«A comienzos de 2016 yo nunca había leído a Elena Garro». Así empieza La reina de espadas, el libro que Jazmina Barrera dedicó a una de las grandes escritoras en español del siglo XX: un personaje multifacético, varias veces increíble —rozando lo inverosímil—, un secreto guardado, una voz que resonó fuerte en lo más alto hasta que no lo hizo más. ¿Por qué una escritora mexicana (Barrera) que llevaba más de seis años estudiando literatura no se había topado con una de las grandes escritoras mexicanas (Garro) del siglo veinte? ¿Y por qué el encuentro finalmente se dio en Nueva York y no en su país? ¿Por qué se le hacía tan difícil encontrar sus libros?
Para responder a eso escribió este otro, que da cuenta de cómo, seis años después, no solo leyó toda su obra (cuentos, novelas, obras de teatro, memorias) sino también su trabajo periodístico, sus diarios, sus cartas (y las de su marido, las de su amante, las de sus amigos), las memorias de su hija Helena Paz Garro. Pasó días enteros husmeando entre sus cosas, tocó sus papeles, «la marginalia de toda una vida», para intentar dar con algo así como la verdad. Su personaje fue su obsesión.
Es que la suya era una empresa difícil, tal vez imposible, porque con Elena Garro «cuesta mucho trabajo separar los hechos de la mentira; la mentira de la literatura, y la literatura, de los hechos». Le gustaba inventar historias mucho más allá de la literatura, eso que también se llama mentir. Ninguna vida cabe en un libro y mucho menos la de esta mujer de la que se saben algunas cosas, se ha dicho de todo, se mezclan versiones, se fabuló en grande: que su esposo Octavio Paz la manipuló, la violó, la opacó, que el gran amor de su vida, entre tantos otros, fue Adolfo Bioy Casares, que fue obligada a abortar, que escribía como los dioses, que estaba loca, que enloqueció a su hija, que era mejor poeta que su marido, que fue víctima del machismo, que despreciaba a las feministas, que fue espía, que se involucró con la Masacre de Tlatelolco, que la querían matar, que la cancelaron, que huyó al exilio.
Claro que una vida así no cabe en un libro y sin embargo la autora lo hace, no con pretensión biográfica ni totalizadora sino como lo haría un coleccionista. Jazmina Barrera acumula apuntes, historias, ideas, datos y reflexiones con una estética benjaminiana, con la lógica narrativa del fragmento, en una —aparente— discontinuidad que permite al lector ir armando el cuadro completo —que nunca lo es— al modo de un patchwork. Todo para intentar dar respuesta a una pregunta simple, de esas que son bienvenidas en el origen de un libro de no ficción porque las mueve la curiosidad: «¿Quién diablos era Elena Garro?». Cada lector irá armando su propia respuesta y este es el mayor mérito de La reina de espadas, además de una investigación rigurosa pero nunca subrayada. Lo importante no es qué se cuenta sino cómo. La prosa es ágil, tiene esa levedad —la de los grandes textos— capaz de sustraer peso a los hechos, a los personajes, a la estructura narrativa, a las historias y, por supuesto, al lenguaje.
«Sucede que le agarré cariño a Elena Garro», dice Barrera. Con una mezcla de inocencia y desparpajo nos alerta pronto de que la escritora, objeto de su manía literaria durante los últimos años, será tratada amorosamente en cada una de esas breves entradas que, a la manera de capítulos, hacen foco en distintos aspectos de una vida inabarcable. Su acumulación de gatos, la escena de la niña trepada a un árbol, las clases de ballet, la ortografía incierta del propio nombre (¿con H o sin H?), una boda contada como un rapto, un aborto obligado, los intentos de suicidio (¿fueron reales?), los recuerdos de la España en guerra y su desafío a los marxistas (¿qué importa si parecen intocables como Neruda, Machado, Malraux, Guillén o el mismísimo poeta marido Octavio Paz?).
El relato va y viene en el tiempo y el espacio. Da lo mismo si se trata de un aspecto aparentemente menor o un hecho mayúsculo; los fragmentos que nos llegan de Elena son destellos que iluminan también a una narradora devota de su personaje. Una mujer rendida frente a otra mujer. Las dos, escritoras enmarañadas en un artefacto literario singular.
«Como un perro mestizo que, de cachorro, era pequeñito». Así evolucionó el libro. Porque la propuesta editorial había sido «algo breve, nada exhaustivo» y poco después terminó ella —Barrera, es importante aclararlo porque, a medida que vamos leyendo, tendemos a identificar cada vez más a la autora con su personaje— completa y definitivamente envuelta en la «galaxia elénica». Incontrolable.
«Yo nunca había oído hablar de Karl Marx» es la frase con la que Elena Garro abre su libro Memorias de España 1937, la que eligió para montar su historia de burguesa joven rubia blanca hermosa etérea artística, desplazada de su lugar y llevada casi a la rastra por el esposo a un decrépito congreso de «señores intelectuales de izquierda», a una guerra que no es la suya y a escuchar debates sobreideologizados de los que escapa para tirarse a tomar el sol en las playas de Valencia. Jazmina Barrera copia casi en espejo aquella frase para iniciar su perfil de Elena Garro, sabe que es uno de los modos que la literatura tiene de abrirse paso frente a la realidad, borrando sus límites con la ficción. No importa si «la Elena de carne y hueso en 1937 sí que había oído hablar de Karl Marx, y hasta por los codos», porque a «la Elena escritora» le importan otras cosas. Por ejemplo, la escritura, como a Barrera.
LA REINA DE ESPADAS Jazmina Barrera LUMEN (Barcelona, 2024) 272 páginas 18,90 € |