
El cosmódromo de Münchhausen, iluminado solo por la menor de las tres lunas del planeta, estaba desierto. Casandra se detuvo, indecisa, ante la nave de Tichy. A punto estuvo de volver sobre sus pasos; pero la puerta de la nave se abrió con un suave zumbido y la rampa de acceso se extendió hasta tocar el suelo junto a sus pies, como invitándola a subir a bordo.
Tichess no parecía sorprendido de verla, pese a lo avanzado de la hora.
-Salve, Casandra -la saludó con una amplia sonrisa gatuna-. Estábamos esperándote.
-¿Por qué?-preguntó ella, menos intrigada de lo que habría cabido pensar, dadas las circunstancias.
-Porque no crees que seamos los Tichy y Chess “auténticos” -contestó Tichess sin dejar de sonreír y marcando las comillas con los dedos-, y no eres la clase de persona que se va a dormir sin intentar aclarar las cosas.
-Estáis en lo cierto. Y tampoco creo que seáis copias de Tichy y Chess, como pensé al principio. No meras copias, al menos.
-¿Y qué crees que somos?
-Una copia o avatar del propio Ello.
-¿Cómo podría un ser de dimensiones planetarias caber en este cuerpo diminuto?
-En un cerebro humano, de apenas kilo y medio, hay unos cien mil millones de neuronas. Y en vuestro cuerpo cabe un cerebro mucho mayor. O varios.
-Cierto. Los gigantescos árboles-neurona de Ello, sede de su identidad, podrían miniaturizarse enormemente, incluso a una escala menor que la de las neuronas humanas, sin merma de sus funciones. Pero, en realidad, la pregunta no es cómo, sino por qué.
-¿Conocéis el mito de la encarnación? -preguntó Casandra tras una pausa.
-Sí, claro -contestó Tichess asintiendo con la cabeza-. Es la base del cristianismo, la más difundida de las religiones terrestres.
-También en ese caso, aunque el cómo sea un misterio, lo importante es el porqué.
-Como ya os hemos dicho, Ello solo quiere que lo dejen tranquilo. No hay un porqué que justifique una supuesta… encarnación.
-Me parece un deseo muy pequeño para un cerebro tan grande.
-¿La tranquilidad te parece un deseo pequeño?
-Me he expresado mal. La tranquilidad es el mayor de los deseos, puesto que es el requisito previo para poder satisfacer cualquier otro. Es el adverbio “solo” lo que me sorprende. Y, en cualquier caso, Ello querría controlarnos para evitar que perturbáramos su tranquilidad.
-Supongamos que estás en lo cierto y que, además de copias de tus amigos, somos un avatar de Ello. ¿Qué esperas de nosotros?
-¿En qué sentido del término “esperar”?
-En todos: qué supones o temes que haríamos, qué desearías que hiciéramos o dejáramos de hacer…
-En primer lugar, desearía que me dijerais que ha sido de Tichy y de Chess.
-Si fuéramos Ello o habláramos en su nombre, te diríamos que no corren ningún peligro.
-Me gustaría poder creerlo.
-¿Querrías verlo por ti misma?
-Sí, desde luego.
-Adelante, pues -dijo Tichess señalando la puerta de la astronave con un gesto de la mano.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Casandra, desconcertada.
-Tus amigos están sanos y salvos en el planeta que llamáis Cerebro -contestó Tichess con una sonrisa que ya no era gatuna-, en cuya superficie acaba de posarse nuestra nave, que ha realizado el viaje mientras conversábamos. Puedes bajar y comprobarlo por ti misma.
¡Un viaje prácticamente instantáneo!… Se ve que Tichess ha hecho alguna modificación en la nave o que quizá la ha envuelto en una burbuja energética como ya hizo Ijon I con la TF, aunque probablemente en una versión mejorada.
Espero que Casandra tenga algunas buenas ideas que proponerle a Tichess sobre lo que desearía que hiciese, pues conocer y llegar a entender lo que es capaz de hacer Ello probablemente requiera ung capacidad muy elevada.
Solaris podía alterar órbitas planetarias… A saber qué pude hacer Ello.
Sugestiva imagen, Carlo. Aterrizar sobre si mismo, siempre en condiciones climatoemocionales adversas, sin daños al fin y al cabo, como lo sabíamos desde UN principio con temor infundado. Supongo que será un nuevo desafío para Casandra encontrarse en el seno generador de sus predicciones. Sospecho que saldrá más enriquecida encontrando amigos que se pueden definir como el Pasado.
Aterrizar sobre sí mismo: buena manera de definir el objetivo final de todo viaje. «No dejaremos de explorar, y al final de nuestra búsqueda llegaremos al punto de partida y conoceremos el lugar por primera vez», dice Eliot.