La Taberna Flotante

Ameba

Taberna flotante #79

Casandra se despertó sentada sobre una esfera que flotaba en una negrura jalonada de dispersos puntos de luz. Uno de los puntos se fue agrandando a medida que se acercaba, hasta quedar suspendido frente a ella a un par de metros de distancia. Era una bola informe y fluctuante del tamaño de una manzana, como un corazón de luz latiendo de manera irregular.

-Salve, Casandra -dijo la bola luminosa.

-¿Qué quieres ahora? -preguntó ella.

-Sentimos haber tenido que traerte aquí otra vez; pero nos enfrentamos a una situación potencialmente muy peligrosa y necesitamos hacerte algunas preguntas.

-Para eso no era necesario secuestrarme. Otra vez.

-No te hemos secuestrado. Puedes irte ahora mismo, si lo deseas. No tienes más que decirlo, y te dejaremos donde tú quieras. En Münchhausen, en Solaris…

Casandra sintió un estremecimiento. Los Veladores conocían la existencia de Solaris, al menos de Solaris II, y podían ir allí. Aunque tal vez fuera una trampa…

-Preguntad lo que queráis -dijo con voz cansada.

-Ese doble tuyo en miniatura que ahora está en la Taberna Flotante… ¿Sabes cómo se generó y por qué?

-¿Un doble mío en miniatura? -exclamó Casandra.

-Percibimos que tu sorpresa es genuina… Sí, en el planeta al que llamáis Solaris ha aparecido una minúscula réplica tuya, procedente de algún lugar situado al otro extremo de un agujero de oruga.

-No entiendo nada… Pero, en cualquier caso, ¿por qué os parece peligroso?

-Porque alguien… o algo… capaz de hacer eso tiene un poder enorme, tal vez superior al nuestro, y si lo utilizara de forma inadecuada, las consecuencias podrían ser terribles. Para toda la galaxia.

-¿Y por qué no vais a Solaris y examináis el agujero de oruga?

-Ya lo hemos hecho. Sin resultado.

-Lamento no poder ayudaros -dijo Casandra tras una pausa.

-Tal vez sí que puedas. Eres la Gran Narradora, la Osa Mayor, como te llaman algunos. Conoces muchas historias, historias que no están registradas sino en las mentes de unas cuantas personas dispersas por los mundos más antiguos. Y tal vez alguna de esas historias tenga que ver con el asunto que nos ocupa… ¿Qué puedes decirnos del planeta Cubo?

-Nunca he oído hablar de él.

-Un hexaedro de diez mil kilómetros de arista, algo que ni la naturaleza ni ninguna civilización conocida podría engendrar. Tu réplica diminuta lo describió con detalle y dijo que procedía de allí.

-Entonces sus recuerdos no son los míos.

-Háblanos de la sopa lista -dijo la esfera fluctuante aumentando levemente de tamaño, o acaso acercándose.

-¿La sopa lista? -repitió Casandra, desconcertada.

-La laguna de Solaris.

-No sé nada de ella, nunca he estado allí.

-Pero has oído hablar de su poder duplicador, y conoces algunas historias en esa línea.

-Las que proceden de antiguas novelas terrestres, como Los cristales soñadores. O Solaris, que ha dado nombre al árido planeta de la laguna…

-Esas historias están escritas, ya las conocemos. Cuéntanos algo que solo aparezca en la voz de los narradores orales y los astronautas borrachos.

-Ameba… -recordó Casandra, y contó una historia que se podría resumir así:

El náufrago que descubrió aquel planetoide, aparentemente yermo, y se posó en él a falta de otra opción, pensó que sería su tumba. Y sin embargo fue su salvación.

En cuanto la maltrecha astronave tocó el blando suelo, en el que no se hundió gracias a la levísima gravedad, a pocos metros de distancia emergió de la superficie un enorme seudópodo, que poco a poco fue adoptando la forma del vehículo espacial. Y cuando el astronauta salió de la nave para examinar de cerca aquel prodigio, otro seudópodo brotó frente a él y lo copió toscamente, como si unas manos invisibles hubieran modelado su imagen en arcilla.

Pero no era arcilla. El remedo de traje espacial de su doble era como una cáscara de huevo que se quebró al tocarla, y dentro había una figura humana hecha de una especie de gelatina translúcida.

Antes de volver a su nave, el astronauta cogió una muestra de la sustancia para analizarla, y descubrió que sus componentes eran muy similares a los del cuerpo humano: agua, sales minerales, glúcidos, grasas, proteínas… Aquella inmensa criatura, de proporciones astronómicas, no solo había copiado su forma, sino también su composición.

El robinsón cósmico sobrevivió tres años -el tiempo que tardaron en rescatarlo- comiéndose a sus dobles gelatinosos, que el planetoide, al que llamaron Ameba, generaba regularmente.

6 Comentarios

  1. Las historias que cuenta Casandra nunca defraudan. Al ponerme en la piel del náufrago me imagino la duda que le generaría comerse a sus dobles, pues supongo que incluso teniendo mucha hambre, de presentar movimiento, resultaría una decisión muy difícil de tomar.

    • Puede que para un astronauta narcisista fuera un aliciente…

      • Supongo que un narcisista llevaría unos cuantos espejos en la nave; pero en caso de no disponer de ellos, quizá disfrutase más observando su copia gelatinosa que comiéndosela.

        Por cierto, otra cosa que también podría frenar la ingesta de su réplica sería la posibilidad de que la siguiente copia imitase el mecanismo de comer. De ser así, el astronauta se podría llevar una desagradable sorpresa al ser engullido.

        • Es de suponer que, puesto que sobrevivió tres años, comía discretamente en el interior de la nave.

          • Cierto. Debía tener algunos alimentos guardados en la nave, pues supongo que algunos nutrientes esenciales no sintetizables por un humano irían disminuyendo demasiado rápido como para sobrevivir 3 años, aunque quizá Ameba también se los proporcionaba.

          • Es de suponer que las naves del futuro serán recicladoras muy eficientes y, además, llevarán a bordo no solo reservas de alimentos, sino también alguna forma de producirlos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*