo hizo él, y la angustiada voz de Floral resonó en la sala:
“No sé si este mensaje os llegará. No sé cuánto tiempo podré mantener la conexión.
Intenté ir a casa. Al principio, el camino era el de siempre, el que tantas veces recorrí con mis hermanas. Pero poco a poco, la realidad empezó a desdibujarse. Los paisajes eran los mismos, pero no eran iguales. Los senderos se repetían. Cada cruce era idéntico al anterior. Cada paso me devolvía al mismo punto. Y luego, las personas. Veía rostros conocidos, pero no podía recordar sus nombres. Veía extraños, pero sus miradas me eran familiares. Todo parecía construido con fragmentos de mi propia memoria, pero algo no encajaba. ¿Quiénes eran ellos? ¿Eran reales? ¿Lo era yo? Al principio del proceso me sentía la misma persona de siempre, pero a cada vuelta, a cada repetición, algo se perdía. ¿Qué es lo que queda ahora? Quizá nunca llegué a salir de ese bucle. Ya no sé si sigo siendo yo. El mundo se ha acelerado hasta volverse irreconocible. Quizá esto no tenga nada que ver con Ello. Quizá no haya ninguna fuerza cósmica manipulando mi mente. Quizá solo sea el mundo real y su velocidad implacable, arrastrándome a donde no puedo volver a ser quien era. No sé si podré enviar otro mensaje. Si desaparezco, al menos esto habrá servido de advertencia”.
-¿Qué sabes tú de esto? -exclamó Lem señalando a Chess con un dedo acusador.
-Nada -aseguró el metagato-. Y apostaría a que… Ello no tiene nada que ver. No es su estilo.
-¿Insinúas que hay un nuevo actor en este embrollo? -preguntó Fafo Liber.
-No sé si “actor” es la palabra adecuada -contestó Chess formando un signo de interrogación con la peluda cola-. Y tampoco sé si es nuevo. Lo único que tengo claro es que “esto”, sea lo que fuere, se nos está yendo de las manos. Creo que se impone un acto de humildad. Y de confianza -añadió mirando fijamente a Lem.
Humildad y confianza, para que ambos se den es imprescindible tener un mínimo de seguridad, en une misme en el primer caso y en le otre en el segundo.
En la situación en la que nos encontramos, con tantos metaseres, copias y demás gente que no es lo que parece, no es fácil tener la más mínima seguridad en nada ni nadie.
Dicho esto, si ese es el plan, yo estoy dispuesta a dar ese salto al vacío (metafórico) que propone Chess. Tal vez, sea lo que necesitamos para reforzarnos como grupo y poner, por fin, a cada cual en su lugar.
Por otro lado, tampoco se me ocurre ninguna alternativa más tranquilizadora.
Como dice Chessandra, en realidad no hay otra opción. ¿O sí?
Con mis innumerables ojos puedo ver que el Universo y menos el Mundo no poseen horizontes; es esa la condena por mirar el pasado desde atrás. El murmullo de mis alas no es zumbido, es el mensaje acelerado de mi otra dimensión; tienes que volver a ser pequeño para entenderlo, de paso, siempre ligero, imprevisible como espontánea generación con tantos ojos para aunar una única visión. En esas tardes de estío y hastío, cuando golpeo con furor en el vidrio de la ventana no es que quiero huir: es que no los entiendo, por esto soy un parroquiano más de las tabernas en donde ninguno quiere o puede escapar.
En la Taberna Flotante, a imitación de los viejos pubs irlandeses, no podía faltar un bardo nostálgico y evocador (a ser posible con ojos facetados).