Entrevistas

Luis Landero: «El conocimiento erigido en la inmediatez es una forma ilustrada de estupidez»

El novelista publica Una historia ridícula, la confesión de un desclasado con ínfulas que cae enamorado del brillo social que otorga la cultura

Luis Landero. Reportaje Gráfico: Ángel L. Fernández

Luis Landero (Alburquerque, 1948) me espera en la cafetería de un hotel céntrico, en una Sevilla encapotada en tonos rojizos, marrones, marcianos. Calima, para los amigos de esta primavera apocalíptica. «Elija su plaga», bromeo al percatarme de que tras la cristalera ha empezado a llover barro de nuevo. El escritor suelta una carcajada mientras todavía me estrecha la mano. «Si no nos reímos…», contesta.

Landero, más de tres décadas en las letras y una de las voces más respetadas de nuestra literatura, está en la ciudad para presentar su última novela, Una historia ridícula (Tusquets, 2022), que porta guasa ya desde su título. Contada en primera persona, como se narra la propia vida en la barra de un bar a las tantas de la mañana, es un magnífico estudio de personaje, pues todo gira en torno al narrador, un pobre diablo con ínfulas, un pijoaparte todólogo, un autodidacta con culturilla de Trivial Pursuit que ha venido a hablar de su libro. Es decir: de sus fobias, odios y fracasos, de su embelesamiento ante la clase adinerada y culta, de un amor imposible, de su afán de conocimiento como vía para ser alguien en la vida.

Antipático, resentido y pedante, pero también tierno y cómico, aunque no lo pretenda, su Marcial tiene algo de hater y bastante de cuñado. Pero, a la vez, matiza el autor, se separa de estos seres tan comunes del siglo XXI en una cuestión: «Se toma su tiempo para pensar, no habla en vano». El lector pactará en esta loca historia de amor con un finísimo sentido del humor por parte del autor, cuyo divertimento en el proceso de escritura se deja entrever en cada frase.

Hay un cliché en el mundo de la literatura y es ese de que los escritores confiesen que su personaje cobró vida propia. Sin embargo, leyendo su novela, tuve la sensación de que le ocurrió exactamente algo así, que su Marcial se había desligado de usted hasta hacer lo que le daba la gana en cada párrafo. ¿Le hablan de él como de alguien independiente?

Así es. Hay quien se lo ha tomado a la tremenda. De Marcial me han dicho que es un monstruo, alguien repulsivo y profundamente antipático. Pero también que es ingenuo, que está muy desorientado en el mundo y que posee una comicidad que le redime de sus miserias. Está bien y me enorgullece que cada uno lo vea como le parece, a unos les hace gracia y otros rabiar. Para mí, eso es un logro.

¿Y a usted qué tal le cae? Yo empiezo a dividir al género humano entre gente con la que me tomaría una cerveza y gente con la que no. ¿Se ve con Marcial de cháchara en la barra de un bar?

Podríamos terminar a hostias. Es un individuo muy tiquismiquis, a todo le saca punta y podríamos terminar malamente. No, creo que no departiría con él. En todo caso para escucharle, yo no hablaría.

Le ha escuchado disertar durante más de 200 páginas. ¿Le quedan ganas de más?

Desde luego, le he escuchado suficiente y, efectivamente, como si estuviera atendiendo a su relato a deshoras, con un par de copas de más.

Es que precisamente el estilo de Una historia ridícula tiene mucho de confesión de bar.

Está escrito en ese tono oral, sin linealidad, con digresiones. Su narración va yendo y viniendo, como lo hace la memoria. Es un individuo de estos que de buenas a primeras te suelta su vida y su filosofía, porque todos tenemos nuestra filosofía, no solo Platón y Kant filosofan, como tampoco cuentan solo Cervantes y Homero. Todos hemos conocido a gente así, ¿o no? Los taxistas enseguida empiezan a divagar. Todos somos fabuladores.

«No solo Platón y Kant filosofan. Todos somos fabuladores y filósofos»

En la querencia de su Marcial por soltar la vida a borbotones no pude evitar pensar en un tuitero, en un todólogo, en un opinador compulsivo de nuestros días.

Puede, pero el tuitero es muy breve. Si Marcial te oyera, ¡uy!

Me refiero al síntoma de este tiempo nuestro, al pensamiento adquirido y luego expulsado sin reflexión, casi como una vomitera, a una cultura muy troceada que se ejecuta a salto de mata.

No es un síntoma de hoy, aunque quizás el siglo XXI lo ha agravado. Hablo de esa gente que no ha tenido acceso a la alta cultura pero que la ha entrevisto porque a lo mejor ha hecho algunos cursitos de Bachillerato. Y, aunque su vida fue por otros derroteros, ha conservado las ínfulas intelectuales, el gusto por el lenguaje, por cuidar las palabras. Marcial es alguien que presume de elocuencia, que lee artículos de fondo de periódicos y revistas enjundiosas. Alguien, en fin, que se ha nutrido de esa cultura de divulgación media. Todo esto no está nada mal, hay quien no ha tenido acceso a un nivel de conocimiento mayor, pero que ha hecho lo posible por refinarse. Es cierto que actualmente la inmediatez y la rapidez han enturbiado el asunto, porque no existe el tiempo de leer un artículo o de ver un documental. Tienes razón, hoy nos encontramos con esa gente que habla de la guerra de Ucrania, de la pandemia o de lo que se tercie con una autoridad pasmosa. Este saber es una forma ilustrada de estupidez.

«Hoy nos encontramos con gente que habla de la guerra de Ucrania o de la pandemia con una autoridad pasmosa»

No sé si es consciente de que su Marcial tiene un grado de cultura tristemente superior a la media de este país. Y lo digo sin pestañear. Sé que usted ha urdido la historia de un inculto con ínfulas, con una preparación urgente, cogida de aquí y de allá, pero la de este señor es, con mucho, más elevada de la tónica habitual.

Sí. Pero porque Marcial piensa, porque se toma tiempo para ello. Esto se lo decía a mis alumnos: «Todo lo que consigáis en la vida, lo vais a conseguir desde la lentitud». Todo lo que no sea lento, es vano; todo lo que no venga desde la solidez, no sirve para nada. Será un conocimiento de segunda o tercera mano que no permitirá al individuo conocerse y saber algo del mundo que le rodea. Necesitamos recogimiento, el pensamiento no puede ir al ritmo de Twitter o del móvil porque se colapsa. Si algo tiene Marcial es que, al menos, se esfuerza en ser culto, hace un ejercicio de reflexión propia. Por eso tiene su filosofía, su visión del mundo. En este sentido, es honesto. Podrá ser limitado, pero no trivial. Lo que dice, lo hace desde la conciencia y la hondura de su pensamiento.

Al respecto de esto último, cuando uno escribe su propia vida, hay también una voluntad de trascendencia.

Marcial, supongo, está muy enraizado en la tradición, bebe de fuentes antiguas. Todo esto de la hondura, de que la vida va en serio, le aparta de esa frivolidad propia del jiji y del jaja. Es un hombre que va contra los clichés, porque sabe que son los primeros enemigos del conocimiento. Va a la contra porque lo ha pensado. Te podrá caer bien o mal, pero hay una honestidad.

«Todo lo que no sea lento, es vano; todo lo que no venga desde la solidez, no sirve para nada»

Me gusta mucho que repita insistentemente la idea de que él nunca habla en vano. Es la primera regla de la narratología, que todo lo que se cuenta tenga un sentido y que haga que el relato avance o retroceda.

Esto lo sostiene, como comentas, por intuición narrativa, por eso de que todo lleva a un punto en la narración. Y porque Marcial no dice chorradas, que es algo que ocurre cuando uno habla más de la cuenta. Como yo esta mañana en Sevilla, que no sé cuántas tonterías habré dicho… espero que no demasiadas.

Por volver a la jerga de nuestros días, Marcial es también lo que hoy denominamos un hater, un resentido. En su caso, desde la infancia. Aglutina la siempre interesante épica de los desclasados, con un motor imparable que es su enfado por no estar donde creen que deberían.

La idea del desclasado es tan vieja en la literatura… Mira Madame Bovary, que no se enamora del conde, sino del brillo de la aristocracia, de las arañas luciendo en el techo, de los trajes bonitos, del glamour. Lo mismo Rojo y negro, El gran Gastby, o el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa. Gente que se fascina por el mundo del dinero con clase, no el cutre. Cuando Marcial se enamora de Pepita, lo hace de su universo, de su elegancia, de la alta cultura, de esa clase rica e ilustrada. El suyo es un desclasamiento más complejo. No anhela el dinero en el sentido material del término, es el deseo del estilo, de aquello que hemos visto en el cine, en las revistas… es querer vivir ese mundo maravilloso lo que le mueve.

Es también un libro sobre cómo nace el odio o, más bien, sobre el odio como elemento capital de la forja de cierto tipo de personalidades. Despliega alusiones a la infancia desde las primeras páginas. A una infancia en la que nacen el rencor, la envidia, la aflicción. Me reí mucho con el momento en el que Marcial cuenta que de niño odiaba tanto a un profesor, que se hizo creyente solo para rogarle a dios que lo matara.

Y de hecho, lo consiguió, el profesor se muere. El odio de Marcial está fundamentado, es un resentido con causa. Ha salido humillado y ofendido de la niñez y no ha aprendido a amar. Porque el amor se aprende, dicen los que saben. Cuando no te enseñan a querer de niño o no te quieren bien, de mayor tienes problemas para enfrentar el amor. Eso es lo que le ocurre a él. Por un lado, es el odio con causa y luego, por otro, el odio que todos tenemos dentro y que es más o menos secreto. Quizás odio es una palabra exagerada, hablamos de antipatía, rechazo, de eso todos sabemos.

«Marcial, el protagonista, es un resentido con causa, no le han enseñado a amar en la niñez, porque el amor se aprende»

Lo cuenta muy bien su Marcial, precisamente. Que igual que todos vivimos flechazos de amor, también experimentamos odios a primera vista. Eso me encanta.

Es una cosa muy humana, pero nos la callamos en el ejercicio de la convivencia hasta llegar incluso a fingir que alguien nos cae bien. Marcial, al menos, es sincero, posee esa virtud. Tiene un fondo de ingenuidad, dice las cosas como las dicen los niños.

Desde luego, tiene mucho de niño grande, eso le otorga cierta ternura.

Todos mis personajes tienen algo de niño grande, supongo que porque es lo que me sucede a mí también, no me resigno a dejar de ser niño.

Y bien sano que es no perder de vista a la criatura que fuimos.

De hecho, es que si por algo he escrito en mi vida, ha sido para que ese niño siga ahí. En concreto con Marcial me lo he pasado muy bien.

«Si por algo he escrito en mi vida ha sido para no perder de vista al niño que fui»

Y se le nota. Se lee entrelíneas en todo el libro el disfrute del escritor.

Ha sido muy divertido porque Marcial es completamente ajeno a mí, a diferencia de lo que ocurría en mi libro anterior, por ejemplo. Le he dejado hacer lo que le ha dado la gana desde lejos. Esas páginas las ha escrito él más que yo, que me he limitado a seguir su forma de hablar y la música de su verbo. He sido alguien tomando notas.

Me preguntaba también si fue un proceso de escritura muy torrencial.

Sí, aunque no tanto como parece. Escribir nunca es fácil, hay mañanas que se tuercen, pero si un día he escrito 10 líneas, han sido torrenciales. Tenía muy claro que había que ocultar el esfuerzo, que Marcial debía hablar y hablar con gran facilidad, yendo y viniendo, aunque quería también que sus digresiones estuvieran fundamentadas. Si le he interrumpido, ha sido para enriquecer o explicar.

Me va a perdonar la alusión otra vez a la jerga digital, pero atisbo en su Marcial rasgos de lo que hoy se ha dado en llamar cuñadismo.

Tiene la parte de antipático, pero no es tanto un cuñado porque no habla en vano como decíamos; los cuñados, sí. Pero entiendo lo que dices porque tiene ese tono impertinente, ese «deja, que ya te lo explico yo». El concepto cuñadismo me parece un gran hallazgo, muy identificable. Es un personaje cómico, ridículo, grotesco… alguien debería escribir un librito sobre ellos, un manual del cuñadismo. Es un retrato psicológico perfecto de muchas personas, de todas las que parecen saber dónde está la verdad y que arrojan instrucciones de uso de todo tipo de cuestiones. Es la retórica de los viajantes de comercio de antes, estos que iban con los pueblos vestidos de traje y con su cartera, con un uniforme oficial de cuñado.

El humor, que aflora en todos sus libros, es en Una historia ridícula absolutamente tronchante. Sobre todo porque tiene esa gracia de la comedia no pretendida.

Me he descojonado, esa es la verdad. Con un personaje así, no puedes hacer nada trágico. El drama es un daño colateral en este relato. Este es un protagonista hecho para la comicidad por lo que dices, porque no tiene sentido del humor, detesta ser gracioso o resultar ridículo, pero está condenado a ello. ¿Y qué haces con un personaje así? Tan engolado, que se toma tan en serio… pues recrearte en el contraste. Como sucede en el humor de Kafka, Buster Keaton o Eugenio.

Y el pobre Marcial consigue justo lo que quiere evitar, que nos partamos de risa.

Lo has dicho muy bien, logra lo que quiere evitar, ni más ni menos.

Al hilo, quería preguntarle si no cree que la novela española actual, como su Marcial, peca un poco de gravedad. 

Sí, aprecio un cierto patetismo. Hay demasiada solemnidad. Siempre hemos vivido épocas malas, pero precisamente con el humor se puede denunciar, rebajar, desenmascarar… es una herramienta maravillosa de conocimiento que no está reñida con la tragedia. ¡Ni con nada! Y sin embargo, es cierto, echo en falta un poco de dosis de comedia o, al menos, no incurrir en ese patetismo casi apocalíptico. Echo de menos el humor que denuncia, el que saca a la luz, el que es más eficaz a veces que los artículos, como un chiste de El Roto. Además que reírse no es otra cosa que tomar conciencia, porque implica distanciarte para ver las cosas.

«Reírse no es otra cosa que tomar conciencia, porque implica distanciarte para ver las cosas»

No hemos hablado del amor, otro tema del libro. Un sentimiento, un estado, que queda altamente ridiculizado.

Todo lo que tenga que ver con este individuo queda bajo la jurisdicción del humor. Nos habla del amor de buen conformar, del resignado… y luego del sublime y tremendo que siente por Pepita y que bebe de los folletines y de la poesía romántica. Es el tipo de amor que todo lo pone patas arriba, que funciona como un tipo de locura transitoria y que debían de tratar los hospitales, que tendría que estar cubierto por la Seguridad Social.

Es un amor quijotesco también. Como lo son muchos de sus personajes, urdidos en el ánimo aspiracional, en el afán por lo inalcanzable.

Sí, Don Quijote, de hecho, se enamora de una entelequia, de alguien que no existe. Ya lo decía Machado, no hace falta que exista la amada para que exista el amor. Al final no te enamoras de alguien, sino del amor en sí. De todas formas, en esto no soy muy honesto, me resulta más fácil escribir la historia que explicarla. Escribes desde la intuición y desde una cierta irracionalidad, y a la hora de traducir la narración a un concepto, acabas falseándola. Para empezar, este que está hablando contigo no es el que ha escrito la novela. Es otro yo, el que no da entrevistas. Es uno que delega en mí para explicar de qué va esto… y yo hago lo que puedo.

«El amor es un tipo de locura transitoria que debería estar cubierto por la Seguridad Social»

Ahora que lanza esta metanovela en términos de autobiografía oficial de un tercero, ¿no tiene la tentación de pasar a limpio su propia peripecia?

Lo hice veladamente en mi libro anterior y en otros. No me lo planteo, porque sería sobreactuar. Y tampoco es que tenga grandes cosas que contar.

Hablando una vez con Muñoz Molina me contaba que en España somos muy pudorosos al adentrarnos en nuestra propia vida. Un poco pacatos, incluso. Esto frente a tradiciones más despojadas como la norteamericana, eso me decía. ¿Qué opina?

Es posible. Soy un poco pudoroso en ese sentido. No me gusta el yoísmo ni contar mis miserias ni mis cosas. He narrado pasajes de mi vida, pero no me planteo un ejercicio dostoievskiano.

Lo pensaba porque ayer haciendo cuentas vi que Juegos de la edad tardía tiene 33 años. Lleva usted un tiempo en el mundo y en la literatura. Por cierto que, como aquel debut suyo, este es también un libro sobre la impostura.

Es que todos mis personajes, del primero al último, tienen un aire de familia. La impostura, la insatisfacción… eso siempre está.

Una última: ¿Se relee?

No. No, no, no. Dios me libre.

2 Comentarios

  1. Me ha gustado mucho la entrevista. Preguntas muy acertadas y respuestas sinceras.

  2. Pingback: Editar en tiempos revueltos: Libros del Asteroide - Jot Down Cultural Magazine

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